Tal vez prefería la compañía de la bella heredera, Ritu Maharal.
Hijo de puta.
A veces sólo ves claramente cuando estás fuera. O mejor aún, convirtiéndote en alguien nuevo.
Muy bien, eso me trae al presente. Mi historia ha terminado. Entregaré una copia para el depósito… por si hay algún Albert por ahí a quien le importe escuchar. Y enviaré un informe abreviado a la señorita Ritu Maharal. Ella fue la última Mienta de Albert, justo antes del ataque con el misil, así que supongo que se merece que le diga que pienso que Eneas Kaolin se ha vuelto un loco asesino.
Pero en realidad lo estoy haciendo por Clara. Ella es el motivo por el que me quedé bajo este chador diez minutos más, rápido-recitando una narración en primera persona de todo lo que he visto y hecho durante el último par de días, hasta este momento. Lo hago a pesar de las amenazas del pequeño idhurón de Pal, que me avisa que cada segundo añadido nos expone más al peligro. Bien por parte de Kaolin o de algún enemigo desconocido, quizás incluso peor.
Da igual. Mi informe probablemente no importará. He descubierto sólo unas cuantas piezas del rompecabezas, después de todo. Estoy muy lejos. de resolver el caso, con toda seguridad.
Tal vez sólo dupliqué un trabajo que ya había sido hecho por otras versiones «mías„ mucho mejores.
Demonios, ni siquiera sé adónde iré a continuación… aunque tengo unas cuantas ideas.
Con todo, puedo decirte una cosa, Clara:
«Mientras este trocito de alma continúe, te recordaré. Hasta que el tanque de reciclado me reclame finalmente, tengo algo, y alguien, por quien vivir.»
33
Impresiones duraderas
¡Caray!
Este lugar es sorprendente.
Debo pasar a tiemporreal, para describir lo que estoy viendo.
Incluso así, ¿puedo hacerle justicia? Sobre todo teniendo que gruñir aun diminuto grabador-implante que le quité a un golem muerto. Un implante que tal vez no funcione correctamente.
Y sin embargo, ¿qué puedo hacer excepto intentarlo? No mucha gente es testigo de este espectáculo. No sin que le borren después los recuerdos del cerebro.
Un ejército entero está firmes ante mí, clasificado según el rango y la especialidad por escuadrones, pelotones, compañías y regimientos. Proyectando largas sombras a la tenue luz, fila tras fila de figuras fornidas se extienden en la distancia. Ni vivos ni sin vida, silenciosos en el helado aire seco de una profunda caverna subterránea que debe extenderse durante kilómetros, cada soldado está cubierto por una fina capa de gelvoltorio para mantener la frescura, esperando una orden que puede no llegar nunca: una orden para encender las luces y conectar los hornos cercanos, despertando de su sueño a una legión de monstruos de barro.
El cabo Caen dice que tienen un lema en su escuadrón: «Abrir, hornear, servir… y proteger.»
Ese toque irónico, una nota de humor autodespectivo, me tranquiliza. Un poco. Supongo.
Oh, no es una sorpresa demasiado grande. Siempre ha habido rumores de un arsenal secreto (o más de uno) donde se conserva el poder militar real de la nación, dormido pero siempre dispuesto. Sin duda los generales y planificadores del Dodecaedro saben que veinte pequeños batallones de reserva, como el de Clara, no serán suficientes si la guerra real regresa alguna vez. Todo el mundo da por sentado que esas unidades de gladiadores-actores constituyen la punta del iceberg.
Sí, pero verlo ahora, con mis propios ojos…
—Vamos —dice idChen, indicándonos que sigamos su forma simiesca—. Por aquí está el datapuerto seguro que prometí.
Ritu se ha estado frotando la cara con una toallita para quitarse los restos de maquillaje gris desde que entramos en el túnel que corre bajo las profundidades del enorme complejo militar. Sólo que ahora la toallita cuelga de una mano flácida mientras contempla las interminables filas de soldados-golem, firmes en sus finas crisálidas de conservación.
—Sorprendente. Comprendo por qué construyeron esta instalación aquí, bajo la base, para que los guerreros que se entrenan puedan imprimar rápidamente copias para este arsenal. Pero sigo sin entender… —Indica las rígidas brigadas que se alzan ante nosotros—. ¿Por qué necesitan tantos?
Encogiéndose de hombros, Chen se resigna a ser nuestro guía turístico.
—Porque el otro bando puede haber hecho incluso más. —Da un paso zambo hacia nosotros—. Piénselo, señorita. Es barato abrir agujeros. Igual que crear un ejército de ídems preimprintados. No hay que gastar nada en comida ni entrenamiento. No hay seguros ni pensiones y muy poco mantenimiento. Tenemos la confirmación de que lo han hecho en más de una docena de países, algunos de ellos poco amistosos. Los indis tienen su ejército en una gran caverna bajo Lava. Los han del sur, los guats, y los gujarats, todos tienen niegahordas ocultas bajo tierra. Después de todo, ¿quién resiste la tentación? Imagine disponer de una fuerza militar más grande que la de los prusianos en el Maree… una fuerza que puede ser movilizada y transportada a cualquier lugar del inundo en cuestión de horas. Con cada soldado completamente preparado, dotado con las habilidades y la experiencia de un veterano endurecido en la batalla.
—Da miedo —respondí.
Chen asiente.
—Eso nos obliga a tener lo mismo: un cuerpo de defensores, dispuesto para alzarse en pocas horas. En cierto modo, es simplemente cuestión de superar al enemigo.
—Quiero decir que la situación en conjunto da miedo. Esta especie de loca carrera armamentística…
—Tranquila. Considérelo didsuasión: nos aseguramos de que el otro tipo sepa que no saldrá ileso si alguna vez intenta lanzarnos el primer golpe. La misma lógica les funcionó a nuestros antepasados, allá en la era de las nucleares, o ahora no estaríamos aquí hablando.
—Bueno, pues yo opino que apesta —comenta Ritu.
—Amén, señorita. Pero hasta que los políticos consigan por fin negociar un tratado, uno con auténtica capacidad para inspeccionar sobre el terreno, ¿qué otra cosa podernos hacer?
Es mi turno de hacer una pregunta.
—¿Qué hay del secreto? ¿Cómo puede mantenerse esto en esta época? La Ley Secuaz…
—Está diseñada para atraer a los soplones. Cierto. Sin embargo nadie de dentro ha hablado abiertamente de este ejército enterrado. Y el motivo es sencillo, Albert. La Ley Secuaz está diseñada contra la actividad criminal. ¿Pero no crees que los jefazos del Dodecaedro estudiaron con cuidado la legalidad? Nunca negaron tener una reserva de fuerzas de defensa. No hay nada oculto ni ilícito, ninguna persona real ha sido herida de ninguna forma, así que no hay recompensa al soplón. ¿De qué le serviría a nadie denunciar este lugar, entonces? Lo único que conseguiría por las molestias es una denuncia contra las ganancias de toda su vida, para ayudar a pagar el coste de trasladar nuestro ejército de golems a otra parte.
Chen nos mira con suspicacia a Ritu y a mí.
—Y eso os incluye a vosotros dos, por cierto, por si os da por volveros rectos. No nos importan los rumores privados. Id y charlad de generalidades y exagerad con vuestros amigos, si queréis. Pero no pongáis ninguna pix ni detalles de localización en la Red, o acabaríais profundamente endeudados, haciendo pagos mensuales al Dodec. De por vida.
En el mismo »momento en que dijo eso, yo estaba usando el implante de mi ojo izquierdo para grabar la escena. «Para uso privado», me dije.
Tal vez debería borrarla.
—Ahora —insiste Chen—. Vamos a llevaros a ese portal seguro que prometí.