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¡No era extraño que el mensajero de Kaolin tornara tantas precauciones para no tocar el diminuto artefacto! Aunque desinfectado, había sido recuperado de una repugnante masa envenenada de priones, desparramada por el suelo de la fábrica de HU… de los restos mezclados de una desdichada pala y un didtective privado condenado. El archivo todavía podía contener unas cuantas moléculas catalizadoras letales para seres como nosotros, que carecemos de auténticos sistemas inmunológicos.

De todas formas, era una pista útil, chispeando entre los restos fundidos. Una prueba vital. Tal vez suficiente para limpiar el nombre de mi difunto hacedor.

Pero ¿por qué nos ponía Kaolin esa grabación a nosotros, a idPal y a mí, en vez de a la policía?

La aguda narración pronto nos llevó a la mejor parte del día del gris: cuando evitó hábilmente el Omnipresente Ojo Urbano, engañando a las legiones de cámaras públicas y privadas que cubrían casi todos los ángulos del moderno paisaje ciudadano. Lo había disfrutado. Pero luego, tras haber borrado su pista, entró en Hornos Universales.

Dos artículos salen de una ranura en la garita, una pequeña placa de visitante y un mapa… me dirijo a las escaleras mecánicas para bajar… un enorme complejo parecido a un hormiguero bajo las resplandecientes cúpulas corporativas, preocupado por la siguiente fase: buscar pistas de que Vu Eneas Kaolin está reteniendo ilegalmente logros científicos…

Muy bien, supongamos que Hornos Universales ha resuelto cómo transmitir la Onda Establecida de la conciencia humana a distancias superiores a un metro. ¿Habrá pistas o signos que un profano corno yo pueda entender? ¿Podrían los ejecutivos de HU «enviarse» ya a todo el planeta?

Pal y yo intercambiamos una mirada.

_Guau —murmuró el pequeño golem.

¿podría ser ése el logro? La idemiz ación remota sacudiría la forma de vida a la que por fin hemos empezado a acostumbrarnos, después de todos estos años difíciles.

Los dos nos volvimos a mirar a idKaolin. Su reacción no reveló nada, pero ¿y la primera vez que había oído estas palabras, hacía sólo unos minutos? ¿Se ruborizó la tez platino de furia y desazón?

Una vibración abajo… máquinas gigantescas mezclan barro orgánico, amasándolo con fibras sintonizadas para vibrar con los ritmos de un alma extraída_ muñecos moldeados que caminan y hablan… y nosotros lo damos todo por hecho…

Maldición. Algo me está molestando. Piensa… ¿cómo podría Hornos Universales ocultar algo tan grande?

Sí, el mal se nutre del secreto. Es lo que impulsa a Albert. Descubrir la maldad. Encontrarla verdad. Pero ¿es eso lo que hago?

—Por fin —murmuré yo, mientras el gris empezaba a hacerse las preguntas adecuadas.

En justicia, expresó sus dudas antes. Pero eso hacía que la transcripción fuera aún más frustrante: escuchar mientras avanzaba a pesar de todos sus recelos.

Tal vez el gris era defectuoso, como yo: una copia de mala calidad hecha por un original agotado, no por Albert en su mejor momento. Por otro lado, había sido manipulado por expertos. Tal vez nunca tuvo una oportunidad.

Un especie de mosquito esquiva una palmada y se lanza hacia mi cara. Uso un arrebato de energía para agarrarlo… lo aplasto en la mano.

El miniPal clava sus garras en mi pseudocarne.

—Maldición, Albert. Me gasté mi buen dinero en esos bichos diminutos.

Sus ojos de hurón chispeaban, como si de algún modo Ia obstinación del gris fuera culpa mía. Yo podría haber reaccionado quitándolo de encima de mi hombro. Pero la grabación se acercaba a su mortífero clímax.

Tiene sentido… Aumentarían los daños retrasando la ignición, bien con un reloj o preparándolo para que se dispare cuando pase por un segundo escaneo de seguridad…

—¡Alto! —grito…

A partir de ese punto, la narración se convirtió en un rápido gemido entrecortado, mucho más indescifrable, como los murmullos de un corredor apurado o de alguien que tratara de concentrarse en una tarea desesperada.

Intentando salvar mucho más que su propia vida miserable.

Veo una versión de irá mismo con una comadreja-golem… Parece que el verde de hoy encontró algo mejor que hacer que limpiar retretes. Bien por ti, Verde…

Eso me hizo sentirme un poco avergonzado por las cosas sardónicas que había pensado de aquel gris. ¿Podría haber intentado salvarlo con más insistencia? ¿Podría realAl estar vivo ahora, si hubiéramos tenido éxito?

Lamentarse parecía fuera de lugar, con mi propio reloj marcando rápidamente d tiempo. ¿Por qué nos estaba poniendo Kaolin esa cinta? ¿Para burlarse de nuestro fracaso?

La pobre pala se rebulle… No puedo reprochárselo, pero me impulsa más adentro, contengo la respiración…

Me estoy consumiendo…

¿Estoy lo bastante dentro?¿ Contendrá el enorme cuerpo de barro…?

La narración terminó con un agudo chirrido.

ldPal y yo nos volvimos al mismo tiempo para contemplar los estoicos y casi humanos rasgos de idEneas Kaolin, quien nos observó un buen rato mientras una de sus manos temblaba levemente. Finalmente, habló en voz baja, más fatigada de lo que parecía propio de un golem de mediana edad.

—Bien. ¿Quieren tener una oportunidad para encontrar a los pervertidos que hicieron todo esto?

El ídem de Pal y yo compartimos una mirada de sorpresa. —Pretende usted decir… ¿Pretende decir que quiere contratarnos? —pregunté.

¿Qué, exactamente, esperaba Kaolin que consiguiéramos en las diez horas (o menos) que nos quedaban?

23

Tendidos al sol

…de cómo Albert descubre, en tiempo real, cuán real puede ser…

El desierto es muchísimo más brillante al natural que en el holocine. Algunos dicen que su resplandor incluso puede penetrar en tu cerebro y afectar la glándula pineal, ese «tercer ojo» profundamente enterrado que los antiguos místicos consideraban un enlace directo con el alma.

Se dice que la luz cegadora revela verdades ocultas. O hace que delires tanto que encuentras significados cósmicos en lo más simple. No es de extrañar que los desiertos sean el tradicional refugio de ascetas de ojos desorbitados que buscan el rostro de Dios.

No me importaría encontrarme con un asceta ahora mismo. Le pediría que me prestara su teléfono.

¿Está funcionando este trasto? Me he pasado el último par de horas toqueteando un diminuto archivador de sonido de potencia muscular, probándolo con el relato de lo que sucedió anoche. Primero tuve que sacarlo del golem gris que llevaba almacenado en la parte trasera del Volvo destrozado. Una tarea asquerosa, pero el ídem se estropeó de todas formas, como todos los componentes electrónicos del coche, cuando el Kaolin platino nos disparó con su extraña arma en la carretera.