Miré a la pantalla de intimidad, el telón que me separaba de la celda del asiento de pasajero. ¿Debería disolverla e informar a la gris de Ritu? Pero, sin duda, como directiva de HU, ella debía de haber recibido una alerta sobre lo sucedido en su compañía. ¿O estaba tan concentrada en su proyecto que había prohibido todo tipo de distracciones, cono las noticias?
Clara me lo explicó hace mucho tiempo: un principio militar básico, A veces tu única esperanza es gritar un desafío y atacar, y esperar lo mejor.
Evidentemente. La táctica desde luego sorprendió a mi atacante, que dio un salto atrás, chocando con la capota de su coche antes de intentar apuntar mejor. Yo aullé, pisé con fuerza, poniendo el motor del Volvo en un estallido de potencia de emergencia.
En esa décima de segundo, entre el resplandor de los dos grupos de faros encontrados, supe varias cosas a la vez.
« ¡Santo Dios, es Eneas Kaolin!»
Y: «Va a disparar antes de que lo alcance.»
Y: «No importa el arma que tenga, todavía tendré la satisfacción de convertir su lamentable culo de barro en fragmentos de cerámica.»
No me sirvió de mucho consuelo cuando un rayo de luz horrible surgió del arma de Kaolin, envolviendo mi coche en fuegos artificiales. El dolor siguió poco después.
Con todo, a través del cegador ataque, llegué a ver el ídem platino alzar ambos brazos y dejar escapar un último quejido de desesperación espontánea.
SEGUNDA PARTE
Recuerda, te lo ruego, que me has amasado como al barro, ¿me devolverás de nuevo al polvo?
21
Duplicidad
Lo primero que advierto, cuando me despierto, no es el estrecho tubo donde me encuentro confinado. Me han emboscado, asaltado, atrapado y encerrado tantas veces que apenas lo noto ya. No, mi primer pensamiento es que no debería haber estado durmiendo. Soy un ídem, después de todo. Con sólo un reloj enzimático corriendo, no tengo tiempo para frivolidades.
Entonces lo recuerdo todo de sopetón…
Corría junto aun seto de un anticuado enclave suburbano, creado para los servidores de Eneas Kaolin. Tropecé con una bici y me pregunté… ¿adónde ha ido el fantasma de Maharal? ¿Por qué el último golem del inventor salió corriendo, en vez de ayudar a resolver la muerte de su hacedor?
Rodeé el seto, sólo para encontrar…
¡IdMaharal!
El gris estaba allí, sonriendo, apuntándome con un arma con boca de trompeta…
El recuerdo es inquietante. Peor, tengo la extraña impresión de que ha pasado bastante tiempo desde entonces. Horas. Más de las que puedo permitirme.
Es buena cosa que pague para que mis repuestos ídem tengan bloqueo de fobia, o estaría sufriendo un ataque ahora mismo, atrapado dentro de un estrecho cilindro en un jarabe de pringoso fluido sostenedor. Muy bien, Albert… idAlbert… deja de golpear las paredes. Nunca saldrás de aquí por la fuerza. ¡Concéntrate!
Recuerdo haber corrido para alcanzar al fantasma de Maharal, rodear la esquina de un alto seto, sólo para descubrir que mi presa se había dado media vuelta, y me apuntaba con una pistola de chorro. Salté a un lado para esquivarlo, esperando que los reflejos frescos fueran más rápidos que su cuerpo viejo de todo un día.
No debe de haber funcionado.
¿Cuánto tiempo he estado desconectado? Envío una solicitud de tiempo a mi placa rastreadora y la respuesta es un dolor agudo: alguien debe de haberla arrancado de mi frente. Un agujero latente se abre cuando alzo una mano para hurgar en la herida.
En los países con leyes estrictas, quitar la placa mata automáticamente al ídem. En la ZEP se abandonaron las viejas precauciones hasta convertirla en un contestador barato y un chip de datos. Puedo vivir sin ella. Pero a mi archi le costará trabajo recuperar su propiedad perdida, y por eso los tipos malos quitan las placas.
¿También se les ocurrió quitarme el resto de mis implantes? No puedo saber si mi autograbador todavía funciona. Por lo que sé, la narración subvocálica puede ser inútil, palabras desvaneciéndose en la entropía, como mis pensamientos. Pero no puedo dejar de recitar compulsivamente. Estoy construido para seguir haciéndolo hasta que este patético cerebro de barro se disuelva.
Espera. La mayoría de los suspensotanques vienen equipados con una ventanita, para que los propietarios puedan ver sus adquisiciones. No veo otra cosa que metal pelado, pero hay luz procedente de alguna parte.
Detrás de mí. Presionando con ambas palmas contra la pared interna del tanque, giro lentamente… y allí está. Tras una gruesa capa de cristal, veo una habitación que recuerda el laboratorio de un científico loco.
El mío no es el único cilindro de conservación. Hay docenas apoyados al azar sobre ásperas paredes de piedra. Más allá, veo congeladores de almacenamiento para repuestos, varias unidades de imprimación y un gran horno para cocer duplicados frescos. Cada pieza de equipo tiene el mismo logotipo: una H seguida de una U, y cada letra rodeada por su propio círculo. Juntos, los círculos parecen formar algo parecido al símbolo de infinito. En todo el mundo, es un marchamo de calidad. El artículo genuino. Fetén. Lo verdadero.
¿Podría estar dentro del brillante cuartel general de Hornos Universales? Algo en la pared de roca me dice que no. Cables superconductores de longitud de banda ancha rodean bancos de trabajo atestados. Las capas de polvo muestran que ningún servicio de limpieza manda aquí sus golems a rayas. Dondequiera que sea «aquí».
A primera vista, yo diría que el leal doctor Maharal estuvo sisando suministros de oficina, y posiblemente muchas cosas más, antes de su muerte.
Aparte del grupo normal de equipo idemizador, varias máquinas parecen extrañas, con el aspecto de andamio descubierto que tienen los prototipos. Un grupo de tanques de alta presión, oscurecidos por una bruma multicolor, siseabany humeaban hasta hace unos segundos, antes de alcanzar su clímax y guardar bruscamente silencio.
Un panel horizontal gira y nubes de vapor se apartan de una figura desnuda, tendida sobre una plataforma acolchada, con ese aspecto fresco y pastoso que siempre tiene uno cuando emerge del horno. Los rasgos son los de Yosil Maharal, parecidos al cadáver que vi en la mansión Kaolin, aunque sin pelo y de un gris metálico, arrebolado con brillantes tonos rojizos.
Un súbito estertor y un jadeo; empieza a respirar, sorbiendo aire para alimentar las células catalizadores. Los ojos se abren de golpe, oscuros, sin pupilas. Se vuelven, como si sintieran mi atención.
Hay frialdad en su mirada. Helada, agónica. Bueno, si se puede leer algo en los ojos de un ídem.
Tras sentarse y girar para plantar ambos pies en el suelo, cl golem de Maharal echa a andar hacia mí. Cojeando. El mismo paso incierto que una vez atribuí a una herida reciente. Pero ésa era una copia distinta. Tenía que serlo. Este ídem es nuevo. Su paso irregular debe de tener otra explicación. Costumbre, tal vez.
¿Nuevo? ¿Cómo podría ser nuevo? ¡Maharal está muerto! No hay molde del que seguir copiando. No hay ningún alma que deje su impresión en este barro. A menos que tuviera unas cuantas copias imprimadas, almacenadas en un congelador. Pero la máquina de la que acaba de salir esta criatura no se parece a ningún frigorífico ni ningún horno que yo haya visto antes.
Incluso antes de que hable, me pregunto: ¿Estoy contemplando algún tipo de maravilla tecnológica? ¿Un logro? ¿El Proyecto Zoroastro?