Un criminólogo me empujó con su equipo de detección de huellas dactilares. El pasillo y la biblioteca estaban llenos de personal policial. Un fotógrafo subía la escalera de caracol que conducía al primer piso abriéndose paso entre la gente que bajaba, acaso proveniente del despacho de Mark. Aún no podía creer que lo hubieran asesinado aquí, en esta casa.
– Tengo que verlo por mí misma -dije en voz baja.
– Bennie, espera -dijo Grady, pero me di media vuelta, pasé junto a los asociados y la policía, y me encaminé a la escalera. La escalera por la que había subido y bajado toda mi vida; aunque esta vez algo muy especial me forzaba a hacerlo. Llegué al primer piso, pasé por debajo de la cinta y me apresuré por el pasillo.
– ¡Señorita! -exclamó un agente detrás de mí, pero no le hice caso y entré en el despacho de Mark.
Lo que vi me quitó el aliento. Me apoyé en la jamba de la puerta. Había una gran mancha negruzca en medio del escritorio de Mark. Empapaba los documentos y la agenda de cuero que habíamos comprado juntos. Se derramaba, ensuciándolo por el lateral del escritorio que yo le había barnizado como regalo. La sangre de Mark.
Grady apareció a mis espaldas.
– -Está bien, Bennie.
– -No, no está bien. Nada de esto está bien --dije más bruscamente de lo que hubiera deseado. Miré el manchón de sangre y sentí emerger la náusea que había experimentado en otras escenas de muerte a lo largo de mi carrera; un callejón anónimo, un apartamento destrozado, la fachada desconchada de una casa abandonada. Esta escena era diferente: era obscena. Un lugar de quehaceres jurídicos, de estatutos y legislación. De Mark y mío.
– Debía de estar trabajando -comentó Grady inclinándose sobre el escritorio para leer los papeles-. Es un contrato, un acuerdo para liquidar R amp; B. Parece que lo estaba corrigiendo cuando lo mataron. Hay una cláusula por la que tú estarías de acuerdo en no aceptar trabajos de ninguna empresa farmacéutica en un radio de veinte kilómetros durante los próximos dos años.
– -Tonterías. Sabía que yo jamás le robaría los clientes. -No podía apartar la vista del escritorio. La sangre manchaba los papeles que lo cubrían. Por todas partes había polvillo para las huellas dactilares en manchones oscuros como nubes de tormenta.
– Ya he estado aquí antes y nada me ha parecido fuera de su lugar. ¿Qué opinas? ¿Hay algo extraño? Tú debes saberlo.
Traté de examinar la habitación fríamente. Los ventanales dejaban pasar una luz brillante sobre la lustrosa me-sita moderna; contra la pared estaban las estanterías de teca con los manuales de Mark y otros volúmenes de referencia perfectamente colocados. Un archivador de teca haciendo juego estaba al lado de la estantería con un aparato de discos compactos encima.
– Todo parece en orden -murmuré.
Grady miró por la ventana a la calle.
– Tal vez alguien de las casas contiguas vio lo que pasó.
– Lo estamos investigando -dijo una voz ronca.
Me di la vuelta y vi a un detective que no conocía. Tenía el físico de un jugador de rugby y vestía un traje azul marino con camisa blanca y una corbata de poliéster.
– Soy el teniente Azzic -dijo, y extendió una mano con la típica sonrisa de policía. Tenía una cara ancha, eslava, con ojos castaños curiosamente rasgados hacia arriba-. Frank Azzic.
Le di la mano.
– -Bennie Rosato.
– -Sé quién es usted. El cordón policial está allí por una razón, señorita Rosato. Esta es mi escena del crimen.
– -También es mi bufete jurídico.
Su sonrisa se esfumó.
– Ya sé que usted no siente mucho respeto por la policía, pero nosotros tenemos nuestras propias normas y las tenemos por alguna razón.
– -No me dé la murga, teniente, ahora no. No tengo ningún problema con la policía cuando hace cumplir las leyes. Cuando se quedan con objetos robados es cuando pierdo el sentido del humor.
– Soy Grady Wells -dijo Grady interponiéndose prácticamente entre los dos-. Represento a la señorita Rosato en esta investigación. Ella tiene muchas ganas de ayudarles a descubrir al asesino de su socio.
Azzic replicó de mala manera:
– ¿Por eso violó el cordón policial y entró en la escena del crimen? En la mayoría de los casos, se encuentran pruebas físicas en la escena del crimen. Ella puede alterar las pistas, dejar caer fibras o pelos e incluso destruir pruebas.
No me gustó nada la insinuación.
– Vamos al grano, teniente. Sé que la policía piensa que maté a mi socio, lo cual es absurdo.
Se dirigió a mí con toda la calma del mundo.
– Tal vez lo sea. ¿Dónde estaba usted anoche después de las veintitrés horas?
– Teniente -le interrumpió Grady-, en este preciso momento le aconsejo a mi representada que no conteste a esa pregunta. Y si ella ya está bajo arresto, usted no le ha leído sus derechos.
El teniente Azzic lanzó una risita.
– Calma, muchacho. Aquí no veo ninguna situación; de arresto. Solo le estoy haciendo un par de preguntas. Tal vez podamos evitar aquí y ahora el viaje a la; central.
Lo dudé, pero contesté de cualquier manera. j
– Estaba remando.
– -¿Remando? --Levantó sus cejas ralas y pareció más, sorprendido de lo que puede estar un detective de homicidios-. ¿En un bote?
– Sí, un skull.
– -¿De noche? ¿En la oscuridad?
– -Me gusta remar de noche. Es la única hora en que puedo hacerlo. --Grady se movía a mi lado, visiblemente disgustado.
– -¿La vio alguien?
– -No, que yo sepa.
– -¿Cómo llegó a la caseta de botes?
– -Caminando.
– -Teniente --dijo Grady--, creo que estas preguntas son innecesarias. ¿Es esa toda la información que necesita?
El policía se cruzó de brazos.
– -No, considero que debemos continuar este interrogatorio en la central de policía.
– ¿A qué hora? -replicó Grady, y si estaba contrariado no lo demostró.
– Dentro de una hora más o menos. Denos algo de tiempo para reunir los papeles. Tengo que conseguir un original del testamento del señor Biscardi.
– -¿El testamento? -pregunté, y Grady me lanzó una mirada que significaba: «Deja esto en mis manos».
El teniente Azzic me miró moviendo la cabeza de arriba abajo.
– -¿No sabía usted que el señor Biscardi había hecho testamento, señorita Rosato? ¿No era él su amigo y su socio?
Grady me lanzó otra mirada de advertencia.
– Por favor, no contestes, Bennie. Me gustaría ver ese documento, teniente.
Me callé. Traté de recuperar la calma. Mark, asesinado. Yo, sospechosa. Era previsible que Mark hubiera hecho testamento, pero nunca habíamos hablado de ello. En realidad, nunca lo pensé. Era un hombre joven. De repente, noté una señal de alarma.
El teniente Azzic metió la mano en un bolsillo y sacó un montón de documentos, que pasó a Grady.
– Hice estas copias antes de llevármelo. El testamento está fechado el 11 de julio de hace tres años, pero supongo que usted no lo sabía, señorita Rosato.
No recogí el guante, pero vi los ojos tensos de Grady mientras leía. Había unas diez páginas, pero las hojeó rápidamente. Su rostro permaneció impasible cuando terminó de leer y devolvió los papeles al teniente Azzic.
– Gracias -dijo.
– Interesante, ¿verdad? -dijo el teniente mirándome a mí y no a Grady.
Grady me llevó hacia la puerta.
– Nos veremos en la central, teniente.
– ¿Qué decía? -susurré cuando llegamos al recibidor. Estaba a punto de contestarme cuando al girar casi nos llevamos por delante a Eve Eberlein.
– ¡Oh! -Retrocedió como si se sorprendiera. Era obvio que había estado llorando; tenía los ojos hinchados y no iba maquillada. Tenía el pelo corto enredado y el vestido blanco, arrugado-. ¿Qué ha pasado, Bennie? ¿Qué ha pasado? -dijo con voz dolorida y confusa.