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—Al principio pensé… que tú podrías ser el responsable. Después de perseguirme durante años… Pero ahora sé… que tienes tan pocas pistas… como de costumbre… Morrissss.

Yo no estaba allí de pie, inhalando gases desagradables, para que me insultaran.

—Bueno, pues sin pistas o no, he quitado de la circulación esta operación tuya. Y acabaré con las otras…

—¡Demasiado tarde! —El amarillo se sacudió con una tos entrecortada al reírse amargamente—. Ya han sido tomadas… por…

Me acerqué, casi atragantándome con la peste a deterioro que emanaba de las grietas de la piel del golem. Tenían que haber pasado horas desde su plazo final y aguantaba sólo a fuerza de voluntad.

— ¿Tomadas, dices? ¿Por quién? ¿Otro pirata de copyrights? ¡Dame un nombre!

Sonreír hizo que la boca se partiera, separando capas de piel pseudoamarilla y descubriendo el cráneo de cerámica que se desmoronaba.

Ve a Alfa… ¡Dile a Betzalet que proteja el emet!

— ¿Qué? ¿Que vaya a quién?

¡La fuente! Dile a Ri…

Antes de que pudiera decir nada más, algo chasqueó. Una de las piernas de Beta, supongo. La expresión petulante desapareció, sustituida en aquel rostro esquelético por una expresión de súbito temor. Durante un breve instante, me pareció que podía ver la Onda Establecida del Alma a través de los vidriosos ojos de barro de Beta.

Gimiendo, el ídem se perdió de vista…

…seguido de una salpicadura. Mientras las emanaciones borboteaban, ofrecí una débil bendición.

—Adiós.

Y salté de vuelta al callejón. ¡Una cosa que no necesitaba en aquel momento era dejar que entrara en mi cabeza otro de los perversos jueguecitos paranoicos de Beta! De todas formas, el breve encuentro había sido grabado por el implante de mi ojo. Mi golem ébano, tan analítico él, podría reflexionar sobre las palabras más tarde.

Un trabajo como el mío requiere concentración. Y habilidad para juzgar qué es relevante.

Así que aparté el incidente de mi mente.

«Hasta la próxima vez», pensé.

De vuelta en Alameda, decidí no esperar a que Blane terminara en el sótano. Que me idenviara un informe. El trabajo estaba hecho. Mi parte, al menos. Regresaba ami coche cuando una voz femenina me llamó.

— ¿Señor Morris?

Durante un breve instante pensé que Gineen Wammaker, la real, había venido a felicitarme. Sí, lo sé. Qué iluso.

Me volví para ver a una morena. Más alta que la maestra, menos voluptuosa, con el rostro algo más estrecho y una voz algo más aguda. Con todo, merecía la pena mirarla. Su piel tenía uno de los diez mil tonos de auténtico marrón humano.

—Sí, soy yo.

Ella me tendió una tarjeta cubierta de garabatos fractales que automáticamente pusieron en marcha los ópticos de mi ojo izquierdo, pero las pautas eran demasiado complejas o recientes para que mi obsoleto sistema de imágenes las descodificara. Irritado, mordí un incisivo para almacenar la imagen. Nell podría resolver el acertijo más tarde.

—¿Qué puedo hacer por usted, señorita?

Tal vez era una olisqueadora de noticias, o una perver de la acción. —Primero, déjeme que lo felicite por el éxito de esta mañana. Es usted famoso, señor Morris.

—Mis quince segundos —respondí automáticamente.

—Oh, más que eso, creo. Sus habilidades ya habían llamado nuestra atención, antes de este golpe. ¿Puedo pedirle que nos atienda un momento? Alguien quiere conocerlo.

Indicó la calle, donde había aparcada una enorme limusina, un poco más abajo. Un Yugo de aspecto caro.

Me lo pensé. La maestra esperaba que lo llamara para confirmarle que los juguetes Wammaker de tercera mano ya no seguirían inundando el mercado. Pero demonios, soy humano. Por dentro, me sentía como si ya hubiera informado a la única Gineen, la ídem blanca. ¿Por qué debería tener nadie que hacer eso dos veces? Absurdo, lo sé. Pero la señorita Fractal me dio una excusa para posponer aquel desagradable deber.

Me encogí de hombros.

— ¿Por qué no?

Ella sonrió y me tomó del brazo, al estilo de los antiguos años treinta, mientras yo me preguntaba qué quería. A algunos titis de la prensa les encanta olisquear detectives después de un buen espectáculo… aunque los periodistas rara vez conducen Yugos.

La puerta de la limusina se abrió y el escalón bajó, así que apenas tuve que agachar la cabeza para entrar. El interior estaba en penumbra. Y era lujoso. Huecos bioluminiscentes y molduras de madera real. Cojines de pseudocarne, agitándose voluptuosamente, como regazos de bienvenida, me llamaban. En el bar brillaban escanciadores y copas de cristal. Bonito. Llamativo.

Y allí, sentado cruzado de piernas en el asiento trasero, como si fuera el dueño de todo, había un golem gris claro.

Es un poco extraño ver a un rox viajando con estilo con una atractiva rig de ayudante, ¿pero qué mejor manera de alardear de tu riqueza? De hecho, mi anfitrión parecía como si hubiera nacido gris. Pelo plateado y piel como de metal, todo ángulos y pómulos altos… no era gris, advertí, sino una especie de platino.

«Me resulta familiar.» Intenté enviar una imagen a Nell, pero la limusina estaba protegida. El golem de platino sonrió, como si supiera exactamente qué había sucedido.

Me sentí un poco más cómodo sabiendo que aquella criatura no tenía derechos legales. «¿Y qué? Todavía podría comprarte y venderte en un segundo», me dije, tomando asiento frente a él mientras la señorita Fractal ocupaba un cojín vivo entre nosotros. Tras abrir la nevera de la limusina, sacó una botella de Tuborg y me sirvió un vaso. Hospitalidad básica. Mi copita de la mañana es cuestión de archivos públicos. No hay puntos por investigar.

Señor Morris, permítame que le presente a Vic Eneas Kaolin.

Conseguí no demostrar sorpresa. ¡No era extraño que me resultara familiar! Uno de los fundadores de Hornos Universales, Kaolin era uno de los hombres más ricos de toda la costa del Pacífico. Estrictamente hablando, el «Vic» honorífico (como el «señor») sólo debería ser empleado con la persona real, el original que puede votar. Pero desde luego yo no iba a ponerme quisquilloso si aquel tipo quería que su elegante zángano fuera llamado Vic… o Lord Patata, si se le antojaba.

Es un placer conocerlo, Vic Kaolin. ¿Hay algún servicio que pueda ofrecerle?

El brillante ídem de metal me dirigió una sonrisa e indicó a través de la ventanilla a los limpiadores, que todavía retiraban los restos de la batalla.

—Enhorabuena por su éxito al acorralar a un delincuente, señor Morris. Aunque no estoy tan seguro del resultado final. Toda esta violencia parece poco sutil. Extravagante.

¿Era Kaolin dueño del edificio Teller? ¿No tenía un multibillonario tareas más importantes para sus duplicados que entregarle en persona una demanda de daños a un detective privado?

Yo sólo me encargué de la investigación —dije—. La puesta en práctica fue cosa de la Asociación de Subcontratas de Trabajo.

La AST quiere ser vista como parte activa en el problema de los sidcuestros y la piratería de copyrights… —comentó la joven.

Se detuvo cuando la copia de Kaolin alzó una mano que tenía una textura tan sutil como la carnerreal, con venas y tendones simulados.

—La puesta en práctica no es el tema. Creo que el asunto que queremos discutir es una investigación —dijo suavemente.

Me pregunté… Sin duda Kaolin tenía empleados y subordinados para encargarse de los asuntos de seguridad. Contratar a un extraño sugería algo fuera de lo común.

—Entonces no han venido aquí simplemente por impulso, a causa de todo esto —indiqué la sucia escena exterior.

—Por supuesto que no —dijo la joven ayudante—. Llevamos algún tiempo discutiendo sobre usted.