Chen sacude la cabeza, apenado.
—Insisten en guardar el mejor material aquí, en reserva. Por si acaso, dicen. Pero me gustaría poder usar este material arriba, durante alguno de los encuentros regulares. Como contra esos indis con los que estamos luchando esta semana. Duros hijos de puta. Sería magnífico si…
El idcabo se detiene bruscamente, ladeando su cabeza simiesca.
—¿No has oído algo?
Durante un segundo, estoy seguro de que me está tomando el pelo. Este extraño lugar parece perfecto para dar un susto. Pero luego… Sí, un leve rumor. Ahora lo oigo.
Al mirar hacia abajo, veo por fin unas figuras que se mueven entre las distantes filas de estantes. Algunos son negro azabache y otros del color del acero, y llevan instrumentos y carpetas, y se asoman a los aparatos de muerte almacenados.
Chen susurra una maldición.
—¡Rayos! ¡Deben de estar haciendo una auditoría! Pero, ¿por qué ahora?
—Creo que lo imagino.
Me mira con ojos oscuros bajo su salida frente de simio. Comprende de golpe.
—¡El misil hoodoo! El que frió a tu archi y tu casa. Creí que era otro trabajito casero, como los que hacen los matones urbanos y los criminales en sus sótanos. Pero los jefazos deben de sospechar que lo robaron de aquí. ¡Maldición, tendría que haberlo pensado!
¿Qué puedo decir? La posibilidad se me ocurrió hace tiempo. Pero no quiero asustar a Chen cuando está siendo útil.
—¿Por qué querría nadie del Ejército verme muerto? Lo admito, Clara ha amenazado con romperme la espalda unas cuantas veces… El chiste no tiene gracia. El idsimio de Chen se inquieta. —Tenernos que salir de aquí. ¡Ahora mismo!
—Pero prometiste llevarnos…
—¡Eso era cuando creía que el lugar estaba vacío! Y antes de que se me ocurriera que pudiera estar implicado armamento militar. ¡Y desde luego no voy a meteros de cabeza en medio de un equipo de estirados servidores de la ley!
Chen me agarra por el brazo. —Cojamos ala señorita Maharal y…
La frase queda ahogada cuando los dos nos volvernos y miramos. Ritu estaba justo detrás de nosotros.
Ahora ya no está. El único vestigio es una conmoción a lo largo de una fila de monos de combate colgados, una onda que se pierde en un mar ondulante de torsos que se encogen y cascos que asienten y se inclinan amablemente tras su estela.
34
Captando lo real
Puede ser difícil penetrar en la mente de un genio.
Normalmente eso no es causa de preocupación, ya que, como es sabido, la auténtica brillantez es directamente proporcional a la decencia, casi siempre: un hecho en el que los demás confiamos más de lo que creemos.
El mundo real no cuenta con tantos artistas locos, generales psicóticos, escritores dispépticos, hombres de Estado maníacos, magnates insaciables o científicos locos como salen en los dramas.
A pesar de todo, las excepciones dan al genio su imagen ambivalente: vivaz, dramático, algo loco, y más que un poco peligroso. Eso contribuye a fomentar la idea romántica, popular entre los tipos límite, de que debes ser escandaloso para estar dotado, insufrible para ser recordado, arrogante para ser tomado en serio.
Yosil Maharal debe de haber visto demasiadas películas malas en su infancia, pues se tragó el tópico enterito. Solo en su fortaleza secreta, sin nadie ante quien responder (ni siquiera suyo real), puede encarnar el papel del científico loco hasta el límite. Peor, cree que en mí está la clave de un rompecabezas: su única oportunidad de conseguir la vida eterna.
Atrapado en su laboratorio, esposado e indefenso, empiezo a sentir un tirón bien conocido: el reflejo salmón. Una llamada familiar que la mayoría de los golems de alto nivel sienten al final de un largo día. La urgencia por correr a casa a descargar, sólo que ahora amplificada muchas veces por estas extrañas máquinas.
Siempre he podido evitarlo, cuando es necesario. Pero esta vez el reflejo es intenso. Una necesidad agónica, mientras me debato contra las ligaduras que me retienen, ajeno a cualquier daño que pueda causar a mis miembros. Un millón de años de instinto me dicen que proteja el cuerpo que llevo. Pero la llamada es más fuerte. Dice que este cuerpo no importa más que un conjunto barato de ropa de papel. Lo que cuentan son los recuerdos…
No. Los recuerdos no. Algo más. Es…
No tengo una terminología científica. Todo lo que conozco ahora es el ansia. Por volver. Por regresar a mi cerebro real.
Un cerebro que ya no existe, según idYosil, quien me informó hace un rato de que el cuerpo real de Albert Morris (el cuerpo que mi madre trajo al mundo hace más de doce mil días) fue reducido a cenizas el martes pasado junto con mi casa y mi jardín. Junto con mis notas del colegio y el uniforme de lobato scout. Junto con mis trofeos de atletismo y la tesis doctoral que siempre quise terminar algún día… y los recuerdos de más de un centenar de casos que resolví, ayudando a descubrir villanos, enviando a los peores a terapia o a la cárcel.
Junto con la cicatriz de bala en mi hombro izquierdo, que Clara solía acariciar cuando hacíamos el amor, a veces añadiendo marcas de dientes que se desvanecían gradualmente de mi resistente carnerreal. Carne que ya no existe. Eso me han dicho.
No tengo forma de saber si Maharal está diciendo la verdad sobre esta calamidad. Pero, ¿por qué mentir aun prisionero indefenso?
Maldición. Trabajé duro en ese jardín. Los melocotones dulces habrían madurado la semana que viene. Bueno, estoy llegando a algún sitio con esta política: me distraigo con inútil cháchara interna. Es una forma de luchar. ¿Pero cuánto tiempo podré mantenerlo antes de qua el reflejo amplificado por volver a casa me haga pedazos?
Peor, el golem-Maharal está hablando también. Parlotea mientras trabaja en su consola. Tal vez lo hace por nervios. O como parte de un plan diabólico para alterar los míos.
—… así que todo empezó décadas antes de que Jefty Annonas descubriera la Onda Establecida. Dos tipos llamados Newberg y d’Aquih localizaron variaciones en la función neural humana, usando primitivas máquinas de imágenes de principios de siglo. Estaban especialmente interesados en las diferencias que aparecían en la zona de orientación, en la parte trasera del cerebro, durante la meditación y la oración.
»Descubrieron que los adeptos espirituales (desde monjes budistas a evangélicos extasiados) todos aprendían al parecer a reducirla actividad en esta zona neural especial, cuya función es enlazar datos sensoriales creando la sensación de dónde acaba el yo y dónde empieza el resto del mundo.
»Lo que esos buscadores religiosos podían hacer era eliminar la percepción de un límite o separación entre el yo y el mundo. Un efecto (un presentimiento de unión cósmica o unidad con el universo) acompañado por la liberación de endorfinas y otros elementos químicos placenteros que reforzaba el deseo de regresar al mismo estado una y otra vez.
»En otras palabras: ¡la oración y la meditación creaban una adicción psicoquímica a la santidad y la unidad con Dios!
»Mientras tanto, otros investigadores buscaban el emplazamiento de la conciencia o el locus imaginario donde suponernos que existen nuestros yoes esenciales. Los occidentales tienden a creer que está localizada detrás de los ojos, que mira a través de ellos, como un diminuto homúnculo que vive dentro de la cabeza. Pero algunas tribus nooccidentales tenían una creencia distinta: que sus verdaderos yoes habitaban en el pecho, cerca del corazón latente. Los experimentadores descubrieron que podían persuadir a los individuos para que cambiaran esta sensación de dónde reside el yo o el alma. Se te podía entrenar para que lo imaginaras fuera de tu cuerpo. ¡Situado en algún objeto cercano… incluso un muñeco hecho de barro! —En medio de esta cháchara, el profesor, de vez en cuando, me dedica una sonrisa—. ¡Piensa en la excitación, Alberti Al principio, estas pistas no se relacionaron. Pero algunos valientes visionarios no tardaron en advertir lo que pasaba: eran piezas de un gran rompecabezas al principio y, luego, una puerta a un reino tan grande y complejo como el universo de la física… e igual de lleno de posibilidades.