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De hecho, me sorprendió un poco descubrir que Pal tenía debilidad por esas cosas. ¡Un club de lectura, por mi culo de cerámica! Seguro que preparaba algo.

—Vengan —dijo uno de nuestros guardias, respondiendo a alguna señal oculta—. Los quieren ahora.

—Y es un gran honor ser queridos —trinó Pal, siempre con una frasecita a punto. Soltando la placa se subió a mi hombro, y yo entré en la sala de conferencias por la puerta, ahora abierta.

Un solemne Kaolin-golem nos esperaba.

—Siéntense —ordenó. Me desplomé en la silla que me indicaba, más cómoda de lo que necesitaba mi barato culo—. Estoy muy ocupado —declaró el duplicado del magnate—. Les doy diez minutos para que se expliquen. Sean exactos.

No hubo amenazas ni persuasiones. Ni amenazas de que no mintiéramos. Casi con toda certeza nos estarían escuchando sofisticados programas de neurored. Aunque esos sistemas no son inteligentes (en ningún sentido estricto de la palabra), hace falta concentración y suerte para engañarlos. Albea tenía esa habilidad, y supongo que eso significa que yo también. Pero allí sentado me faltaban las ganas de intentarlo.

De todas formas, la verdad era bastante entretenida. Pallie se lanzó directamente a ella.

—Supongo que podríamos decir que empezó el lunes, cuando dos grupos distintos de fanáticos acudieron a mí, quejándose de que aquí mi amigo —una zarpa de hurón me señalo—, los estaba acosando con visitas nocturnas…

Continuó contando toda la historia, incluyendo nuestras sospechas de que alguien estaba planeando acusar a los desventurados fanáticos, Lum y Gadarene, y a realAlbert, preparándolo todo para que se llevaran la culpa del sabotaje de esa tarde a HU.

No podía reprochar la decisión de idPal de cooperar y contarlo todo. Cuanto antes fueran puestos los investigadores sobre la pista correcta, mejor; una forma de limpiar el nombre de Albert, aunque ahora no le fuera a servir de nada. (Advertí que el pequeño hurón diestramente evitaba nombrar a su propio rig. RealPal estaba a salvo, por ahora.)

Y sin embargo mi cerebro de barro hervía de recelo. El propio Kaolin no estaba libre de sospecha. Cierro, no podía imaginarme a un multibillonanio saboteando su propia compañía. Pero todo tipo de retorcidas conspiraciones pueden parecer plausibles después de un día como el que acababa de tener. ¿No había sido allí mismo, en la mansión Kaolin, donde desapareció el gris número uno del martes? En cualquier caso, Kaolin era uno de los pocos que poseían los medios, técnicos y financieros, para idear algo tan retorcido y diabólico.

Pero lo que más me llamaba la atención era que no hubiera policías presentes. Aquel interrogatorio tendría que haber sido realizado por profesionales.

Eso implicaba que Kaolin tenía algo que ocultar. Incluso a riesgo de desafiar la ley.

«Podría meterse en verdaderos problemas por esto —pensé—, si una sola persona real hubiera resultado herida en el ataque de esta noche. Cierto, las únicas personas que vi heridas en RO fueron ídems…» El pensamiento se quedó colgado, inacabado, insatisfactorio.

—Bien, bien —dijo nuestro anfitrión platino después de que el id-hurón terminara su sorprendente recital sobre visitantes nocturnos, fanáticos religiosos, locos por los derechos civiles y túneles secretos. El Vic sacudió la cabeza—. Es toda una historia.

—¡Gracias! —jadeó idPal, agitando su apéndice trasero por el cumplido. Estuve a punto de golpearlo.

—Normalmente, su historia Inc parecería ridícula, por supuesto. Un montón de fantasías descabelladas y mentiras evidentes —hizo una pausa—. Por otro lado, encaja con la información adicional que he recibido hace poco.

Indicó al mensajero, que había permanecido pacientemente en pie en un rincón, que se acercase. El golem amarillo usó guantes desechables para meter la mano en su caja y sacar un cilindro diminuto (el tipo de archivo audio más pequeño y simple, sin energía), y lo insertó en una unidad reproductora en la mesa de conferencias de Kaolin. El sonido que emitió no era lo que nuestros abuelos habrían llamado una voz, sino más bien un murmullo de chasquidos y semitonos que se convirtió en un gemido cuando el mensajero pulsó la unidad rebobinadora a mayor velocidad. Y sin embargo, yo conocía aquel lenguaje muy bien. Capté cada palabra perfectamente.

Siempre me siento un poco protestón cuando salgo de la bandeja, descuelgo la ropa de papel de la percha… sabiendo que soy la copia por-un-día.

Uf. ¿Qué me ha puesto de este humor?

Tal vez la noticia de Ritu. Un recordatorio de que la muerte verdadera todavía nos acecha a todos.

…A veces eres la cigarra. A veces la hormiga.

El reconocimiento fue algo más que oír ritmos y frases familiares. No, los mismos pensamientos me golpearon con una acuciante sensación de repetición. La persona que había subvocalizado aquella grabación empezó su parodia de vida apenas minutos antes que yo empezara la mía. Cada uno de nosotros inició su existencia el martes por la mañana pensando de modos similares, aunque yo no estaba equipado con las prestaciones de un gris. Hecho de materia más burda, yo rápidamente me desvié por una extraña frontera y no tardé en darme cuenta de que era un frankie. El primero que creaba Albert Montás.

El tipo que grabó aquel diario era evidentemente más convencional. Otro leal Albert gris. Dedicado. Un verdadero profesional. Lo bastante listo para adelantarse a los planes de tu malhechor habitual, variedad-jardín.

Pero también lo bastante predecible para que alguna mente realmente tortuosa pudiera tenderle una trampa maligna.

…Estoy en el Estudio Neo, que ofrece servicios que nadie maginó antes de que la técnica de hornos apareciera…

Espera un momento.

Es el teléfono… Pal… Nell decide pasarle la llamada a n pero escucho. Quiere que me pase por su casa…

—¿Ves? —exclamó el pequeño hurón-golem en mi hombro—.

¡Traté de advertirte, Albert!

—Ya te he dicho que no soy Albert —respondo.

Los dos estamos nerviosos e irritados escuchando el superrápido playback describir un encuentro fatal.

La ayudante ejecutiva de la maestra… me aparta de la oficina de Wammaker…

—En nuestra reunión trataremos ternas delicados…

Escuchamos embobados mientras los «clientes» (una dice ser la maestra misma) explicaban su necesidad de un investigador imposible de localizar para que metiera la nariz en HU de una manera subrepticia aunque legal, buscando pistas de tecnologías secuestradas. ¡Justo el tipo de cosa necesaria para azuzar la vanidad y la curiosidad de Albert! Me pareció especialmente curiosa la manera en que cada uno de sus nuevos clientes se aseguró de parecer irritante o desagradable a su propia manera. Conociendo ami arquetipo, lo sublimaría e impediría que el disgusto influyera en su decisión. Perseveraría. Sufriría lo insufrible por pura obstinación. (Llámalo «profesionalidad».)

Estaban jugando con él como con un niño.

Poco después llegó su aventura en el Salón Arco Iris, donde apenas sobrevivió a un casual encuentro con algunos gladiadores. Un encuentro que le hizo necesarias reparaciones urgentes… convenientemente proporcionadas por los zánganos de la colmena de la Reina Irene. ¡La narración en tiempo presente del gris te hacía querer levantarte y gritarle, exigiendo que se despertara y se diera cuenta de cómo lo estaban utilizando!

Bueno, a toro pasado es fácil reconocer un truco diabólico. (¿lo habría visto yo en las mismas circunstancias?)

Pero todas las partes cometieron errores. El enemigo (fuera quien fuese el que ideó ese retorcido plan) no advirtió el grabador en tiemporreal del Albert gris, escondido entre el puñado de fibralmas de alta densidad de su laringe. Ni siquiera cuando lo tendieron, inconsciente, con el pretexto de «repararlo» para instalarle una peligrosa bomba de priones. Sin duda buscaron aparatos de seguimiento y comunicación más sofisticados, pero el diminuto archivero no usaba ninguna fuente de energía, sólo diminutas flexiones en la garganta para grabar en audio con roces minúsculos. Un sistema de grabación anticuado pero virtualmente indetectable… por eso Albert siempre lo instalaba en sus grises.