Era la madrugada del viernes a las seis y cuarto. Había conducido toda la noche.
Me pasé revista en el aparcamiento subterráneo del edificio Silver Bullet. Mi cabello, el traje y los zapatos estaban secos. Tenía un portafolios, un teléfono móvil y un gato. También un plan.
Me peiné con los dedos, me maquillé un poco los ojos y cogí el teléfono y el portafolios.
– -Deséame suerte --le dije al gato, pero no lo hizo. Cerré con llave la puerta del coche.
Las seis y veinte de la madrugada. Conocía la rutina de este edificio desde mis días en Grun amp; Waste. El guardia de seguridad estaría en el despacho de arriba, ya que su turno empezaba a las seis. Llegué al ascensor y apreté el botón. Tendría que detenerme en la planta baja para firmar en el vestíbulo. El guardia sería mi primer examen de pelirroja.
Entré en el ascensor y cuando salí, respiré hondo y caminé como una persona soñolienta, lo cual no me costó mucho.
– ¡Señorita! -llamó el guardia. Era un joven negro de facciones atractivas que estaba sentado tras el escritorio de entrada.
– ¿Sí? -Adopté la pose de mi personaje dando una apariencia de agotamiento, confusión y falta de sueño.
En otras palabras, la típica abogada primeriza y expío en un gran bufete jurídico.
– -Tiene que firmar el libro. --Señaló el libro sobre mesa.
– Oh, lo siento. -Me aproximé y mis tacones resonaron fuertemente en el suelo de mármol gris. El escritorio era de brillante mármol negro y rodeaba al guardia como una caverna empresarial. En las paredes de la cueva relucían las huellas del hombre moderno, trémulas pantallas de seguridad y un listado informatizado del edificio. Yo no figuraba. Tenía que solucionarlo en cuanto llegara arriba--. Todavía estoy dormida --le dije soñolienta--. ¿Tiene un bolígrafo?
– Aquí tiene. -Me pasó un bolígrafo con una sonrisa relajada--. La comprendo. A mí también me pasa. --Su uniforme rojo parecía cuadrado en los hombros y la gorra quedaba grande.
– Últimamente trabajo demasiado -dije con el bolígrafo en la mano. Necesitaba un nombre. Diablos.
– ¿Dónde trabaja? ¿En Grun? -Su chapa decía DAVÍ RICKLIN. A su lado tenía el Daily News aún sin leer una taza de café humeante. Olí una galleta.
– Pues sí, trabajo en Grun. ¿Cómo lo sabe?
– Allí todo el mundo trabaja demasiado. -Volvió a sonreír y me pareció que se sentía solo en la madrugada gris, contento de hablar aunque fuera con una abogada. Me venía bien. Necesitaba información.
– -¿Cómo es que nunca lo había visto antes, señor Ricklin? Debe de tener el primer turno.
– -Sí. Llámeme Dave.
– -¿Entonces sale a las tres? Horario de banquero, ¿eh?
– -Tiene razón. Llego a casa a tiempo para ver a mi chica, mi Oprah. Ahora está demasiado flaca, pero de veras que me gusta esa mujer…
Meneé la cabeza.
– A las tres, tiene suerte. Yo acabo algo más tarde, y por eso conozco a los chicos de la noche. El simpático, ¿cómo se llama?
– -¿Se refiere a Dexter?
– -Empieza a las tres. Es muy simpático.
A Ricklin le brillaron los ojos oscuros.
– A usted le gusta Dexter porque es alto, como usted.
Tomé nota.
– Bah, le podría dar una buena paliza por más alto que sea. Él y el otro, ¿le conoce usted?
– ¿Jimmy? ¿El blanco bastante fornido?
– Eso es. Fornido.
– No demasiado.
Qué charla más encantadora.
– -Para usted. Usted piensa que Oprah es demasiado flaca.
– -¡Y lo es! Antes estaba mejor. Yo me decía, cásate con esa chica, que tiene una pinta bárbara. --Me acercó el libro de registro--. Eh, no se olvide ahora de firmar.
– -Seguro. --Tan pronto como me invente un nombre. Eché otra mirada al diario. ¡ABOGADA huida!, clamaban los titulares. Se me hizo un nudo en la garganta. A continuación decía: «Entrevistas exclusivas, por Larry Frost». Agaché la cabeza y firmé en el libro, luego me alejé del escritorio rumbo al ascensor-. Bueno, es hora de irme. Hasta pronto.
– Manténgase despierta -dijo. Trataba de leer mi nombre cuando llegó el ascensor.
Entré y apreté el botón, pero sentí miedo cuando se cerraron las puertas. Yo era noticia, probablemente se habrían publicado fotos mías, pero ya había pasado la primera prueba, pese a todo, y averiguado los nombres de los guardias de seguridad. Tal vez mi plan podría funcionar. Me preparé para el próximo paso mientras el ascensor me llevaba en silencio hacia Grun.
Las puertas se abrieron con un hidráulico “sshussl” en el piso treinta y dos, el piso de los perdedores. Todo gran bufete tenía su piso de perdedores. Allí se encuentran los letrados de bajo voltaje que atraen más a las moscas que a los clientes y que pasan demasiado tiempo con sus familias. En Grun, los perdedores compartían su planta con las salas de reuniones y se los consideraba tan productivos como a estas salas.
Eché una mirada a los despachos vacíos; por primera vez el piso de los perdedores me pareció un paraíso y no un purgatorio empresarial. Estaba desierto, con todo el espacio para mí. Ninguno de los perdedores llegaba temprano, como buenos perdedores, de modo que cogí, un despacho, un ordenador y un directorio de la oficina y me puse a trabajar. Sería más exacto decir: Linda Frost se puso a trabajar.
Encontró el listado del personal de Grun en Nueva York y eligió a la gente que necesitaba. Luego escribió un memorándum a la oficina de Personal de Filadelfia informándoles de que una nueva letrada, una tal Linda Frost, llegaría de la oficina de Nueva York el viernes para preparar un juicio por un asunto muy importante de seguridad, RMC contra Consolidated Computers. La nota solicitaba que se le extendiera una tarjeta de identificación de Grun, un pase para las oficinas, un juego de llaves y que se la incluyera en el listado informático de la planta baja. Dada la tradicional e íntima comunicación entre la sede central de Grun en Filadelfia y sus demás oficinas, Personal tardaría unos dos o quizá tres años en enterarse del asunto.
Por si acaso, la señorita Frost puso la fecha de la semana anterior, imprimió la nota y la metió en un sobre confidencial de comunicación interna. Luego lo pisoteó, lo arrugó y lo rompió un poco para que pareciera perdido en el correo interno, antes de echarlo en el primer buzón que encontró. Produciría el efecto deseado tan pronto como llegara a Personal, pues allí posiblemente le prestarían atención, ya que la metedura de pata había sido suya. Una vez más.
A continuación, la señorita Frost escribió una nota dirigida al Departamento de Administración solicitando un código de cliente y un número de registro para el caso de seguridad RMC contra Consolidated Computers. Abrió el expediente como una «transferencia» de la filial de Nueva York, de modo que no tendría que pasar el escrutinio del Comité para Nuevos Clientes, comité establecido como filtro para los posibles clientes que no se dejarían asaltar fácilmente. Además, la laboriosa señorita Frost redactó otra nota al Departamento de Intendencia para reservar la sala D de reuniones del piso treinta y dos para más adelante, ya que la utilizaría para preparar el juicio, y envió otra nota a la cocina pidiendo que se le enviara un bocadillo cada día al mediodía, con una Coca-Cola de dieta y un cartón de leche entera; esas comidas debían ir a la cuenta de RMC contra Consolidated Computers.
Envié las últimas notas por correo electrónico de modo que en menos de un segundo yo tendría una nueva identidad, un despacho y un trabajo. Una nueva vida y una nueva identidad. Es cierto que era algo pasajero y válido únicamente dentro de los confines del Silver Bullet. Pero, por el momento, estaba escondida a plena vista de todo el mundo.
Pero, cuidado, quedaba un cabo por atar. Me senté en la silla de perdedor y pensé un rato. A los otros abogados se les podía despertar la curiosidad por la pelirroja de la sala D de reuniones. Tal vez harían averiguaciones o incluso se presentarían. Ningún abogado es una isla. ¡Hum! Puse la pantalla en blanco y escribí con la fecha del día: