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«Ten un poco de fe, hay magia en estaba la noche. No eres una belleza, pero, hey, estás muy bien.»

Cuando ya era de noche y Sam se despertó, el canto se convirtió en persuasión, luego en ruegos y finalmente, en chillidos. Lo abracé, le dije que comiera algo y lo metí en una ducha tibia mientras Jammie 17 desaparecía de la vista. Haría cualquier cosa para que aguantara la noche. Le hice tirar todo lo que utilizaba para drogarse y que tenía escondido en distintos sitios, un montón de agujas ensangrentadas, cucharas y distintos objetos que él denominaba sus «operativos». Examiné toda la casa con el detrás de mí, gritándome y rogándome que lo dejara. Pero no le presté atención hasta que finalmente cedió. Perdí la noción del tiempo; incluso llamé a un servicio telefónico de ayuda a drogadictos mientras Sam se desesperaba. Con ese apoyo, pasamos el vía crucis de sudores, temblores y náuseas a medida que iban haciendo acto de presencia. En el otro extremo de la línea telefónica, un alma generosa y con experiencia se mantuvo a mi lado y al lado de Sam a través de la oscuridad, sin hacer preguntas, solo ofreciendo su ayuda.

Al alba, Sam se había dormido del modo más profundo que yo jamás hubiera visto, más profundamente que Jammie 17, echado a sus pies, y sin que lo molestaran dos llamadas consecutivas de Ramón. A la tercera llamada, la voz del camarero parecía presa del pánico y vi claramente que lo que buscaba no era amor. Descolgué el teléfono.

Cuando finalmente se hizo de día, me levanté del duro suelo de madera y me estiré, al tiempo que miraba por la ventana hacia la plaza. Me dolía cada músculo del cuerpo, pero la vista era hermosa ese sereno amanecer de domingo. Las farolas aún estaban encendidas en la plaza y brillaban débilmente en la brumosa mañana gris. Los bancos verdes estaban vacíos, ni siquiera los vagabundos habían hecho acto de presencia. A mi izquierda, el centro de Filadelfia refulgía, pero el Silver Bullet parecía muy distante y hundido en la niebla. A la derecha se veían las casas residenciales del sur de la plaza y la calle que había sido nuestra, la de R amp; B. Pensé en Mark, luego en Grady.

Grady. Me pregunté cómo estaría. Miré el teléfono descolgado en el suelo al lado de Sam y Jammie 17. Era un riesgo, pero quise hablar con él. Una fugitiva necesita a su abogado, ¿no? La madrugada que lo había dejado había sido exactamente como esta. ¿Cuánto tiempo había pasado? La verdad es que lo echaba de menos. Recogí el teléfono y marqué su número.

– Residencia Wells -dijo una voz de mujer como un suave murmullo.

Me quedé perpleja. Tapé el auricular con la mano. ¿Su antigua novia? ¿Otra mujer?

– -¿Sí? --volvió a decir la mujer. Apenas pude oírla.

Adiós, pensé, y colgué.

28

Pasé la mañana del domingo cuidando a Sam, que lloró, durmió y balbuceó como un personaje de cómic de Foghorn Leghorn en una historia de nunca acabar. Quise leer los periódicos para saber lo que la policía estaba diciendo de mí, pero hacía tiempo que habían dejado de enviarlos por falta de pago. Traté de no pensar en Grady, lo que no me resultó muy difícil, ya que estaba atareada con Sam, que me juraba que quería curarse.

– ¿De verdad? -le pregunté mientras le hacía una tostada, el único alimento que pude encontrar en el apartamento.

– -Estoy preparado para dejarlo. Se acabó.

– -Aún estás a medio camino, Sam.

– Lo sé. «Tal vez, digo, tal vez haya sido un solterón demasiado tiempo.»

– Basta ya de cómics. -Coloqué la tostada en un plato reluciente y se lo puse delante mientras él se apoyaba en un codo sobre la mesa-. No volveré a repetírtelo.

– Bueno, bueno -refunfuñó Sam agitando una mano temblorosa en el aire. Tenía los ojos enrojecidos tras las gafas, la piel con un tono amarillento y estaba en los huesos, ahora que no se cubría con un traje hecho a medida-. Pensé que te gustaban, Bennie. ¿Por qué te irritan tanto y tan de repente?

– Me he dado cuenta de que los usas como fachada! Te escondes detrás de ellos, no quieres enfrentarte con la realidad. Lo he visto y comprobado.

Puso los ojos en blanco.

– Neurasténica -musitó.

– Sam, ya me has oído. Ahora, come.

Cogió la tostada y volvió a dejarla.

– ¿Ha llamado Ramón?

– Olvídate de él. Es una mala influencia para ti.

– Por supuesto que sí. Por eso me gusta. «Solo me gustan si son altos, morenos y siniestros.»

Lo miré con suspicacia.

– Es de algún cómic, ¿no?

– -De ninguna manera. De modo que llamó, ¿verdad?

– No tiene importancia. No permitiré que vuelvas jugar con él.

– -¿Te haces cargo de mi alimentación y de todo?

– -Bingo.

– -Espero que lo hagas mejor conmigo que con Jammie 17. Está demasiado flaco. --Siguió al gato con los ojos mientras este caminaba de un lado a otro y se frotaba contra el taburete de la cocina.

– Ayer le di unas galletas.

– Necesita comida de verdad.

– Cuando anochezca, saldré a buscar comida para le dos. -Me sacudí de las manos las migas de tostada en moderna cocina. Estaba reluciente tras mi limpieza da la noche anterior y tan vacía que nadie diría que allí vivía alguien.

Sam guardó silencio un momento.

– -Muchas gracias por lo de anoche, por todo lo que hiciste.

– -Olvídalo.

– -No, sé que estás en peligro. Esto es lo último que te faltaba.

– -No me importa ayudarte, pero no soy una experta. El hombre del servicio telefónico de ayuda me dijo que tendrías que ingresar en un centro de rehabilitación.

– No, jamás -gruñó Sam-. De ninguna manera.

– Me dijo que Eagleville está bien y además no está lejos de aquí.

– No lo necesito. Puedo hacerlo solo. Estoy a mitad de camino. Tú misma lo dijiste.

– Me dijo que es lo mejor. Se trata de adquirir una nueva forma de comportamiento.

Se le subieron los colores.

– -No asistiré a ninguna rehabilitación de mierda. No estoy dispuesto a perder todo lo que he conseguido en Grun. No. Aprecio todo lo que estás haciendo por mí. Sé que ha sido duro para ti, pero no insistas con esto de la rehabilitación. Eso es todo, amiga mía.

– Pero necesitas una terapia…

– ¿Una terapia de electroshock? ¿Como tu madre?

Fue un golpe bajo. No supe qué decir. Se me hizo un nudo en la garganta.

– Mierda -dijo frotándose irritado la frente-. Mierda. Lo siento.

«¿Una terapia de electroshock?» No pude aguantar esas palabras. Me hacían demasiado daño; dejaron en el ambiente un desagradable malestar. Porque era cierto. Yo había enviado a mi madre al electroshock. Había apretado un gigantesco botón rojo en su cerebro. La había hecho saltar por los aires. ¿Cómo estaba ahora, a menos de diez minutos de aquí? ¿Me animaba a ir a plena luz del día?

– Bennie, no era mi intención decirte eso. Estaba furioso. -Sam quiso cogerme de la mano, pero yo ya me dirigía a la puerta del apartamento. Quería irme. Quizá a buscar comida, quizá a ver si mi madre estaba bien.

– Volveré -le dije.

– -Bennie, lo siento. No te vayas.

– Tú y el gato necesitáis alimentaros. Espera aquí y no contestes el teléfono.

– No era mi intención. -Se puso de pie haciendo un esfuerzo y casi se cae al intentar seguirme hasta la puerta-. Bennie…

– Cuida del gato -dije, y cerré la puerta.

Al salir del edificio, me puse las gafas oscuras bajo el sol brillante. Estaba nerviosa, expuesta a cualquier peligro. Había demasiada gente en Rittenhouse Square. Un chico que hacía jogging casi me atropella y tuve que esquivarle de un salto.