— ¿Qué jaleo? —exijo—. ¿Sabes qué está pasando?
—Te lo explicaré dentro de poco. ¡No hagas nada!
El técnico mira desde su puesto.
— ¿Ha dicho algo? Ya casi estarnos listos.
—Estoy haciéndome un estanco de diagnóstico —le digo al bicho en mi oído—. Aquí mismo, junto a una de las cadenas de mon…
—¡No hagas eso! —grita la voz de Pal—. Lo que llevas puede estar preparado para estallar cuando pases por un escáner de seguridad. —Pero ya he pasado por uno, en la entrada principal… —Entonces un segundo escaneo podría ser la señal de activación. Bruscamente, todo tiene sentido. Si Ginen e Irene plantaron algo letal dentro de mí, aumentarían los daños retrasando la ignición, bien con un reloj o preparándolo para que se dispare cuando pase por un segundo escaneo, en algún lugar de las profundidades… digamos que al entrar en el ala de investigación, cosa que estuve a punto de hacer hace unos minutos.
— ¡Alto! —grito, mientras el técnico tira de un interruptor.
…cosas… sucediendo muy rápido…
…aplica subida de energía… cambia tiempo subjetivo… cambio lapso de vida por pensamientos rápidos…
Mientras salto a un lado para evitar el rayo, sé que es ya demasiado tarde. El cosquilleo del escáner me alcanza. El bulto en mi costado reacciona. Me preparo para una explosión.
— ¡Vaya, tiene usted razón! —dice el técnico—. Tiene algo dentro, pero… ¿adónde va?
Echo a correr. Un arrebato de acción.
No es una bomba simple, o sería ya un millón de piezas ardientes. Pero algo se está rebullendo en mi interior y,no me gusta ni pizca. El mosquito de Pal zumba en mi oído.
— ¡Dirígete a la bodega de carga! —grita—. Nos reuniremos contigo allí.
Por delante, más allá de las máquinas gigantescas que envuelven los repuestos de ídems en crisálidas de airgel, veo faros de camiones internándose en la noche. Al imaginar el montículo del hormiguero del cuartel general de HU, me atrevo a esperar… ¿si puedo salir de aquí, estropeará eso el plan de la maestra? Las explosiones al aire libre causan menos daños.
Pero no es una bomba. Siento el calor burbujeante. El escáner disparó complejas reacciones químicas. Síntesis programada, quizás está creando un nanoparásito de diseño o un prión destructor. ¡Salir al exterior podría salvar a HU sólo para poner la ciudad en peligro!
Pal me grita en el oído que gire a la izquierda. Así lo hago.
Puedo sentir las cámaras de las paredes, sus pasivos ojos grabando. No hay tiempo para detenerse y gritar mi inocencia: ¡Yo no lo sabía! Sólo las acciones pueden hablar ahora en favor de Albert Monis. Para salvarlo a él de la cárcel, yo agoto mis reservas.
Por delante, las zonas de descarga. Repuestos de ídem envueltos en gel se deslizan al interior de tubos pneumáticos, partiendo para sus lejanos clientes con un absorbente wooosh. Palas gigantescas, resoplando y zumbando, trasladan a los camiones los modelos más grandes.
— ¡Por aquí!
El grito hace eco, tanto en mi oído como en la zona de carga. Veo una versión de mí mismo, teñido de Naranja HU, con una criatura parecida a una comadreja al hombro. Ambos ídems están heridos, y afín humean por haber combatido hace poco.
— ¡Nos alegramos de verte! —grita el miniPal de cuatro patas—. Tuvimos que luchar para entrar en este sitio y dejar atrás a unos desagradables… ¡Eh!
No hay tiempo de pararse a comparar notas. Echamos a correr y comparto durante una décima de segundo una mirada con mi otro yo y reconozco al verde de esta mañana. Parece que he encontrado algo más interesante fine hacer hoy que limpiar retretes. Bien por ti, Verde.
La abrasión en mi estómago está alcanzando algún tipo de clímax, provocando en mis rudos órgano-golems un frenesí químico. Un infierno está a punto de estallar. Necesito algo enorme para contenerlo.
¿Debo zambullirme en la máquina de empaquetado? No. El airgel no valdrá.
Así que escojo una pala cercana, que gruñe y resopla mientras quema combustible al cargar las grandes cajas en el camión. Su cabeza de diplodocus se vuelve, parecida al humano que la imprimó.
— ¿Qué puedo hacer por usted? —ruge la grave voz, hasta queme meto entre sus patas—. Eh, tío, ¿qué está…?
Bajo la cola, un repelente tubo de escape escupe humos de alto octanaje, una titilante flatulencia de enzimas de humedad del esforzado cuerpo de barro. Ignorando todo instinto, meto ambos brazos ente los labios de pscudocarne, obligando al esfínter de residuos a abrirse para…
…para poder meterme dentro.
La pala grita. La comprendo pero aguanto mientras salta y se agita, tratando de expulsarme del peor lugar en el que he estado jamás.
Que yo sepa, claro está. Algunos de mis otros ids puede que se hayan visto en situaciones peores. Los que nunca volvieron a casa… aun-que de algún modo, lo dudo.
Mientras me introduzco cada vez. más, espero que mi grabadora insertada sobreviva. Tal vez este acto final de sacrificio libre a Albees de la culpa. Menos mal que no cargará nada de todo esto. Me quedaría traumatizado para los restos.
La pobre pala se rebulle. Latidos de gas apestoso tratan de expulsándome. Pero aguanto, golpeando y sujetándome ferozmente. ¡Una gran contorsión termina en una penetrante agonía cuando mi pie derecho se desprende! Mordido por el frenético golem.
No puedo reprochárselo, pero sólo me impulsa más adentro, apretando los dientes contra el hedor, usando un estallido final de élan de emergencia para subir por la mareante cloaca y dirigirme a su pesado centro.
Mientras tanto, me estoy consumiendo desde dentro. Usado como detonante para una horrible reacción mientras los contenidos fulminantes de mi torso se preparan para estallar.
¿Estoy lo bastante dentro? ¿Contendrá el enorme cuerpo de barro lo que quiera que sea?
Tío, vaya diíta que lle…
20
Demasiada realidad
El extrarradio.
Amigo, qué desierto.
A media hora de casa de Ritu Mallara!, cuando tornábamos el tramo de autopista que sale de la ciudad, nos alcanzó un rayo guía que se apoderó del Volvo, esclavizando su motor, y nos hizo pasar a un Anaxíficos paso por unazona de tráfico de alta densidad. Los ciclistas nos adelantaron casi todo el tiempo, dada la prioridad que los ordenadores otorgan sabiamente a la energía humana real en vez de a los meros ídems en coche.
Más allá y por debajo de la autopista, fueron pasando una serie de barrios, cada uno chillón con su pintoresca moda arquitectónica: desde castillos de cuento a kitsch siglo xx. La rivalidad entre zonas ayuda a distraer a la gente de dos generaciones de desempleo, así que los lugareños y sus ídems se esfuerzan como maníacos por crear espectáculos llamativos, a menudo concentrándose en un tema étnico: el orgullo de alguna comunidad emigrante que hace mucho tiempo se convirtió en un batiburrillo cultura.
Algunos consideran que el tramo de carbonita elevado, la Cielo-pista Diez, es tina versión ampliada de It’s a Small World, que se extiende a lo largo de más de cien kilómetros. La globalización nunca terminó con la diversidad humana, pero transformó lo étnico en otro hobby más. Otra forma para que la gente encuentre valor en sí misma, donde sólo los que tienen auténtico talento pueden conseguir trabajos auténticos. Eh, todo el mundo sabe que es falso, como el salario púrpura. Pero es mejor que la alternativa: aburrimiento, pobreza y guerrarreal.
Me sentí aliviado cuando por fin dejamos atrás el último cinturón verde de la ciudad y nos internamos en el aire seco y natural del paisaje real.