Todavía un poco aturdidos por la velada amenaza del cabo, Ritu y yo lo seguimos en silencio dejando atrás nuevas filas de modernos jenízaros, silenciosos como estatuas, la mayoría teñidos con un estampado azul de camuflaje. De cerca se ve realmente lo grandes que son estos golems de combate. Miden más del doble del tamaño normal, con gran parte de la diferencia dedicada a células de energía extra, para dotarlos de fuerza, resistencia y sensores ampliados.
Aunque la mayoría de las figuras son de miembros gruesos y hombros anchos, sigo buscando la cara de Clara. Sin duda que a ella le habrán pedido que esté entre los moldes, para infundir su habilidad y su espíritu combativo en cientos, quizás incluso miles de duplicados. Me molesta un poco que ella nunca me dijera nada… ¡al menos que no me comentara la escala de todo esto!
Ritu continúa presionando a Chen mientras caminamos.
—Me parece que hay otro peligro aparte de los enemigos extranjeros. ¿No es esta legión una especie de tentación para los que tienen la sartén por el mango? ¿Y si los dodecs, o el presidente, o incluso el protector en jefe, deciden alguna vez que la democracia es demasiado molesta? Imagine a un millón de golems de combate plenamente equipados esparciéndose por el terreno como hormigas furiosas, capturando todas las ciudades en un golpe…
—¿No hubo una pelid con ese mismo argumento, hace unos años? Recuerdo que tenía muy buenos efectos y un montón de acción. Hordas de monstruos de cerámica tiesos y gritando con voz ronca, cargándose todo lo que se interponía en su camino… excepto al héroe, por supuesto. ¡De algún modo, nunca le daban! —Riéndose, Chen abarca con un gesto de su largo brazo a las compañías que nos rodean—. Pero, sinceramente, es muy descabellado. Porque cada uno de estos chicos de masa fue imprintado por un ciudadano reservista licenciado, estrictamente según las regulaciones. Tienen nuestros recuerdos y nuestros valores. Y es difícil orquestar un golpe cuando todos tus sicarios están hechos con tipos como yo, y Clara, que casualmente pensamos que la democracia está bien.
»También están codificados para autodestruirse, y las cifras están distribuidas… —Chen calla, sacude la cabeza—. No, olvide las medidas de seguridad. Si no confía en los procedimiento„ 7la profesionalidad, confíe en la lógica.
—¿Qué lógica, cabo?
Chen palmea el flanco envuelto en plástico de un soldado-golem cercano, quizás uno que contiene un duplicado de su propia alma.
—La lógica de la expiración, señorita. Incluso aumentados con combustible extra, un id de batalla como éste no puede durar más de cinco días. Una semana, corno máximo. La desafío a que encuentre un medio de conservar esas ciudades cautivas, después de eso. Ningún grupito de conspiradores podría imprintar suficientes reemplazos.
Y ningún grupo grande podría mantener un plan semejante en secreto hoy en día.
»No, el propósito de este ejército es contener la primera oleada de un ataque sorpresa enemigo. Después, será la gente la que tenga que defenderse y defender la civilización. Sólo la gente podrá proporcionar suficientes almas y valor para un conflicto abierto. —Chen se encoge de hombros—. Pero eso ya era cierto en los tiempos del abuelo, yen los de su abuelo antes que él.
Ritu no tiene ninguna respuesta para esto y yo consigo permanecer callado. Así que Chen se vuelve de nuevo para conducirnos rápidamente ante más regimientos, cada uno perfectamente situado tras el otro, hasta que perdemos la cuenta de sus filas, asombrados por el enorme recinto de guardianes mudos.
Ritu está especialmente incómoda aquí. Nerviosa y distante, al contrario que al cruzar el desierto juntos. Es posible que en parte tenga que ver con su propio problema para fabricar ídems, y no poder predecir nunca lo que sucederá cuando imprinta. A veces todo sale normaclass="underline" la Ritu-golem emerge lo suficientemente parecida a ella para compartir las mismas ambiciones y realizar las tareas asignadas, y luego regresar al final del día para la carga de rutina. Otras copias se desvanecen misteriosamente, sólo para enviar crípticos mensajes cínicos.
¿Puedes imaginar cómo es recibir las burlas de alguien que conoce todas las cosas íntimas que has hecho o has pensado?
—Entonces, ¿por qué imprintas? —pregunté durante nuestra larga caminata por el desierto.
¿No lo ves? ¡Trabajo en Hornos Universales! Crecí en el negocio de la barroanimación. Es lo que sé. Y para hacer negocios hoy en día tienes que copiar. Así que horneo un par de golems cada mañana y espero lo mejor.
»Con todo, cada vez que se trata de una cita urgente, o hay que hacer algo bien, intento hacerlo en persona.
Corno este viaje para investigar la cabaña de su padre y el sitio donde murió. Cuando invité a Ritu, ella decidió invertir un día de vida real. Sólo que se han convertido en varios, desde que ese maldito «Kaolin» nos emboscó en la autopista. Está atrapada lejos de la ciudad, sin contactos y acercándose lentamente a nuestro objetivo. Debe de ser frustrante para ella…
Y también lo es para mí. Llegar hasta aquí y descubrir que Clara se ha ausentado sin permiso para ir a hurgar en las ruinas de mi casa mientras yo estoy atrapado en el desierto. Maldición, espero que lleguemos pronto al portal seguro de Chen. Tengo que encontrar un modo de ponerme en contacto…
¡Por fin!
Las columnas de soldados de barro se acaban de una vez. Dejamos atrás a los silenciosos guardianes, sólo para pasar bajo sombras más grandes: fila tras fila de altos autohornos, ahora apagados, pero preparados para conectarse rápidamente y cocer guerreros frescos en gigantescas hornadas, estimulando sus células de almacenamiento de élan para darles una vigorosa actividad y enviar divisiones enteras al auto-sacrificio y la gloria.
Los logotipos de las grandes compañías se alzan sobre nosotros, estampados orgullosamente en estos colosos mecánicos. Ningún símbolo es más prominente que la H y la U inscritas en círculos. Sin embargo Ritu no parece orgullosa, sólo nerviosa, y se frota los hombros y los brazos, y su mirada salta a derecha e izquierda. Tiene la mandíbula apretada y tensa, como si caminar fuera un ejercicio de pura fuerza de voluntad.
Ahora Chen nos guía a través de una verja deslizante hasta otra enorme cámara donde innumerables armaduras cuelgan de ganchos del techo. Un bosque de conjuntos de casco-y-caparazón de duralita, dispuestos para deslizarse sobre los cuerpos todavía calientes del horno. Tenernos que avanzar con cuidado por una estrecha avenida entre hileras, rozando con los hombros uniformes y calzas de metal, agitando juegos de monos refractarios en espectral movimiento.
No puedo evitar sentirme minúsculo, como si fuéramos niños, mientras caminamos de puntillas por un vestuario para gigantes. Esta cámara es aún más intimidatoria que la asamblea de soldados-golea. Tal vez porque aquí no hay ningún alma. Ese idejército era humano, después de todo. Bueno, más o menos humano. Pero esta armería tiene la fría falta personalidad del silicio. Vacíos, los trajes me recuerdan inquietantemente a robots: letalmente inexplicables y carentes de conciencia.
Por fortuna, seguimos avanzando. Minutos más tarde estamos al otro lado, ¡y me alegro de salir de ahí!
En cuanto salimos del «vestuario», Chen me llama para que me reúna con él en la barandilla de un balcón.
— ¡ Albert, tienes que ver esto! Te parecerá interesante, si Clara ha tenido alguna influencia sobre ti.
Al reunirme con él en la barandilla, veo que la terraza da a una tercera galería inmensa, situada un poco por debajo de ésta, que condene el mayor conjunto de armas que he visto jamás: de todo, desde armas pequeñas, pasando por lanzallamas, hasta helico/raptores, ordenado y apilado en estantes, como un gran emporio de destrucción. Una biblioteca central de la guerra.
Chen sacude la cabeza, apenado.
—Insisten en guardar el mejor material aquí, en reserva. Por si acaso, dicen. Pero me gustaría poder usar este material arriba, durante alguno de los encuentros regulares. Como contra esos indis con los que estamos luchando esta semana. Duros hijos de puta. Sería magnífico si…
El idcabo se detiene bruscamente, ladeando su cabeza simiesca.
—¿No has oído algo?
Durante un segundo, estoy seguro de que me está tomando el pelo. Este extraño lugar parece perfecto para dar un susto. Pero luego… Sí, un leve rumor. Ahora lo oigo.
Al mirar hacia abajo, veo por fin unas figuras que se mueven entre las distantes filas de estantes. Algunos son negro azabache y otros del color del acero, y llevan instrumentos y carpetas, y se asoman a los aparatos de muerte almacenados.
Chen susurra una maldición.
—¡Rayos! ¡Deben de estar haciendo una auditoría! Pero, ¿por qué ahora?
—Creo que lo imagino.
Me mira con ojos oscuros bajo su salida frente de simio. Comprende de golpe.
—¡El misil hoodoo! El que frió a tu archi y tu casa. Creí que era otro trabajito casero, como los que hacen los matones urbanos y los criminales en sus sótanos. Pero los jefazos deben de sospechar que lo robaron de aquí. ¡Maldición, tendría que haberlo pensado!
¿Qué puedo decir? La posibilidad se me ocurrió hace tiempo. Pero no quiero asustar a Chen cuando está siendo útil.
—¿Por qué querría nadie del Ejército verme muerto? Lo admito, Clara ha amenazado con romperme la espalda unas cuantas veces… El chiste no tiene gracia. El idsimio de Chen se inquieta. —Tenernos que salir de aquí. ¡Ahora mismo!
—Pero prometiste llevarnos…
—¡Eso era cuando creía que el lugar estaba vacío! Y antes de que se me ocurriera que pudiera estar implicado armamento militar. ¡Y desde luego no voy a meteros de cabeza en medio de un equipo de estirados servidores de la ley!
Chen me agarra por el brazo. —Cojamos ala señorita Maharal y…
La frase queda ahogada cuando los dos nos volvernos y miramos. Ritu estaba justo detrás de nosotros.
Ahora ya no está. El único vestigio es una conmoción a lo largo de una fila de monos de combate colgados, una onda que se pierde en un mar ondulante de torsos que se encogen y cascos que asienten y se inclinan amablemente tras su estela.