– Sí, señora.
– Muy bien, me ha gustado.
– Te gusta demasiado.
Llegamos a la planta baja. Se abrieron las puertas del ascensor y una horda de trajes convencionales se abalanzó hacia el ascensor. Avancé inquieta a través del gentío.
– -No podemos salir juntos --susurré a Grady cuando nos acercamos al fondo del vestíbulo. Una pared de cristal y una puerta giratoria nos separaban de la calle Chestnut.
– Saldré primero -dijo observando la calle con la misma ansiedad que yo-. De este modo, veré si hay moros en la costa.
– No, déjame salir primero, luego sal tú. Deja pasar unos diez minutos.
– Nadie puede reconocerte, Bennie. Yo casi no pude. Déjame salir primero y te haré señas si hay peligro.
– No. Ahora, adiós. Cuídate. -Lo dejé junto a la puerta, que giró para permitir el paso a una multitud de abogados que se afanaban por entrar en el edificio. Regresaban a la biblioteca Jenkins después del almuerzo con sus prósperas barrigas ahítas de bistec, doble ración. Al demonio con el colesterol; había que vivir al límite.
Me ajusté las gafas oscuras y estaba a punto de avanzar contracorriente cuando vi a una anciana que se caía al suelo por un empujón.
– ¡Oh, ay! -exclamó cuando la cogí por los brazos. La multitud pasaba a nuestro lado, indiferente. Yo era la fugitiva; mi misión era huir, pero ¿qué podía hacer? Tenía que ayudar a la vieja.
– Mi espalda, mi espalda -dijo gimoteando-. Ayúdeme, por favor. Me duele mucho.
– Está bien, no se aflija -dije, y la acerqué al muro del edificio, apartándola de la marea constante de transeúntes. Era tan frágil como mi madre, unos huesos quebradizos en un fino saco de piel.
– -Mi espalda. Necesito echarme, por favor. --Tenía el rostro contorsionado por el dolor, de modo que me puse de cuclillas al lado del muro de granito y le coloqué la cabeza sobre mi muslo. Su uniforme rojo decía mantenimiento en un letrero sobre su pecho, pero no tenía ninguna chapa con su nombre. En un mundo de etiquetas, la gente que nos hace la limpieza continúa siendo anónima.
– ¿Cómo se llama? -le pregunté.
– Eloise -me contestó con dificultad-. Me duele la espalda-. Tenía la frente húmeda hasta la raíz del pelo, y se aferraba con una mano a la manga de mi chaqueta. Como no podía hacer nada mejor, me arrodillé y la abracé.
De pronto, se oyó un alboroto del otro lado del gentío. Primero fueron ruidos; luego, gritos. La multitud prorrumpió en charlas nerviosas y se acercó peligrosamente a la anciana.
– -¡Eh! --exclamé, y di un golpe en la pierna al primero que se puso a nuestro lado.
Resonaron de pronto las sirenas policiales a no menos de diez metros de donde nos encontrábamos. El corazón empezó a palpitarme con fuerza. Se oyeron frenazos a mi lado. Los neumáticos rechinaron. Dieron órdenes a gritos. ¿Me buscaban a mí? No podía ver más que pantalones oscuros y una nube de medias negras de nailon. ¿Qué estaba pasando?
La multitud se alejó un poco. Abracé a Eloise para protegernos a ambas. Entre los tobillos y los zapatos pude ver el relámpago blanco de un coche patrulla que circulaba, luego otro más. Policías de uniforme salían de los coches. Y el último que salió fue el teniente Azzic con la corbata al viento.
Dios santo. Me dio un ataque de pánico. Mi instinto me decía que corriera. Lo sentí en mis pies, en cada músculo de mis piernas. La adrenalina se lanzaba por mi sistema sanguíneo instando al cuerpo a que huyera. Vete, corre.
– -Me duele --gemía Eloise--. Me duele mucho la espalda.
¿Y Eloise? Traté de pensar. No podía dejarla allí, sobre el pavimento. La pisarían. Y si me levantaba y huía, ella sin duda me delataría. No, quédate aquí. La multitud me ocultaba de los policías y me agaché aún más para que no me pudieran ver la cara.
Entonces me di cuenta. No me buscaban a mí. Se trataba de Grady y no había nada que yo pudiera hacer.
A continuación, un ejército de policías salió del edificio. En medio de ellos, más alto que la mayoría, estaba Grady. Tenía las manos esposadas a la espalda y los policías lo llevaban por los codos. Ante esa visión, sentí un ramalazo de dolor. Uno de los policías acarreaba sus cosas. Lo metieron en el asiento trasero de un coche y Azzic se sentó delante.
– Circulen, señores -dijo uno de los policías dispersando a la gente-. No hay nada que ver, nada que ver.
Eloise me miró a los ojos.
– -Agacha la cabeza, cariño. Están a punto de irse.
35
Unos minutos después, ya tenía de pie a mi cómplice y avanzaba sobre mis tacones de aguja por la calle Chestnut tratando de confundirme entre la multitud del mediodía. Miraba en todas direcciones tras mis gafas de sol. Solo el transporte público y la policía tenían permiso para circular por esa calle, lo que me facilitaba vigilar a la policía. No podía creer lo rápido que habían aparecido en la biblioteca. Algún policía de paisano debía de haber estado siguiendo a Grady. Quizá me estuvieran siguiendo a mí ahora mismo. Me puse tensa. Seguía avanzando entre el gentío; la cabeza me daba vueltas.
De modo que Grady había sido arrestado, sin duda como cómplice de los hechos. Azzic le habría seguido la pista a través del bananamóvil y no le importaba si no podía sostener los cargos en su contra, lo único que quería era aumentar la presión sobre mí. De paso, arruinaba la carrera a un excelente abogado. Me estaban cercando.
Caminé con la mayor naturalidad posible luchando contra el pánico que me oprimía el pecho y la garganta. Pensé en las cintas de Eileen. ¿Cuánto faltaba para que Celeste descubriese su ausencia? El expediente había estado sobre su escritorio. Tenía que ser el asunto más importante para él. ¿Cuánto pasaría antes de que denunciase la desaparición a la policía? No me quedaba mucho tiempo. El guardia recordaría mi disfraz, no tendría ningún problema. ¿Alicates? ¡Por favor!
– Eh, nena -dijo una voz junto a mi brazo-. ¿Cómo te va? --Era un hombre bajo con tatuajes que se apreciaban a través de una camiseta negra. Me miraba--. Quieres pasar un rato con un hombre de verdad, ¿eh? --Entonces recordé el aspecto que tenía. Una buscona imponente que no podía caminar sobre aquellos tacones.
– -Soy yo el hombre de verdad, guapo --le dije--. Y ahora, lárgate.
Seguí adelante. Cada vez había menos gente por la calle. El tráfico de autobuses había disminuido. Todo el mundo volvía al trabajo, dejándome a la vista de cualquiera. Necesitaba esconderme, pero todavía no podía arriesgarme a ir al sótano. Necesitaba salir de las calles antes de que otro tatuado me detuviera.
Me abrí paso hasta el fondo de un autobús y tomé asiento en la última fila, que estaba vacía, salvo un adolescente con una camiseta de los Raiders. Me quedé allí escondida tras la sucia ventanilla de la izquierda e intenté calmarme. Intenté respirar con normalidad. Me sequé la frente húmeda bajo mis gafas. No podía dejar de pensar en Grady. ¿Dónde estaría ahora? ¿Prestando declaración?* ¿En una celda? ¿Habría llamado a un abogado? ¿A quién? La única forma de ayudarlo y ayudarme era resolviendo ese maldito embrollo.
Busqué en la cartera y saqué la grabadora Casio que Grady tenía consigo. Dijo que me sacaría de la biblioteca y había tenido razón. Traté de no afligirme por él mientras la desempaquetaba, puse la cinta de Eileen y coloqué los diminutos auriculares en mis orejas. Ahora me parecía a los demás pasajeros del autobús.
Apreté el botón play.
P: ¿Dónde estaba esa abogada?
R: En un centro de asistencia. Yo no tenía que pagar.
P: Oh, ya veo. Consigues lo que pagas.
R: De acuerdo, pero fueron los tribunales, no la abogada. Allí los abogados eran buenos.
P: Entonces, cuéntame de tu siguiente novio.