– -¿Y qué esperabas en semejante barrio?
– -Saludar e irme.
– ¿Fuiste hasta allí para presentar tus saludos? Coge el hielo -dije poniéndole una mano sobre la gorra de plástico donde había metido el hielo.
– Podrías hacer preguntas más amables.
– Podría, pero no lo haré. -Escurrí un trapo en el fregadero lleno de burbujas de Crest verde y abrí el grifo de agua caliente. Jammie 17 observaba cada movimiento sentado sobre el suelo húmedo y lleno de trastos-. Entonces, ¿por eso estabas en el centro de Beirut? ¿De visita?
– -Sí.
– ¿Cómo se llama tu amigo?
– Mike.
– ¿Mike? No he oído hablar nunca de él.
– Es nuevo.
– -Mike, el amigo nuevo. ¿Se trata de un personaje de cómic o de alguien real?
– -De alguien real.
Esperé a que el agua saliera caliente.
– -¿Y esta persona real te dejó ensangrentado en la acera? ¿Después de que otros amigos te hayan dado una paliza y robado el coche?
– -No es un buen amigo.
– -Es evidente. Mike, el nuevo mal amigo. --Cuando el agua salió caliente, empapé el trapo y lo apreté contra la frente contusionada de Sam.
– ¡Ay! -exclamó echándose hacia atrás y dejando caer al suelo la gorra con el hielo.
– Ay, ¿qué? -le grité-. ¡Ay, cómo puedes ser tan estúpido! ¿Ay, por qué me mientes? ¿Ay, qué clase de amigo se supone que eres?
– ¿Qué? ¿Qué? -Recogió el hielo como un torpe borracho, pero no me dio pena.
– Estás mintiendo, Sam. Me mientes acerca de lo que estabas haciendo allí. Me mentiste sobre el dinero y sobre Mark. ¡Me mentiste en todo y me dejaste caer en la trampa! -Mi voz resonó roncamente contra los azulejos del lavabo y Sam se cubrió los oídos con las manos.
– Por favor, no sigas. «Debo encontrar un refugio o se me congelarán las plumas.» Un gato de la calle llamado Sylvester…
– No tiene ninguna gracia, Sam. Podrían haberme atrapado cuando te salvé. Y aquí, en el vestíbulo, tratando de explicarle al portero lo que ha sucedido…
– Estoy sangrando. Llama a un médico. Es Bugs, que se, mete en todo.
Arrojé el trapo al suelo y Jammie pegó un salto.
– -Sincérate conmigo. ¿Qué estabas haciendo allí?
– -¿Tienes un agujero portátil de marca acmé? ¿Una pistola espacial acmé? ¿Un trampolín acmé de alta competición? ¿O unas botas de asalto de cualquier marca o modelo?
– -Quiero la verdad, Sam. Ahora mismo.
– -Oh, nada más que la verdad. Porky Pig. 1948.
– -Estoy esperando --dije con la paciencia a punto de estallar como una bomba de relojería.
– Esto es lo que consigo por soñar con unas Navidades blancas. Puddy Tata Twouble, 19…
Antes de dejarle terminar, mi paciencia se agotó, cogí a Sam con ambos brazos y lo empujé con fuerza contra la pared. Pese a lo sorprendida que estaba de mi propia agresividad, no pensé en ceder.
– Esto no es un cómic, Sam. Dime la verdad.
– ¡Bennie, por favor! -chilló con los ojos desenfocados sin las gafas. Intentó zafarse de mis brazos, pero estaba demasiado débil.
– Tienes un problema grave, Sam. Y yo también. ¿Qué mierda estabas haciendo en ese barrio?
– No quiero decírtelo. No quiero que lo sepas. No quiero que nadie…
– -¿Se trata de un asunto de drogas? --Aumenté la presión hasta que se le llenaron los ojos de lágrimas. No era dolor, era otra cosa. Humillación. Quería dejarlo, pero no pude. Tenía que saberlo. No solo por el bien de Sam sino por el de Bill.
– -Muy bien, muy bien. -Se le formó una lágrima en rabillo del ojo que resbaló por su mejilla contusionada-- Heroína.
Heroína. La palabra me dolió en carne viva. Recordé a Bill, muerto con una aguja clavada en el brazo. Los globos en el escritorio de Sam. ¿Había Sam asesinado a Bill? Le solté, estupefacta, y él se dejó caer sobre el asiento del inodoro.
– Bennie -susurró roncamente en un sollozo entrecortado-. Lo siento, lo siento mucho.
27
Sam estaba echado en el sofá de cuero negro con pantalones vaqueros y una camiseta. Jammie 17 descansaba sobre su regazo. El sofá era el único mueble que quedaba en aquella sala que había sido tan elegante. El sistema estereofónico más avanzado que yo recordaba había desaparecido, al igual que el vídeo y el televisor de pantalla gigante. El cristal Kosta Boda ya no estaba, había desaparecido junto con las carísimas reproducciones originales de Looney Tunes, incluido un homenaje a Mel Blanc que me había costado trescientos cincuenta dólares. Todo lo de valor había sido canjeado por dinero para drogas. Lo único que quedaba eran unos baratos muñecos de cómics, incluyendo al especialista en bancarrotas.
– ¿Y desde cuándo? -le pregunté.
– Casi dos años.
– ¿Heroína? -Aún no salía de mi asombro.
– Una droga de machos. También algo de coca cuando me vengo abajo.
Sacudí la cabeza, atónita de que esta personalidad esquizoide fuera la misma persona que yo había considerado mi mejor amigo. ¿Cómo podía no haberme dado cuenta? En tal caso, ¿podía ser Sam un asesino?
– Mírate la cara. Ni te lo imaginabas, ¿verdad? -me preguntó.
– En absoluto. Estoy aturdida.
– -No lo hagas. Lo oculté a conciencia. Camisas manga larga siempre. Usaba siempre chaqueta, hasta en verano.
– Y yo que pensaba que eras un abogado tan formal.
Esbozó una media sonrisa.
– Hay que ocultar las huellas. Y la sangre, en caso que haya derramamiento.
Tenía sentido. Lo mismo que su delgadez y el humor cambiante de los últimos tiempos. Sus bromas ahora me parecían una auténtica cortina de humo.
– -Pero es demencial. Estás matándote…
– De acuerdo, pero no empieces a sermonearme.
– ¿Cómo puedes trabajar? ¿Cómo puedes concentrarte?
– La mayor parte del tiempo estoy colocado, y colocado puedo hacer cualquier cosa. Puedo engañar a cualquiera.
– ¿Cuánto dinero has dilapidado?
– Una verdadera fortuna.
– No, dímelo exactamente.
Se aclaró la garganta.
– Bueno, vendí los fondos de inversión colectiva de que te había hablado y no puedo mantener el piso de South Beach. Me quedo en casa con la lámpara ultravioleta, que debe estar por algún sitio. Ya no tengo acciones. Vendí las de Microsoft antes de que las acciones subieran por las nubes. Pero sigo suspirando por Bill Gates. No me lo reproches.
– -Entonces, ¿cuánto?
– -Todos mis ingresos. Y a veces, algo más. --Entornó los ojos-. Tengo mis cuentas al descubierto y a Amex le debo el cojón izquierdo. Además tengo cuatro tarjetas de crédito de las que he sacado el máximo de dinero en efectivo. Incluso robé una tarjeta a uno de los socios; se la dejó sobre la mesa después del almuerzo.
Me mordí la lengua.
– -¿Tan cara es la heroína?
– Te dan por lo que pagas. Ahora es más pura, lo que repercute en el bolsillo. También mantengo la adicción de Ramón y de algunos de los amigos que vienen a las fiestas.
Sumé dos más dos.
– ¿Le estás robando a los clientes?
– No más que cualquier otro abogado.
– -Sam…
– -Muy bien, pero no tanto como para que alguien se dé cuenta. Abulto un poco los pagos, aquí y allí. Son cargos para los que no se usan recibos. -Se animó-. Aunque tu cobertura con Consolidated Computers es absolutamente brillante, Bennie. Jamás se me ocurrió inventarme un cliente y luego cobrar por él. Esa sí que es una buena mentira, es espléndida.