¡Para mi completa sorpresa, Vic Eneas Kaolin quería contratarme como didtective!
—Bien. ¿Les gustaría tener una oportunidad de encontrar a los pervertidos que hicieron todo esto?
Lo dijo señalando un grupito de holoburbujas que llamaban nuestra atención. La mayoría mostraban el sabotaje a Hornos Universales, ahora ocupada por multicolores ídcros de reparación, como un hormiguero cuyas ocupadas hormigas se esforzaran por devolver la enorme fábrica a su sustancioso funcionamiento.
Otras burbujas mostraban las ascuas de una casita suburbana.
La oferta del multibillonario me dejó sin habla, aunque el pequeño golemcomadreja de Pallie se lo tomó con aplomo.
—Claro, podernos resolverle este caso. Pero tenemos que cobrar el cuádruple de la tarifa normal de Albert. Más gastos… incluida una casa nueva para sustituir la que acaban de volar.
«¿Qué tal conseguirle a Albert un nuevo cuerpo orgánico, ya puestos?», pensé cáustico. A veces Pal se esforzaba sorprendentemente por cosas sin importancia mientras ignoraba las esenciales. Como el hecho de que Albert Morris ya no existía. ¿Quién iba a ocuparse legalmente de aquel caso? Yo no tenía más capacidad legal que una tostadora parlante.
Kaolin ni se inmutó.
—Esos términos son aceptables, pero con la condición de que el pago dependa por completo de los resultados. Y de que el señor Morris resulte ser verdaderamente inocente, como la grabación-archivo sugiere.
—¡Sugiere! —exclamó Pal—. Ya ha oído la historia. ¡Engañaron a se pobre tipo! Lo torearon, prepararon, arrinconaron, se la dieron, lo estafaron, lo implicaron…
—Pal —traté de interrumpir.
—Lo acorralaron, se la jugaron. Un bobo. Un pelele, una tapadora, un panoli, un caraja, un peón…
—Es posible —le cortó Kaolin con un gesto de la mano—. O puede que el archivo estuviera preparado de antemano. Pregrabado para aportar una coartada plausible.
—Eso puede comprobarse —señalé yo—. Incluso enterrada en la garganta del gris, la grabadora habrá detectado el ruido ambiental de la ciudad. Gente hablando a su alrededor. El motor de un camión en una calle cercana. Sonidos apagados, pero con análisis intensivos cuadrarán con hechos reales, grabados por las publicaras cercanas.
—Bien —reconoció Kaolin, asintiendo—. No pregrabado, entonces. Pero podría ser una mentira. El gris podría haber ejecutado todos los movimientos, narrando mientras lo hacía, mientras fingía no ser uno de los conspiradores. Fingir inocencia…
—Ingenuidad, credulidad, estupidez…
—¡Cállate, Pal! Yo no… —sacudí la cabeza—. No creo que nada de todo esto sea ya asunto de nuestra incumbencia. ¿No debería entregar usted esta cinta a la policía?
IdKaolin frunció sus caros y realistas labios.
—Mi abogado dice que estamos en una delgada frontera entre el derecho civil y el derecho penal.
La sorpresa me hizo reír con amargura.
—Un acto de sabotaje industrial…
—Sin una sola víctima humana.
—Sin una sola… ¿Cómo demonios llama a eso?
Señalé con un dedo las burbujas de noticias, que mostraban una toma aérea de mi pobre casa quemada. La casa de Albert, quiero decir. Lo que sea. Respondiendo a mi vehemente atención, la burbuja se hinchó de tamaño, apartando a las demás y ampliando su imagen. Nuestro punto de vista se centró en varios especialids investigadores negros de la Unidad de Crímenes Violentos, que estudiaban el lugar. Profesionales de primera fila, buscando trozos de cuerpo. Y trozos del misil, sin duda.
—En este momento todavía no hay ninguna relación confirmada entre esa tragedia y lo que sucedió en HU.
Kaolin lo dijo con una cara tan seria que me quedé mirándolo varios segundos.
—Sólo podrá sostener esa afirmación unas horas como mucho, porbuenos que sean sus abogados. Cuando los polis encuentren mi cadáver… quiero decir, el de Albert…y cuando tomen declaración a los testigos y cámaras de HU, su compañía de seguros no tendrá más remedio que cooperar con las autoridades. La policía se enterará de que encontraron algo pequeño e importante entre la espuma tras el ataque priónico. Si finge que no encontró nada, uno de sus empleados contratados…
—Me delatará, esperando cobrar el dinero de un soplo. Por Payar, no soy ningún tonto. No intentaré mantener a la policía apartada de la grabación. No durante mucho tiempo, quiero decir. Pero un breve retraso podría resultar de ayuda.
—¿Cómo?
—¡Ya lo tengo! —trinó el miniídem de Pal con evidente placer y una sonrisa de hurón de oreja a oreja—. Quiere que los saboteadores crean que han tenido éxito. Suponiendo que no supieran nada del pequeño grabador del idgris, puede que piensen que están a salvo. ¡Eso nos da tiempo para ir tras ellos!
—¿Tiempo? —exclamé—. ¿Qué tiempo? ¿Se han vuelto todos locos? ¡Me cocieron hace casi veinte horas! Mi reloj está a punto de agotarse. Apenas tengo tiempo suficiente para cenar y ver una pelid. ¿Qué le hace pensar que puedo investigar un caso en condiciones como éstas, aunque quisiera?
En ese punto, Eneas Kaolin sonrió.
—Oh, tal vez pueda dar marcha atrás a ese reloj suyo.
Al cabo de menos de media hora salí del mayor de los aparatos que el magnate tenía en su laboratorio-sótano. Una siseante y humeante máquina que me martilleó, bombardeó, roció y me masajeó hasta que me dolió todo el cuerpo… como aquella vez que Clara me llevó a un curso calisténico del Ejército sobre carnerreal y adelgazamiento. Mi húmeda pseudopiel de barro chispeaba desconcertada con el élan recién inyectado. Si no explotaba o me fundía en los siguientes minutos, podría enfrentarme al mundo.
—Este aparatito suyo va a cambiar un montón de cosas —comentó Pal desde un asidero cercano, lamiéndose un miembro brillante.
—Tiene sus pegas —respondió idKaolin—, como el coste prohibitivo, lo que puede impedir su comercialización. Sólo había dos prototipos y… no todos los resultados han sido satisfactorios. —Y ahora me lo dice —gruñí—. No, por favor, no me haga caso.
Los mendigos no pueden elegir. Gracias por alargar esta supuesta vida. Al mirarme, vi que me habían dado gratis un cambiode color. El tercero en un día. Ahora tenía el color de un gris de alta calidad. Bueno, bueno. ¿Quién dice que no se puede progresar en la vida? Puede haber progreso, incluso para un frankie.
—¿Dónde piensan ir primero? —preguntó el multibillonario platino, ansioso de que nos pusiéramos en marcha. Aunque no soy Albert Monis, traté de imaginar qué haría mi hacedor, el detective privado profesional.
—A ver a la Reina frene —decidí—. Vamos, Pal. Vamos al Salón Arco Iris.
Kaolin nos dejó un recio cochecito de la flota de la compañía, sin duda con un transmisor para seguir nuestros movimientos y un detector de sonido también. IdPal tuvo que acceder a no descargar en el Pal original, y ano contactar con su archi. De hecho, teníamos órdenes de no decirle a nadie más lo que habíamos descubierto en el sótano de la mansión.
Fueran o no estrictamente legales aquellas órdenes, yo estaba seguro de que Kaolin tenía algún modo de obligarnos a cumplirlas, o nunca nos habría dejado marchar. Tal vez era mi turno de llevar una bomba. ¿Algo pequeño, insertado mientras mi cuerpo se renovaba en aquella siseante máquina experimental de restauración? No tenía modo inmediato de averiguarlo… ni ningún motivo, mientras nuestros objetivos fueran los mismos.
Llegar a la verdad. Eso era lo que nos interesaba a todos, ¿no? A mí y a Kaolin. Pero ¿cómo podía saberlo?
Una y otra vez, la misma pregunta asaltaba mi mente. ¿Por qué yo?
¿Por qué contratar al burdo frankie verde de un detective privado cuya conducta debía de resultar ya preocupante a los ojos de Kaolin? Aunque el gris de Albert no hubiera sido uno de los conspiradores, era su panoli inadvertido… como Pal tan pintorescamente lo había expresado.