Seleccioné agenda y pulsé la tecla ENTER. Apareció una rejilla en la pantalla, la agenda del mes con las citas escritas encima. Mark usaba nuestro viejo código Grun. RE significaba reunión fuera de la oficina; R U reunión en la oficina; RC, estudio del cliente, y TL, llamada telefónica. Las anotaciones llenaban los días y finalizaban bruscamente el día de la muerte de Mark. Traté de no pensar en ello y eché un vistazo a la primera semana del mes.
JUICIO WELLROTH CHEMICAL.
Retrocedí a la semana anterior y la imagen cambió. Muchos RE con doctor Haupt y E. Eberlein. Luego un montón de RC con E. Eberlein y un listado de empresas farmacéuticas. Smith-Kline, Wyeth, Rohrer, McNeil Labs y Merck. Todos estaban allí en reuniones de una duración media de una hora. Al parecer, Mark había tratado con ellos durante el día y los había agasajado con cenas por la noche. Eso representaría muchos negocios, pero no era su propósito enriquecer las arcas de R amp; B. Todo estaba destinado al nuevo bufete de Mark.
Me apoyé en el respaldo de la silla e intenté no sentirme totalmente traicionada. No me había dicho ni una palabra ni lo había escrito en los archivos oficiales donde se podría haber visto. Me mordí los labios y pulsé la tecla PÁGINA SIGUIENTE presa de una creciente indignación.
Me sorprendió otro encabezamiento. RE con G. Wells. ¿Mark tuvo una reunión con Grady fuera de la oficina? Figuraba en la agenda del mes pasado. Busqué en otras páginas del calendario buscando el nombre de Grady. Apareció otra RE la semana antes de la muerte de Mark, pero no había ninguna explicación. No pude imaginarme para qué se reuniría Mark con Grady. Jamás habían trabajado juntos. Grady trabajaba para mí y para los clientes de tecnología punta con los que estaba empezando. Ya tenía una cartera activa con nuevas empresas de software en la ruta 202, en los suburbios.
No había tocado el café, que se enfriaba. ¿Por qué se había reunido Grady con Mark? ¿Una hora entera al final del día y fuera de la oficina? Miré la lista de Grady en la pizarra. Allí no había ningún WELLS. ¿Dónde estaba él la noche de la muerte de Mark? Confiaba en Grady, pero este descubrimiento me inquietó.
No tenía tiempo para solucionar el rompecabezas. Salí de agenda e imprimí el documento pulsando la tecla PRINT; luego volví a PRINT para cada uno de los archivos ocultos. No me gustaba hacer una copia de algo cuya existencia solo yo conocía, pero no podía confiar en que siguiera teniendo el ordenador a mi disposición ni un minuto más.
Busqué en VERIFICACIONES y se materializó un nuevo menú: CUENTAS DE R amp; B y CUENTA PERSONAL. Primero pulsé R amp; B. Apareció un registro en la pantalla. Revisé las salidas del mes. Nada fuera de lo normaclass="underline" DH EX FED, MATERIAL, TELÉFONO, EMPRESAS BISCARDI, la compañía propietaria del edificio. Todo estaba en orden, perfectamente legal. Recordé el testamento de Mark con un estremecimiento. Él no quería mi dinero. Dejé las emociones a un lado y seleccioné CUENTAS PERSONALES.
Las entradas eran MERCADOS ACMÉ, BELL MOBILE, otras por el estilo. Pequeñas cantidades, gastos frugales Mark nunca gastaba mucho dinero en nada, razón por la cual nunca supe que tenía tanto. Entonces los vi. Pagos a AMERICAN EXPRESS y VISA de trescientos y cuatrocientos dólares que empezaban al mismo tiempo que el estudio de clientes. De modo que era verdad y lo había pagado él mismo. Al lado de los pagos con tarjeta de crédito destinados a un impresor y diseñador gráfico loca sin duda por las nuevas tarjetas personales y el nuevo logotipo, vi un pago a la agencia inmobiliaria PHILOFFICE de veinte mil dólares. Un buen pellizco para mi nueva oficina con luz y con sol.
Luego, otra entrada me llamó la atención, EFECTIVO. Había retirado dos mil dólares la semana anterior, nota decía: SAN FREMINET por FACTURAS LEGALES
¿Qué? ¿Sam? ¿En efectivo?
Retrocedí al mes anterior. Había un listado de pagos rutinarios y otro a Sam. En efectivo, dos mil dólares. Tres semanas antes del asesinato. Y una vez más, FACTURAS LEGALES.
Me recosté en el respaldo con un nudo en el pecho. ¿Por qué Mark pagaba a Sam? ¿De qué minutas legales se trataba y por qué en efectivo? No tenía sentido. Imprimí las verificaciones y pulsé otra tecla.
¿ESTÁ SEGURO DE QUE QUIERE BORRAR ESTOS ARCHIVOS? ¿s/n?, preguntaba el ordenador.
Pulsé s. Hubiera tecleado inmediatamente de haber podido. Los archivos contenían la solución al rompecabezas y la quería para mí. En veinticuatro horas, el sistema lo borraría todo automáticamente. Yo tendría las únicas copias.
¿Copias? ¡Mierda! Me había olvidado. Las copias que había hecho imprimir. Estarían saliendo de la impresora láser en la zona de las secretarias, a la vista de cualquier policía que anduviera por allí. Salté de la silla, abrí la puerta y salí disparada de mi despacho.
– -¡Mi escrito! --grité para justificarme, pero ya era demasiado tarde.
15
Una agente de la UNIDAD MÓVIL con uniforme azul estaba inclinada sobre la alfombra al lado de la impresora recogiendo la última página del suelo. Tenía un gran paquete de hojas impresas contra el pecho y me pregunté si las habría leído antes de recogerlas. Demonios.
– Perdóneme, es mío -le dije.
Se enderezó. Iba poco maquillada y llevaba el pelo corto y sin ningún toque femenino.
– Las hojas empezaron a caerse y pensé que podía ayudar.
– Muchas gracias por la ayuda. -Miré los papeles que tenía contra su pecho y me dio un sudor frío. Se los pedía exigir, pero no quise que se percatase de su importancia, ni quise ponerla alerta y provocar otra orden registro.
– -Se olvidó de que había empezado a imprimir, ¿verdad? A mí me sucede siempre. Se pone una a trabajar en otra cosa y se olvida de la impresora.
– -Seguro que usted es detective --le dije, y compartimos una carcajada fingida.
– No, pero me gustaría serlo algún día. No soy más que criminóloga auxiliar; estoy en segundo curso, pero por algún sitio hay que empezar. --Puso mis papeles contra la chapa de identificación sobre su pecho, en la que ponía PATCHETT, y señaló la bandeja vacía de la impresora--. Parece que ya no hay papel.
– -Normal. Qué suerte la mía. Cuando se necesita algo con prisa, se acaba el papel. -No quise imprimir delante de ella, de modo que no hice nada por recargar la impresora. Nos quedamos a ambos lados de la máquina sin hacer caso de las luces verdes. Jugando al gato y al ratón con el material de oficina.
– ¿No le molesta? -me preguntó-. Me refiero a cuando la gente ve que queda poco papel y no hace nada.
– Es como quedarse sin papel higiénico. Nadie quiere ser el último. Lo detesto.
– -Me pasa lo mismo. ¿Quiere poner papel ahora?
– -Sabe, me avergüenza decirlo, pero no tengo ni idea de cómo se hace. --Era mentira, por supuesto. Podía reparar toda la máquina si era necesario-. Las secretarias lo hacen por mí.
– Aún no han llegado, pero le ayudaré. Sé cómo hacerlo. -Buscó con la vista dónde había papel, pero yo me moví hacia la izquierda escondiendo el que había sobre la mesa.
– Debo imprimirlo lo antes posible -dije cuando oí pasos detrás de mí. Era Grady, que me miraba con una sonrisa de perplejidad.