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¿O puede que los ejecutivos de HU hayan perfeccionado ya la tecnología? ¿Podrían estar usándola ahora mismo, en secreto, para «enviar» copias de sí mismos por todo el planeta?

Mis clientes quieren que busque pruebas, pero la otra mitad de mi trabajo es igual de urgente: no hacer nada ilegal. Lo que llegue a ver deambulando por ahí puede achacarse a la mala seguridad de HU. Pero no abriré ningún cerrojo para Gimen y sus amigos.

Podría perder mi licencia.

Maldición. Algo me ha estado incordiando toda la tarde. Como un picor que no logro localizar. Normalmente seguiría mi intuición, pero hay tantas cosas tan poco convencionales en este trabajo: el contrato de no revelación, la prohibición de cargar, eso unido al hecho de que estoy trabajando para la maestra, cosa que juré no volver a hacer. Añadamos ese violento episodio en el Salón Arco Iris y ahora este número en la cuerda floja, tratando de espiar a una corporación importante sin quebrantar la ley. Cualquiera de estas cosas haría que un tipo se sintiera inquieto.

Así que es extrañamente fácil descartar mis incómodos sentimientos. Atribuyámoslos a esta mezcla de irritaciones conocidas… no a algo aún peor, que bula al borde de la conciencia…

Aquí es donde debo bajarme. Primer subnivel. DIVISIÓN DE INVESTIGACIÓN, dice en brillantes letras sobre un amistoso portal de aspecto universitario. Más allá de otra sencilla garita veo ídems grises y negros de alta calidad, incluso algunos blancos de alta sensibilidad, moviéndose con animación, frenéticamente ocupados y, al parecer, disfrutándolo. A los científicos y técnicos normalmente les encanta copiar, ya que les permite experimentar a todas horas. Es como crear ejércitos enteros de ti mismo para saquear el almacén de la naturaleza, día y noche, cosechando datos mientras tu cerebro real descansa y se dedica a teorizar.

Irene dijo que sería fácil sortear la seguridad aquí también. Yosil Maharal era jefe de investigación y un Albea gris fue contratado para investigar la muerte del pobre hombre, así que estos tipos deberían esperar visita. Demonios, aunque me echen, puedo dar un vistazo desde la entrada…

« ¿Qué estás haciendo?»

¡Maldición, no me bajé!

¡Me quedé en el camino móvil, dejando queme llevara más allá del portal de entrada, dejando atrás el Subnivel Uno, hacia más abajo! Esto no estaba en el plan…

Pero tiene sentido, ¿no? Creo ver qué impulso inconsciente me hizo continuar. ¿No tendrá el Departamento de Investigación sus propias rutas traseras a las cavernas más profundas, donde pueden realizar experimentos a gran escala? Los tecnos odian la seguridad, así que esas rutas traseras serán menos estrictas, estarán menos guardadas que el pozo central. De hecho, apuesto a que no habrá puestos de guardia allá abajo. Y además, mi tapadera parecerá más plausible si deambulo por la planta industrial, después de haberme «perdido» por el camino.

Parece razonable. Pero ¿explica por qué mis piernas se quedaron inmóviles hace unos momentos, impidiéndome bajarme? Maldición. La tecnoid sería mucho más conveniente y racional si copiar almas no requiriera arrastrar contigo tu subconsciente entero, todo el tiempo.

Más plantas pasan lentamente de largo mientras yo debato la cuestión. Un amplio portal que indica PRUEBAS ofrece un atisbo de una especie de infierno: cubiles de cámaras experimentales donde nuevos modelos golem realizan tortuosas hazañas, como los muñecos de prueba de antaño, pero conscientes, capaces de informar de los efectos de cada destrozo o indignidad. Y ninguna de las mutilaciones deliberadas puede ser considerada inmoral, ya que hoy en día se encuentran voluntarios ansiosos para cualquier cosa.

¡Ay, la diversidad!

Todavía bajando por el ascensor, descubro que me estoy frotando el costado: la larga cicatriz abultada de la herida que recibí durante la pelea en el Salón Arco Iris. No noto ningún dolor, pero cada vez me molesta más. ¿Es la irritación psicocerámica?

Compro grises hipersintonizados para concentrarse, obligados a recitar y analizar mientras exploran el terreno. Todo lo que deducen está en el quisquilloso subconsciente de Aclass="underline" la parte de mí que se preocupa, que coteja, que se preocupa luego aún más. Al recordarlo ahora, me parece horriblemente extraño cómo me atacó ese tipo en el club de Irene… casualmente el mismo matón que se encontró anoche el verde del lunes, en la plaza Odeón, antes de dar ese paseo por el fondo del río.

Y es extraño que la Reina Irene, ansiosa por verme y con muchos yoes de sobra, me dejara esperando en ese violento club, donde me encontraron los problemas.

¿Estaba previsto que me encontraran?

He llegado hasta el primer nivel industrial. Enormes tanques de acero inoxidable se pierden en la distancia corno regimientos de recios gigantes brillantes.

El aire se llena de fuertes aromas terrosos de barro bañado en péptidos. Sólo una fracción procede de material nuevo. El resto se recicla, entregado cada día en grandes tubos traídos de los puntos de recolección de toda la ciudad, un puré espumoso que hace tan sólo unas horas componía seres humanoides individuales, que hablaban y caminaban, cumpliendo ambiciones e incontables ansias distintivas. Ahora su sustancia física los reúne, mezclándolos de nuevo en estos tanques… la reunión democrática definitiva.

Las paletas de mezcla se agitan mientras polvos chispeantes caen en el mejunje, sembrando sitios nanocoalescentes que se convertirán en células rox, preenergizadas para un frenético día de actividad efímera. Mis miembros se retuercen. No puedo evitar imaginar la entropía calando firmemente en mis propias células mientras consumen rápidamente el dan vital que absorbieron en estos mismos tanques.

Dentro de unas horas ese agotamiento llevará al retortijón. Un deseo de regresar, como un salmón viejo, con quien me imprintó. Para descargar, la única oportunidad que tiene un ídem de otra vida, antes de que este cuerpo se una de nuevo al eterno río de barro reciclado.

Sólo que no habrá descarga esta vez. Ninguna continuidad. No para mí.

El suelo se eleva ante mí, conduciéndome a otro nivel subterráneo, más grande y más ruidoso que el anterior. Esos tanques gigantescos que vi (y que ahora están encima) devuelven sus espumosos mejunjes a máquinas titánicas y sibilantes que gruñen y giran implacablemente. Robots tractores empujan grandes canillas por las vías del techo, re-partiendo acres de malla finamente tejida que titila de maneras que ningún ojo natural podría mirar: el espectro de difracción de la cruda materia del alma. O lo más parecido según ha diseñado la ciencia.

El barro reticulado y preparado se mezcla bajo las enormes prensas giratorias, amasándose y formando una pasta de la que se extrae el líquido sobrante, y luego otra forma humanoidc pasa a los transporta-dores mecánicos. Vienen continuamente, preteñidos según su coste y sus habilidades internas. Algunos continúan su marcha hacia las instalaciones de prestaciones de serie. Otros modelos básicos, subvencionados por el Estado, son tan baratos que incluso los pobres pueden permitirse duplicar, viviendo vidas más grandes de lo que sus antepasados podrían haber imaginado. En todo el mundo, fábricas similares abastecen a la mitad de la población humana, enviando golems a corto plazo a millones de refrigeradores, copiadoras y hornos domésticos.

Un milagro deja de llamar la atención cuando se lo ofreces a todo el mundo.

Al contemplar las titánicas prensas escupir repuestos de ídem (cientos por minuto) me doy cuenta de un absurdo.

Irene y Gincen dicen que debo buscar logros industriales ocultos aquí en Hornos Universales. ¡Pero ése no puede ser el motivo real por el que me enviaron!