Yo estaba allí cuando se produjo… el «ataque» a Hornos Universales, quiero decir.
Estaba en la planta de la fábrica a menos de treinta metros de dis_ tancia, mirando asombrado al gris número dos pasar corriendo, todo hinchado y descolorido por algo horrible que se agitaba en sus tripas, preparado para estallar. ¡Pasó de largo, sin apenas mirarme, ni al pequeño idemhurón de Pal que llevaba al hombro, aunque habíamos pasado por un infierno para llegar hasta aquí y rescatarlo!
Ignorando nuestros gritos, el gris buscó frenéticamente, y entonces encontró lo que estaba buscando: un lugar donde morir sin perjudicar a nadie.
Bueno, a nadie excepto a aquel pobre trabajador-pala, que nunca comprendió por qué un desconocido de pronto quiso meterse por su cloaca. Y ésa fue sólo la primera sorpresa desagradable del tipo. El gigantesco idobrero dejó escapar un grito, y luego empezó a expandirse hasta alcanzar varias veces su antiguo tamaño, como un globo hinchado… como un personaje de dibujos animados que sopla demasiado fuerte su propio pulgar. ¡Me pareció que la desafortunada pala estaba a punto de explotar! Entonces todos habríamos terminado. Yo, con seguridad. Todo el mundo en la fábrica. Hornos Universales. ¿Tal vez todos los ídems de la ciudad?
(¡Imagina a todos los archis teniendo que hacerlo todo ellos solos! Sabrían cómo, por supuesto. Pero todo el mundo está tan acostumbrado a ser muchos… a vivir varias vidas en paralelo. Verse limitados a uno a la vez volvería a la gente loca.)
Por fortuna para nosotros, la infortunada pala dejó de expandirse en el último momento. Como un sorprendido pez globo, miró en derredor con ojos saltones, como pensando que aquello no estaba en mi contrato. Entonces el brillogolem se extinguió. El cuerpo de barro se estremeció, se endureció, y se quedó quieto.
Chico, vaya forma de irse.
Se produjo luego un torbellino de caos y alarmas ruidosas. Las máquinas de producción se pararon. Los obreros-golem dejaron todas las tareas y la enorme fábrica se llenó de equipos de emergencia que corrían a reparar los daños. Vi muestras de intrépido valor… o habría sido valor si las cuadrillas no hubieran estado compuestas por duplicados sacrificables. Incluso así, hizo falta valor para acercarse a aquella carcasa hinchada. Débiles chorros brotaban del cuerpo ensanchado y rezumante. Todo ídem que rozaba siquiera una gota caía convulso de agonía.
Pero la mayor parte del veneno estaba controlado dentro de la enorme y temblorosa pala. Cuando empezó a derrumbarse y a desintegrarse desde dentro, limpiadores a rayas púrpura llegaron con largas mangueras y rociaron la zona con espuma antipriónica.
A continuación llegaron los directivos de la compañía. No los humanos reales aún, sino montones de atareados grises científicos con bata blanca, y luego algunos brillantes polids azules y un procurador de Seguridad Pública dorado-plateado. Finalmente, un duplicado platino del mismísimo jefe de HU, Vic Eneas Kaolin, apareció en escena exigiendo respuestas.
—Vamos —dijo el, pequeño idhurón de Pallie desde mi hombro—.
Larguémonos. Ahora eres naranja, pero el jefazo podría reconocer tu cara.
A pesar de eso, estuve tentado de quedarme y averiguar qué sucedía. Ayudar tal vez a limpiar el nombre de Alberti De todas formas, ¿qué me esperaba ahí fuera en el mundo? ¿Diez horas de rascarme inútilmente la cabeza, escuchando las quejas y recriminaciones de Gadarene y Lum hasta que mi reloj se agotara y me tocara el turno de derretirme?
La espuma todavía fluía, borboteando, siseando y esparciéndose por todo el suelo de la fábrica. Los instintos de supervivencia imprintados parecen de verdad, y me uní a los otros mirones que se alejaban de la sustancia.
—Muy bien —suspiré por fin—. Salgamos de aquí.
Me di la vuelta… sólo para encontrarme con varios tipos hoscos de seguridad, vestidos de naranja claro con franjas azules, y con músculos triples que mostraron amenazadores.
—Por favor, vengan con nosotros —dijo uno de ellos con voz aumentada de autoridad, ejerciendo sobre mi brazo una presa inflexible. Inmediatamente comprendí que eso era una buena señal.
Lo de «por favor», quiero decir.
Nos metieron en un vehículo sellado con los costados de metal sencillo, cuya opacidad no disminuía aunque miráramos con la máxima atención, cosa que el id de Pal consideró bastante desagradable.
—Al menos podrían dejarnos ver el panorama antes de empezar a diseccionar nuestros cerebros —gruñó el hurón con la cara de Pal, enfrentándose a los guardias a su manera típica—. ¡Eh, los de delante! ¿Y si dejamos a la gente consultar con su programa-abogado, eh? ¿Quieren ser personalmente responsables cuando megademande a toda la compañía por sidcuestro? ¿Son conscientes de la reciente sentencia idAddison contra Hughes? Ya no es una excusa que un golem diga que «me limitaba a seguir órdenes». Recuerden la Ley Secuaz. ¡Si cambian de bando ahora mismo, podrán ayudarme a demandar a su jefe y acabar nadando en dinero!
El bueno de Pal, un encanto 1c echen lo que le echen. Tanto daba. Que estuviéramos abajo arresto» en sentido estrictamente legal no importaba.
Como meras propiedades (y posibles partícipes en un sabotaje industrial) no íbamos a inspirar a ningún empleado de HU para que se chivara de que habían abusado de nuestros derechos.
Al menos el conductor había dejado mi reposabrazos conectado, así que pedí noticias. El espacio ante mí se hinchó con burbujas de holorred, la mayoría dedicadas a un «fracasado ataque terrorista fanático» en HU. No daban mucha información. De todas formas, poco después otra noticia copó la atención cuando un globo estandarte estalló, apartando a los otros holos.
Al principio no reconocí el lugar del ardiente infierno. Pero los locutores de noticias pronto añadieron la dirección alcanzada por un cohete asesino clandestino.
—Rayos —murmuró Pallie cerca de mi oído—. Es duro, Albert.
Era mi casa. O el lugar donde este cuerpo mío fue imprintado con recuerdos, antes de ser soltado en un día largo y lamentable. «Maldición, incluso se han cargado el jardín», pensé, viendo las llamas consumir la estructura y todo lo de dentro.
En cierto sentido, parecía un favor. Los rumores en la Red ya habían empezado a mencionar a Albert Morris como principal sospechoso del ataque a HU. Estaría en un verdadero aprieto si aún viviera. Pobre tipo. Era predecible, supongo, mientras siguiera actuando como un romántico y anticuado cruzado contra el mal. Tarde o temprano iba a irritar a alguien mucho más grande y más fuerte y meterse en verdaderos problemas. Quien había hecho todo aquello estaba siendo devastadoramente concienzudo.
Los problemas no habían empezado siquiera a resolverse cuando el vehículo se detuvo. La puerta trasera empezó a abrirse y el pequeño idhurón de Pal se preparó para saltar. Pero los guardias estaban vigilando y fueron rápidos. Uno agarró a idPal por el cuello con una tenaza de tornillo. El otro me asió por un codo, suavemente pero con suficiente energía para demostrar lo inútil que sería resistirse.
Salimos junto al pórtico a oscuras de una gran mansión de piedra, bajamos una escaleras en penumbra ocultas en parte por unos crisantemos verdaderamente destacables. Podría haberme resistido al guardia el tiempo suficiente para tratar de oler las flores, si hubiera tenido nariz.
¡Ah, qué le vamos a hacer!
En el fondo, una puerta abierta conducía a una especie de saloncito donde media docena de figuras se relajaban ante mesas y sillas, fumando, hablando y bebiendo. Al principio los tomé por reales, ya que todos eran de diversos tonos de marrón-humano y llevaban ropa de tela duradera de estilo bastante anticuado. Pero tras una mirada experta vi que sus tonos de carne eran teñidos. Sus rostros acababan de delatarlos: tenían la típica cara de irremisible aburrimiento. Aquellos Menas se encontraban al final de un largo día de trabajo, y esperaban pacientemente el momento de expirar.