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— ¿Qué hay de las alcantarillas? —pregunté, recordando cómo mi reciente idverde se abrió paso por su interior el día anterior… una excursión tan desagradable de recordar como el viaje posterior por el fondo del río.

El ancho rostro de Blane se contorsionó detrás de un visor semitransparente que destellaba con símbolos y mapas superpuestos. (Es demasiado anticuado para ponerse implantes retinales. O tal vez le gusta el efecto chillón.)

—Tengo un robot ahí dentro —gruñó.

—Los robots pueden ser hackeados.

—Sólo si son lo bastante listos para oír nuevos datos. Éste es un zángano por cable del Departamento Sanitario. Tonto como una piedra. Está intentando meter una fibra de banda ancha por las tuberías hasta el sótano, y se dirige al cuarto de baño de Beta, testarudo como él solo. Nadie lo va a engañar, lo prometo.

Gruñí, escéptico. De todas formas, nuestro mayor problema no era escapar, sino llegar al escondite antes de que nuestras pruebas se volatilizaran.

Cualquier otro comentario quedó cortado por una nueva visión. ¡La mujer policía envió a una de sus copias azules directamente al centro de la batalla! Ignorando el silbido de las balas, hurgó entre los combatientes caídos, asegurándose de que estaban fuera de combate, y luego les cortó la cabeza para guardarlas todas en una bolsa en previsión de interrogatorios posteriores.

No había muchas posibilidades de eso. Beta era notoriamente cuidadoso con sus ids, y usaba falsas placas de identificación y programaba sus cerebros para autodestruirse si los capturaban. Haría falta una suerte fantástica para descubrir su nombre real hoy. ¿Yo? Me contentaría con realizar un rescate completo y poner fuera de juego esta operación en concreto.

Unas ruidosas explosiones sacudieron Alameda mientras el humo envolvía todas las entradas del edificio Teller, extendiéndose hasta el coche donde nos ocultábamos Blane y yo. Algo me hizo perder el sombrero, dando un fuerte tirón de mi cuello. Me agaché más, jadeando, antes de buscar mi fibroscopio en el bolsillo: una forma mucho más segura de mirar. Se cernió sobre el techo del coche en el extremo de un tallo casi invisible, hinchándose automáticamente para apuntar con una diminuta gel-lente a la lucha, y transmitiendo imágenes entrecortadas al implante de mi ojo izquierdo.

(Nota para mí: este implante tiene ya cinco años. Obsoleto. ¿Hora de ponerlo al día? ¿O te da reparo después de la última vez?)

La polid azul estaba todavía allí, comprobando los cadáveres y haciendo recuento de los daños, mientras nuestros reforzadores púrpura aumentaban su ataque, atravesando todas las aberturas convenientes con el intrépido abandono de soldados de asalto fanáticos. Mientras seguía mirando, varias balas perdidas impactaron en la policía-golem, haciéndola girar, y clavando trozos de carne fofa en una pared cercana. La azul se tambaleó y se dobló por la mitad, temblando. Se notaba que sus enlaces de dolor funcionaban. Los mercenarios púrpura pueden operar sin células de contacto, ignorando las heridas mientras se abren paso con pistolas en ambas manos. Pero el trabajo de un azul es aumentar los sentidos de un poli real. Se nota.

«Uf —pensé—. Eso tiene que dpler.»

Todos los que veían sufrir a la cosa mutilada esperaban que se auto-disolviera. Pero el golem se enderezó, tembló, y volvió cojeando al trabajo. Hace un siglo, eso habría parecido bastante heroico. Pero todos sabemos qué tipo de personalidad contratan las autoridades hoy en día. La poli real probablemente cargaría los recuerdos de este ídem… y disfrutaría.

Mi teléfono sonó, un ritmo de alta pri, así que Nell quería que respondiera. Tres golpecitos en mi canino superior derecho le indicaron que sí. Una cara se hinchó para llenar la visión de mi ojo izquierdo. Una mujer de rasgos marrón claro y pelo dorado reconocibles en todo el continente.

—Señor Morris, estoy recibiendo informes de una redada en el idemburgo… y veo que la AST ha registrado un permiso de intervención. ¿Es cosa de usted? ¿Ha encontrado mi propiedad robada?

¿Informes?

Alcé la cabeza y vi varias flotacams gravitando sobre la zona de batalla, con los logotipos de las redes olisqueadoras. Desde luego, los buitres no tardaron mucho.

Contuve un comentario cáustico. Tienes que contestar a un cliente, incluso cuando está interfiriendo.

—Mm… todavía no, Maestra. Puede que los hayamos pillado por sorpresa, pero…

Blane me agarró el brazo. Presté atención.

No más explosiones. Los disparos restantes eran apagados, pues procedían de las profundidades del edificio.

Alcé la cabeza, todavía tenso. La poli acorazada pasó ante nosotros, acompañada por sus duplicados azules desnudos.

—¿Señor Morris? ¿Estaba usted diciendo algo? —el hermoso rostro fruncía el ceño dentro de mi ojo izquierdo, y parpadear no proporcionaba ningún alivio—. Espero ser informada…

Un escuadrón de limpiadores llegó a continuación, modelos a vetas verde y rosa, con escobas y liquivacs para despejar la zona antes de que la hora punta trajera a los trabajadores de la mañana. Desechables o no, los id-limpiadores no entrarían en un sitio donde hubiera pelea.

— ¡Señor Morris!

—Lo siento, Maestra —respondí—. No puedo hablar ahora. La llamaré cuando sepa más.

Antes de que ella pudiera poner pegas, mordí con un molar y acabé con la llamada. Mi ojo izquierdo se despejó.

— ¿Bien? —le pregunté a Blane.

Su visor se llenó de colores que yo podría haber interpretado de haber estado en forma de ciberid. Como mero orgánico, esperé. —Estamos dentro.

— ¿Y el molde?

Blane sonrió.

¡Lo tenemos! La están sacando.

Mis esperanzas aumentaron por primera vez. Crucé agachado la acera para recoger el sombrero y coloqué su armadura elástica sobre mi cabeza. De todas formas, a Clara no le haría gracia que lo perdiera.

Dejamos atrás los limpiadores y subimos los veinte escalones has-ta la entrada principal. Cuerpos rotos y trozos de pseudocarne se fundían en una bruma multicolor; el campo de batalla daba una extraña sensación de irrealidad. Pronto los muertos habrían desaparecido y quedarían sólo unas cuantas paredes marcadas de balazos y unas ventanas que sanarían rápidamente. Y astillas de una puerta enorme que los púrpuras redujeron a pedazos cuando irrumpieron en el interior.

Los notibots nos asaltaron, acosándonos a preguntas. La publicidad puede ser valiosa en mi trabajo, pero sólo si hay buenas noticias de las que informar. Así que mantuve la boca cerrada hasta que un par de brutos de Blane de la AST salieron del sótano, sujetando a una figura mucho más pequeña entre ambos.

El resbaladizo fluido conservador goteaba de la carne desnuda que brillaba como nieve resplandeciente, completamente blanca excepto donde las magulladuras lívidas marcaban la cabeza afeitada. Sin embargo, aunque estaba calva, magullada y teñida a lo ídem, el rostro y la figura eran inconfundibles. Yo acababa de hablar con el original. La Princesa de Hielo. La maestra de Estudio Neo: Gineen Wammaker.

Blane les dijo a sus púrpuras que corrieran a llevar el molde a un preservatanque, para que no expirara antes de declarar. Pero la pálida figura me localizó y se detuvo. La voz, aunque seca y cansada, seguía siendo aquel famoso contralto hosco.

Se-señor Morris… veo que no ha escatimado con su cuenta de gastos. —Miró las ventanas, muchas de las cuales estaban destrozadas sin posibilidad de autorrepararse, y la puerta principal astillada—. ¿Se supone que tengo que pagar este caos?

Aprendí varias cosas de la observación de la marfil. Primero, debía de haber sido sidcuestrada después de que Gineen Wammaker me contratara, o la ídem no habría sabido quién era yo.