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– No me diga lo que debo hacer. Estoy harto de que; dé órdenes al departamento, Rosato. Nos quiere enseñar; procedimientos y no sabe nada de ellos. Se cree que nos puede tener cogidos por los huevos, pero esta vez se ha' equivocado de persona.

Otro Grande y Poderoso. El mundo estaba lleno del tipos como él y yo siempre metía la pata con ellos.

– -Usted elige, teniente. Arréstela o luego explique por qué no lo hizo, incluso después de que yo le hubiera avisado.

– -¿Avisado? Ella no hizo nada respecto a esta amenaza; ¿no es cierto?

– Se le acusó de asalto con uso de fuerza. Ella le confió a su amigo que iba a matar a ese hombre y el amigo piensa que es capaz de hacerlo.

– Pero no hizo nada. Ni siquiera se ha podido mantenerla encerrada.

– Tienen un nuevo abogado. Creo que ha sido é quien ha pagado la fianza. -Me refería al hombre de portafolios Haliburton.

Azzic se quedó en silencio un momento.

– Rosato, ¿qué pretende? ¿Trata de distraerme? ¿confundirme? ¿Qué?

– -¡Por Dios, estoy hablando de un asesinato! ¿Por qué no trata de hacer un buen servicio aunque sea por una vez en su vida? No les diré nada a los otros chicos, se lo juro.

– -No me diga cómo debo hacer mi trabajo. ¡Yo también hablo de un asesinato! Estoy hablando de una mujer que mató a su amante por veinte millones. De eso estoy hablando, así que perdóneme pero no tengo tiempo para esta mierda.

– -¡No es ninguna mierda! ¡Ella puede ser una asesina! -grité, pero Azzic ya había colgado.

11

Un ejército de periodistas estaba concentrado en la calla tras las barreras policiales, sitiando con todo tipo de aparatos la sede del bufete. Grady y yo los dejamos de lado, al menos lo intentamos, y pusimos orden en los despachos del primer piso, salvo el de Mark, que estaba precintado por la policía. Y no es que tuviera ánimos paral volver allí. Ya era bastante difícil tratar de hacer algo des-J pues de lo sucedido al final del pasillo, pero tampoco podía entregarme al dolor, pues debía intentar salvar R amp; B.

Ninguno de los asociados, con la excepción de Grady, se quedó conmigo, pero los comprendí. Me pregunté cuántos se quedarían en el caso de que la empresa sobreviviera. Escribí una carta a los clientes explicando que pese a la tragedia, nos ocuparíamos de sus asuntos, y los llamé para darles más seguridad. Solo unos treinta se pusieron al aparato; algunos ya habían sido avisados por un detective de quien decían haber olvidado el nombre. La mayoría me comunicaron que traspasaban sus asuntos legales a otro abogado que no fuera sospechoso de asesinato, y también los comprendí. Entre la prensa y el teniente Azzic me estaba convirtiendo en una paria.

Las llamadas que más temía eran las de las empresa farmacéuticas que representaba Mark. Estuve todo el día llamando a Williamson y a Haupt en Wellroth Chemica pero no pude dar con ellos. Dicté una solicitud para posponer el juicio Wellroth; luego, a última hora intenté de nuevo hablar con Haupt. Necesitaba su aprobación antes de entregar la solicitud al tribunal.

– -Señorita Rosato --dijo el doctor Haupt en un tono tan distante como esperaba--, me sorprende oírla.

– Dejé varios mensajes.

– -Los he escuchado, pero no me pareció apropiado contestarlos. Entiendo que usted ha sido acusada de asesinato --dijo con su acento pomposo.

– -No, se equivoca. Sé que esto es muy desagradable para usted, pero también lo es para mí. Pero no se me ha acusado de asesinato y puedo asegurarle que yo no he matado a Mark. Quiero que lo sepa.

– No deseo discutirlo con usted, señorita Rosato. Esta situación me parece más bien… horrible. Vimos a Mark ayer. Era más que un abogado para mí; era amigo mío.

– Lo sé. El propósito de mi llamada es decirle que hemos preparado una solicitud para posponer indefinidamente el juicio Cetor de patentes.

– No deseamos posponerlo indefinidamente, señorita Rosato.

– -Me temo que no hay otra alternativa. No estoy en condiciones de hacerme cargo del juicio.

Se aclaró la garganta.

– -La señorita Eberlein está preparada para llevar adelante el juicio. Deseamos que concluya lo antes posible. Ella ya ha solicitado al juez un aplazamiento de una semana y él estuvo de acuerdo a la vista de las circunstancias.

– ¿Qué? ¿Cómo lo sabe?

– He hablado por teléfono con la señorita Eberlein. Está en su casa. Naturalmente, está muy apenada, pero tan pronto se recupere seguiremos con el caso. Ahora debo dejarle. Por favor, no vuelva a llamarnos, ni a Kurt ni a mí.

– -Pero doctor Haupt… --dije, pero la línea ya estaba cortada. ¿Eve, llevando el caso? Trataba de procesar la información cuando se abrió la puerta de mi despacho. Era Grady, con la chaqueta sobre el hombro y con camisa azul, portando libros de derecho, documentos y fotocopias. Sus ojos brillaban de nerviosismo tras sus gafas metálicas.

– -Mira esto --dijo arrojando un montón de papeles sobre el escritorio-. Es el testamento. El testamento de Mark.

– ¿Cómo lo conseguiste?

– Gracias a la policía y otros contactos. Es toda la información que he conseguido hasta ahora. ¡Pero mira, el testamento! ¿Sabes quién es el albacea de Mark?

– ¿Quién? -Hojeé las páginas buscando una respuesta y la encontré al tiempo que Grady decía:

– -Sam Freminet.

– -¿Y qué? --Miré la cláusula, que parecía normal.

– -¡Y qué! Como albacea, Sam obtiene un dos por ciento de los bienes en concepto de comisión. También tiene el poder de elegir a los administradores de los bienes y se puede elegir a sí mismo. De esta manera, consigue las minutas de los abogados, además de su comisión como albacea, otro dos por ciento, que puede empezar al cobrar ya. Pero lo mejor es que el testamento establece un fideicomiso cuyo titular es Sam, lo que representa otro uno por ciento de por vida. Es como una renta. Podría no volver a trabajar en toda su vida.

– Estoy confundida. -La mitad de mi cerebro aún se guía bloqueada por la conversación con el doctor Haupt

Grady estaba de pie a mi lado, impaciente.

– Considerando el total de los bienes, eso significa que Sam gana un millón de dólares en comisiones, teniendo en cuenta que la comisión como fideicomisario es vitalicia. ¡Duplica, incluso triplica, lo que le correspondería, además se lleva los honorarios como abogado responsable de Grun ¿No crees que él sabe perfectamente lo que le supondrían unos bienes de esta envergadura?

– -¿Y?

– Bennie, ¿me sigues? -Dos líneas surcaron la frente normalmente tranquila de Grady-. Sam se hace rico con la muerte de Mark. ¿Eso no te dice nada acerca de un posible motivo para asesinarlo?

– ¡Eso es absurdo, Grady! -Me sentí irritada, insultada en nombre de Sam-. Eso es simplemente absurdo.

– ¿Sí? Por favor, sé objetiva. Yo no conozco a Sam Freminet, solo me lo presentaron en una ocasión, pero el dinero es un incentivo muy poderoso.

– -¿Que Sam mató a Mark? -Sacudí la cabeza-. Imposible. Sam y Mark eran amigos. Los tres empezamos juntos en Grun después de licenciarnos en la facultad. Sam no necesita el dinero ni los honorarios. Es socio en Grun. Es probable que gane más de trescientos mil al año.

– -¿Lo sabes a ciencia cierta? ¿Cómo está su cartera de clientes? ¿Lo sabes?

– Sam es especialista en bancarrotas y todo el mundo está en bancarrota. Tengo que creer que se lleva parte de esa tarta.

– Lo crees, pero ¿lo sabes? ¿Y su cuenta corriente? Los ricos son codiciosos. Es la naturaleza de la bestia.

– Vamos, Grady. Sam tiene todos los juguetes que quiere, y nunca mejor dicho. -Sonreí pensando en su Demonio Tasmanio y Pepe Le Pew. Entonces recordé a Daffy Duck y sus bolsos de dinero y dejé de sonreír.

– Bennie, recapacita. -Grady se inclinó sobre mi escritorio-. Sam conocía el testamento de Mark. Al parecer, era el único que lo conocía de pe a pa. Dijiste que vosotros tres erais amigos, pero Sam es más amigo tuyo, ¿cierto? Tengo la impresión de que Sam tenía una relación profesional con Mark, pero más personal contigo. ¿Es verdad?