La gris de Ritu no hablaba mucho. Debía de estar triste cuando imprimó. No era en absoluto sorprendente, ya que el cadáver de su padre ni siquiera estaba frío todavía. De todas formas, ese viaje no había sido idea suya.
Para iniciar la conversación, le pregunté por Vic Eneas Kaolin.
Ritu conocía al magnate desde que su padre se había unido a Hornos Universales hacía veintiséis años. De niña veía con frecuencia al potentado, hasta que se volvió ermitaño, uno de los primeros aristos en dejar de reunirse con gente en carne y hueso. Ni siquiera sus amigos íntimos habían visto al hombre en carne y hueso desde hacía una década. No es que a la mayoría les importara. ¿Por qué? El Vic seguía dando citas, asistiendo a fiestas, incluso jugando al golf. Y todos aquellos ídem platino suyos eran tan buenos que bien podrían haber sido reales.
Ritu también debía usar sus conexiones en HU para conseguir repuestos de alta calidad. Incluso con la falta de luz, yo notaba que su gris era soberbio, realista y de buena textura. Bueno, después de todo, yo le había pedido que enviara una copia de primera categoría para queme ayudara en mi investigación.
—No estoy segura de a qué fotos se refiere usted —respondió ella cuando le pregunté por las fotos desaparecidas en la casa de su padre, las que el ídem de Kaolin robó de la pared. Ritu se encogió de hombros—. Ya sabe cómo es. Las cosas familiares se vuelven parte del paisaje de fondo.
—A pesar de eso, le agradecería que se esforzara en recordar.
Ella cerró los párpados, cubriendo el azul uniforme de sus golemglobos.
—Creo… puede que haya sido una foto de Eneas y su familia, cuando era joven. Otra los mostraba a mi padre y a él junto a su primer modelo no humanoide… uno de esos recogedores de frutas de brazos largos, si no recuerdo mal —Ritu sacudió la cabeza—. Lo siento. Mi original podría serle de más ayuda. Puede hacer que su rig se lo pregunte.
—Tal vez —asentí. No hacía falta decirle que tenía al Albea Morris original sentado a su lado—. ¿Puede decirme cómo se llevaban últimamente Kaolin y su padre? Sobre todo justo antes de que Yosil desapareciera.
— ¿Cómo se llevaban? Siempre fueron grandes amigos y colaboradores. Eneas daba a papá cancha libre para su idiosincrásica conducta y sus largas desapariciones, y una exención permanente para las sesiones de detectores de mentiras a las que todos los demás nos someternos, dos veces al año.
— ¿Dos veces al año? Debe de ser desagradable.
Ritu se encogió de hombros.
— Parte del Sistema de Nueva Lealtad. Normalmente sólo preguntan: «¿ Guardas algún gran secreto que pudiera perjudicar a la compañía?» Seguridad básica, sin ser molesta, y los sistemas se aplican del mismo modo a todos los niveles de la compañía.
— ¿A todos los niveles?
— Bueno —reconoció la grisid de Ritu—. No recuerdo que nadie sintiera en que el propio Eneas pasara por un escáner en persona.
—¿Por miedo?
—¡Cortesía! Es un buen jefe. Si Eneas no quiere ver a otras personas en carne y hueso, ¿por qué va nadie en la familia HU a cuestionar sus motivos?
«¿Por qué, en efecto?—me pregunté—. No hay ningún motivo… ¡excepto anticuada y acuciante curiosidad! Está claro que es otro caso de personalidad que marca el rumbo de tu carrera. La gente como yo no está hecha para este nuevo mundo de juramentos de lealtad y grandes “familias” industriales.»
Guardamos silencio después de eso, y no me importó. De hecho, necesitaba una excusa para desconectarme… es decir, fingir pasar a modo durmiente. El coche conduciría solo hacia la distante meseta donde se hallaba la cabaña del padre de ella. Durante esas horas, yo podría disfrutar de un poco de sueño orgánico.
Afortunadamente, la propia Ritu me proporcionó un pretexto.
— Le encargué a esta ídem que hiciera un poco de investigación en la red durante el camino. ¿Le importa si la realizo ahora?
En el regazo tenía un chador de estación de trabajo portátil, sin duda muy sofisticado, con una capucha opaca que podía colocarse sobre la cabeza, los hombros y los brazos.
—Muy bien —dije—. ¿Quiere una pantalla de intimidad, además del chador?
Ella asintió, dirigiéndome la misma atrayente mirada que la primera vez que nos vimos.
—Espero que no le importe.
Algunas personas piensan que es una tontería desperdiciar galantería con los ídems, pero nunca he entendido su razonamiento. Yo laaprecio cuando soy de barro, o cuando finjo serlo. De todas formas, sus necesidades coincidían con las mías.
—Claro. Programaré la pantalla para seis horas. Ya estaremos cerca de la cabaña a esa hora, al amanecer.
—Gracias… Albert.
Su sonrisa adquirió un voltaje superior, haciendo que me ruborizara. No quería que se notara, así que sin más ceremonia que un gesto amistoso con la cabeza, toqué el botón de la PI entre nuestros asientos, liberando una capa de nanohilos desde lo alto y creando un telón negro que rápidamente se solidificó en una barrera palpable, separando a los ocupantes del coche. Me quedé mirándola un minuto, olvidando brevemente el motivo real por el que había decidido por impulso hacer aquel viaje en persona. Entonces lo recordé.
«Clara. Oh, sí.»
Saqué un gorro de dormir de la maleta y me lo coloqué sobre las sienes. Con su ayuda, unas pocas horas serían más que suficientes. Además, idRitu no lo sabría nunca.
La llamada de interrupción me arrancó del sueño. Una auténtica pesadilla de carne donde un ejército de oscuras figuras avanzaba sobre un arrasado paisaje lunar, demasiado yermo para albergar ninguna vida. Sin embargo allí estaba yo, clavado en mi sitio como un árbol moribundo, incapaz de moverme mientras altas formas metálicas pisoteaban a mi alrededor, alzando garras manchadas de sangre.
Una parte de mí se encogía aterrorizada, completamente sumergida en el espejismo. Mientras tanto, una porción más despegada se apartaba, como hacemos a veces en los sueños, reconociendo en abstracto la escena de un holofilm de ci-fi, que me asustó de muerte cuando tenía siete años. Una de las pocas cosas deliberadamente crueles que me hizo mi hermana, cuando éramos jóvenes, fue ponerme aquella pelid de miedo una noche tarde, a pesar del cartelito de advertencia: «TÓXICO PARA PREADOLESCENTES.»
Me desperté, con la breve desorientación que produce salir de un sueño REM, preguntándome dónde estaba y cómo había llegado allí.
—¿Qué…?
El gorro de inducción cayó mientras me incorporaba, el corazón desbocado.
Al mirar a la izquierda, vi pasar el paisaje desértico iluminado por la luna, mientras el Volvo recorría una carretera de dos carriles, sin otro vehículo a la vista. Espinosas yucas proyectaban sombras fantasmales por aquel árido reino de serpientes de cascabel, escorpiones y tal vez, unas cuantas tortugas. A mi derecha, la pantalla de intimidad continuaba intacta, engullendo luz y sonido. Por suerte. Impedía a Ritu ser testigo de mi indigno despertar, tan poco propio de un ídem.
— ¿Bien? ¿Estás despierto?
La voz (baja y direccional) procedía del panel de control del coche. Un homúnculo me miraba con una cara corno k mía, sólo que negro brillante, con una expresión de claro desdén insolente.
—Uh, sí —me froté los ojos—. ¿Qué hora es?
—Veintitrés cuarenta y seis.
Vaya. Unas tres horas y media desde que me dispuse a echar una cabezada. Sería mejor que esto fuera importante.
—¿Qué pasa? —croé con la boca seca.
—Asuntos urgentes.
Tras el duplicado ébano vi mi cuarto de trabajo. Todas las pantallas encendidas, algunas sintonizadas con fuentes de noticias.
—Ha habido un accidente en Hornos Universales. Parece sabotaje industrial. Alguien hizo estallar una bomba catalizadora de priones.