—Rita tengo novia fija.
—Sí, leí tu perfil. Una guerrera. Impresionante. ¿Habéis intercambiado votos completos o parciales?
—Clara no es mojigata. Reservamos el contacto verdadero-verdadero el uno para el otro…
—Eso está muy bien. Y es prudente. Pero no has respondido a mi pregunta.
—Idemsexo. Sí, bueno. Depende mucho de si lo cargas luego o no.
—Cosa que ninguno de los dos parece probable que vaya a hacer esta noche.
—Comprendo.
—En cuanto ala distracción. Quiero decir, ¿qué sentido tiene inhibirse cuando el mundo terminará dentro de una hora o así? La vida que puede ser salvada…
—¡Muy bien! Admito la propuesta. Ven acá.
—Oh, vaya.
—¿Qué?
—¡Albert, no escatimas en tus grises!
—Tú tampoco.
—HU ofrece amplificación supertáctil con descuento de empleado… Eso está bien…
—Sí. Vamos…
—Uh, espera, tengo una piedra debajo… Ya. Mejor. Ahora déjame sentir tu peso. Muy bien, Albert. Olvídalo todo.
—Muy bien. Es tan…
—Tan real. Casi como si…
—Como si… ¡Ah… ch-chíiis!
—¿Qué ha sido eso? ¿Acabas de… estornudar?
—Creía que habías sido tú. El polvo…
—¡Has sido tú! ¡Eres real, maldición! ¡Lo noto!
—Rita, déjame explicar…
—Quítate de encima, cabrón.
—Claro. Pero… ¿qué es ese tinte que se te borra del cuello? —Cállate.
—Y las lentes de contacto de tus ojos se han caído. Ya me pareció que tu textura era demasiado perfecta. ¡Tú también eres real!
—Creí que estabas muerto. Un fantasma, a punto de fundirse. Estaba intentando consolarte.
—¡Yo te estaba consolando a ti! ¿Qué era toda esa cháchara sobre la necesidad de distracción?
—Estaba hablando de ti, idiota.
—Parecía que estabas hablando de ti misma.
—Una buena excusa.
—¡Eh! ¿Crees que te habría tocado si lo hubiera sabido? Ya te he dicho que Clara y yo…
—Maldito seas.
—¿Por qué? Ambos mentimos, ¿no? Te diré mi razón para venir disfrazado, sí tú me dices la tuya. ¿Vale?
—¡Vete al infierno!
—¿No te alegras de que no estuviera en mi casa cuando la alcanzó ese misil? ¿Preferirías que estuviera muerto?
—Claro que no. Es que…
—Podría haber empezado a andar hace horas. Me quedé para…
—¡Para aprovecharte!
—Ritu, cada uno de nosotros pensó… oh, ¿qué sentido tiene?
—¡Es verdad!
—¿Qué? —¿Qué?
—¿Has murmurado algo?
—¡No! Es que…
—¿Sí?
—Sólo he dicho que… fue bonito… mientras duró.
—Sí… lo fue. ¿Y ahora de qué te ríes?
—Nos estaba imaginando, tumbados después, satisfechos por habernos «consolado» mutuamente… y luego esperando a que el otro empezara a derretirse. Y luego esperando un poco más…
—Je. Es gracioso. Lástima que lo descubriéramos demasiado pronto.
—Sí. Pero, ¿Albert?
—¿Sí, Ritu?
—Me alegro de que estés vivo.
—Gracias. Eres muy amable.
—Y ahora, ¿qué?
—¿Ahora? Supongo que echamos a andar. Sacamos una garrafa de plástico del coche, la llenamos con el agua de la charca y nos dirigimos al oeste.
—De vuelta a la ciudad. ¿Seguro que no quieres decir al sureste?
—¿Al sureste?
—A la cabaña de mi padre.
—Meseta Urraca. No sé, Ritu. Tengo un montón de problemas en casa.
—Y tienes que descubrir un montón de cosas antes de intentar resolverlos. La cabaña es privada, con enlaces-red protegidos. Podrías enviar palpadores, averiguar qué pasa antes de salir para enfrentarte a Eneas… o a quienquiera que esté detrás de todo esto.
Ya veo lo que quieres decir. ¿Podremos llegar a pie?
—Sólo hay una manera de averiguarlo.
—Bueno…
—Y pasaremos cerca del campo de batalla. ¿Fue por eso por lo que viniste en persona, en vez de enviar a un ídem?
¿Tan transparente soy, Ritu?
Soy lo bastante realista para saber, y envidiar, cuando alguien está enamorado.
—Bueno, Clara y yo… a los dos nos da reparo comprometernos, Pero…
—Muy bien, pues. Hagamos de tu amiga-soldado nuestro objetivo. Está oscureciendo, pero la luna ha salido y tengo un amplificador de luz en mi ojo izquierdo.
Yo también.
Podernos hacerlo al trote. Nuestros antepasados cruzaron este desierto hace mucho tiempo. Todo lo que ellos pudieron hacer lo podemos hacer nosotros, ¿no?
—Si tú lo dices, Ritu. Sé por experiencia que la gente puede convencerse de todo.
24
Psicocerámica
Nunca imaginé que ser el conejillo de indias de un científico loco fuese tan interesante.
Han pasado unas diez horas desde que mi reloj proteínico empezó a correr, disparando el reflejo salmón: la conocida prisa por nadar o correr o volar de vuelta a casa, salvando cualquier obstáculo, para vaciar los recuerdos de esta minivida en el copioso almacén de un cerebro humano real. Pero ese acuciante reflejo pronto remitió. Todos los reflejos-golem prensados en mi pseudocarne, allá en la fábrica, habían sido agotados por tina paliza física y química.
—Te acostumbrarás a los tratamientos de renovación —explicó idMaharal después de someterme a tormentos de vapor, chorros calientes y rayos cosquilleantes, dejando mi torso y mis miembros hinchados, temblando como en los primeros momentos en que sales del horno—. Sólo duele las primeras veces.
—¿Con cuánta frecuencia se puede hacer esto, antes de que…?
—¿Antes de que el deterioro inevitable lo haga inútil? El barro sigue siendo menos duradero que la carne. Este prototipo ha hecho hasta treinta renovaciones. Mi antiguo equipo en Universal tal vez haya superado ya esa cifra. Si Eneas no ha eliminado el proyecto… cosa que parece bastante probable a estas alturas.
«Treinta renovaciones», reflexioné.
Treinta veces el tiempo ídem normal. Una minucia en comparación con las muchas decenas de miles de días a los que tienes derecho en una vida moderna y múltiple. Pero con el élan fresco recorriendo mi cuerpo de barro, le respondí sinceramente a Maharal.
—’Tendrías mi agraaecimiento, sino fuera tu forma de prolongar mi cautiverio.
—Oh, vamos. Donde hay continuidad, hay esperanza.Piénsalo: ¡Treinta días para esperar y planear la huida!
—Tal vez. Pero dices que he estado aquí antes. Sidcuestrado y sometido a experimentos. ¿Escapó alguno de esos otros Albert?
—De hecho, tres encontraron astutas maneras de escapar. A uno lo detuvieron mis perros, ahí fuera. Otro se derritió al cruzar el desierto. ¡Y uno consiguió llegar hasta un teléfono! Pero ya habías anulado el código de crédito del pobre ídem, al cabo de una semana de su desaparición. Mi cazador robótico lo capturó antes de que consiguiera formatear un mensaje a través de una de las redes libres.
—Me aseguraré y dejaré los códigos activos mucho más tiempo en el futuro.
—¡Siempre optimista! —rió Maharal—. Te he hablado de los otros para demostrarte lo inútil que es escapar. Arreglé los fallos de seguridad que aprovechaste en esas ocasiones.
—Tendré que idear algo original, entonces.
—También sé cómo piensas, Albert. Te he estudiado durante años. —¿Sí? ¿Entonces por qué estoy aquí, idYosil? Hay algo en mí que te cabrea un montón. Algo que necesitas, ¿es eso?