Indefenso, veo cómo aumenta otro grado en un dial. La máquina que se alza sobre mí emite un gruñido preliminar y luego envía otra descarga a mi cabecita anaranjada. Consigo reprimir un gemido, pues no quiero darle ninguna satisfacción. Para distraerme, sigo murmurando este informe… aunque no tengo grabadora y las palabras son inútiles y se desvanecen en la entropía mientras las pienso.
Eso es otro asunto. No dejo de decirme que debo ceñirme a mi comportamiento habitual. Un venerable consejo para el prisionero indefenso que hace mucho tiempo me dio un superviviente de un tormento mucho peor que el que Maharal podría jamás infligir. Un consejo que ahora me ayuda cuando…
¡Otra descarga atraviesa mi cráneo! Mi espalda se arquea con espasmos. Sacudiéndome, me siento asaltado por la necesidad de regresar.
Pero, ¿regresar adónde? ¿Cómo? ¿Y por qué me está haciendo esto a mí?
De repente advierto algo a través del cristal que divide el laboratorio de Yosil. Al otro lado veo a grisAlbert. El ídem que fue capturado en la Mansión Kaolin el lunes. El que fue traído aquí, recargado y luego utilizado como molde para hacerme a mí.
¡Cada vez que este cuerpo mío se sacude, el gris hace lo mismo! ¿Nos está haciendo Maharal lo mismo a ambos, simultáneamente?
No veo ninguna gran máquina como ésta apuntando al gris.
Eso significa que algo más está pasando. ¡De algún modo ese ídem está sintiendo lo que yo siento! Debemos ser… ¡agh!
Ésa ha sido fuerte. He mordido tan fuerte que podría haberme roto un diente, si fuera real.
Tengo que hablar. Antes de la próxima descarga.
—¿Qué pasa, Albert? ¿Estás intentando decir algo?
El ídem de Yosil se acerca con su falsa simpatía.
Vamos, Albert. ¡Puedes hacerlo!
Remo… ¡Re-mota! E-estás in-intentando hacer-r-r-r-…
—¿Imprimación remota? ¿A distancia? —Mi captor se echa a reír—. Siempre deduces lo mismo. No, viejo amigo. No es nada tan mundano como ese viejo sueño. Lo que estoy intentando conseguir es mucho más ambicioso. Fasesincronizar los estados alma pseudocuánticos de dos ondas establecidas relacionadas pero espacialmente separadas. Explotar la profunda maraña de tu Locus Unificado de Observador Compartido. ¿Significa eso algo para ti?
Tiemblo. Las mandíbulas chasquean.
—Ob-ob-servador comp…
—Ya hemos hablado de eso. El hecho de que cada persona contribuye a crear el universo actuando como observador, colapsando las amplitudes probabilísticas y… oh, no importa. Digamos que todas las copias de una Onda Establecida siguen relacionadas con la versión original. Incluso la tuya, Albert, aunque les das a tus golems una notable manga ancha.
» ¡Quiero usar la conexión! Irónicamente, eso requiere cortar el enlace original, de la única forma en que puede cortarse…: eliminando el molde prototipo.
—Ma-mataste…
¿Al Albert Morris original, usando un misil robado? Por supuesto. ¿No habíamos zanjado eso ya?
—A ti. ¡Te mataste tú mismo!
Esta vez, el golem gris que tengo delante da un respingo.
—Sí, bueno… eso también. Y no fue fácil, créeme. Pero tenía motivos.
— ¿M-motivos…?
—Y tuve que actuar rápido, además. Antes de que me diera cuenta de lo que planeaba. Incluso así, casi me escapé en esa autopista.
Cada vez es más difícil hablar… incluso gruñir palabras sueltas… sobre todo después de cada espasmo. El implacable golpear de la máquina que tira de los acordes de mi Onda Establecida con un brusco tañido… me hace querer escapar… volver para descargar… a un cerebro hogar que ya no existe.
¡Oh! Esa ha sido fuerte. ¿Cuánto más podré soportar?
¡Muy bien, piensa! Supón que el yo real no existe. ¿Qué hay del gris de la habitación de al lado? ¿Puedo descargar esta alma en él? Sin aparatos de carga que nos cónecten, bien podría estar en la luna. A menos…
A menos que Marahal espere que pase otra cosa. Algo… ¡uhl… poco convencional.
¿Puede… puede ser que espere que yo envíe algo… una esencia mía… a través de la habitación y a través de esa pared de cristal hasta mi gris, sin ningún grueso criocable o sin los aparatos normales de carga que nos conectan?
Antes de que pueda empezar a preguntarlo, siento otra descarga acumulando fuerza, una grande, dispuesta para golpear.
Maldición, ésta va a doler…
35
Barnizado y confundido
Maldición. ¿Qué ha sido eso?
¿He imaginado que una oleada de algo me atravesaba, como un viento caliente?
Podría estar inventándomelo. Atado a una mesa, incapaz de moverme, sentenciado al peor destino imaginable.
Pensar.
Desde que Maharal me hizo imprintar esa pequeña copia anaranjada y me dejó aquí abandonado, he estado intentando idear un plan de huida astuto. Algo que todos esos Albeas cautivos nunca intentaran antes. O, si eso falla, un modo de enviar un mensaje a mi yorreal. Una advertencia sobre el espectáculo de tecnohorror de Yosil.
Sí, lo sé. Vaya cosa. Pero planear, no importa lo inútil que sea, ayuda a pasar el tiempo.
Sólo que ahora estoy sintiendo arrebatos de extraña ansiedad. Pseudoimágenes aleteantes, demasiado breves para recordarlas, como fragmentos de un sueño. Cuando las persigo usando asociaciones libres, todo lo que llega ami mente es una enorme fila de figuras silenciosas… como las estatuas de la isla de Pascua. O piezas en un gran tablero de ajedrez.
Cada pocos minutos tengo otro episodio de salvaje y claustrofóbica necesidad de dejar esta prisión. De volver a casa. De huir de este cuerpo sofocante que llevo y volver al que cuenta. Un cuerpo hecho de carne casi inmortal.
Y ahora, algo corno un feo rumor susurra: «Ya no hay ningún yo al que volver.»
36
Canción triste de la calle ídem
¡El idemburgo!
¡Rayos!
Tras salir del Templo de los Efímeros, idPal y yo nos apresuramos por la Cuarta Avenida dejando atrás dinobuses que gritaban y bufaban, transportando sin pausa obreros baratos. Camionetas y brontonetas se gruñían unas a otras, pugnando por entregar sus repartos, mientras que chicos de los recados corrían con sus largiruchas piernas, pasando por encima de las cabezas agachadas de los fornidos epsilons, que marchaban a los pozos subterráneos sin un solo pensamiento o una sola preocupación. Obsesivos iddiablos corrían retirando escombros o basura, para mantener la calle inmaculada. Y avanzando imperiosamente entre todos aquellos desechables estaban los señoriales grises, marfiles y ébanos que llevaban el cargamento más precioso de todos: recuerdos que los seres humanos reales podrían querer cargar al final del día.
El idemburgo es parte de la vida moderna, ¿entonces por qué me resultaba tan poco familiar esta vez? ¿Por todo lo que había aprendido como frankie, a la madura edad de casi dos días?
Evitando el edificio Taller, donde el martes la redada causó al pobre Albert problemas superiores a él, tomé por un «atajos recomendado por el pequeño amigo en forma de comadreja que viajaba encaramado en mi hombro. Pronto dejarnos el distrito comercial, con sus rebosantes fábricas y oficinas, y nos dirigimos al sur por la zona de las callejas: un mundo de estructuras en deterioro, caprichos inquietos y perspectivas a corto plazo.