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¿Qué pensamientos había tras esos grandes ojos negros? Tenía que averiguarlo, pero no sabía cuál podía ser mi próximo paso si no lograba inspeccionar la casa. Necesitaba un plan B. Recapacité sobre todo lo que sabía. Renee estaba relacionada con Eileen y el lugar de contacto había sido el centro de asistencia jurídica de la Universi dad de Pennsylvania. Si no lograba entrar en la casa, tendría que cambiar de rumbo.

A fin de cuentas, la fiesta había terminado.

Me aclaré la garganta, levanté los hombros y me dispuse a enfrentarme con mi enésimo guardia de seguridad en lo que iba de semana. Había conocido a ancianos, jóvenes, blancos y negros, y había llegado rápidamente a la conclusión de que en el mundo hay demasiados guardias y ninguna seguridad. Demasiados policías y ninguna protección. De otro modo, ¿cómo se explicaba el que yo fuera una fugitiva?

Empujé las puertas de cristal de la facultad de derecho y me enfrenté a mi nuevo guardia. Vestía de paisano; era de baja estatura, con gafas, y estaba sentado tras una mesa de madera estudiando derecho mercantil. ¿Un estudiante de segundo año? Parecía que estudiaba frente a un libro de Mercantil II.

Levantó la mirada parpadeando a través de sus gruesas gafas de concha cuando me acerqué a él. Tal vez no sería el guardia de seguridad más apuesto del mundo, pero sin duda era el más inteligente. Mierda, tendría que encontrarle el punto débil. ¿Un estudiante de último curso? ¿Trabajando para estudiar? No sería mayor problema.

– Tengo un problema y tú tienes otro -le dije inclinándome sobre la mesa aparentando un cansancio que no me salió nada fingido.

– ¿Que yo tengo un problema?

– Soy socia de Grun amp; Chase. Conoces la firma.

– Por supuesto, la conozco. -Tragó saliva visiblemente y cerró el grueso volumen de casos metiendo el dedo índice en medio para marcar la página. Si le dolía, no lo demostró. ¿No sentía nada? Podría trabajar de estatua-. Todo el mundo conoce Grun amp; Chase.

– -No hay duda. En cualquier caso, el otro día mantuve aquí una entrevista y, por desgracia, dejé mis apuntes y todo el expediente en el centro de asistencia. Supongo que tienes una llave para dejarme entrar.

– Así es.

– Muy bien. Pasemos.

– Eh, no sabía que las entrevistas se mantuvieran aquí.

– Pues, sí. Se les hacen a los estudiantes del centro.

– Qué raro. -Levantó la cabeza de un cabello castaño con un corte de pelo anticuado, de cuando los cortes tenían nombre. Supuse que el suyo se llamaría «el corte fantasma».

– ¿Qué es lo raro? -le pregunté.

– Es verano. No sabía que hubiera entrevistas de trabajo en verano.

Piensa rápido, imbécil.

– -No son las entrevistas normales. Son para estudiantes selectos del último curso. Estudiantes del centro. No te entrevisté a ti, ¿verdad? --Le eché una mirada arrogante con el sello de la casa Grun.

– No, no sabía nada de las entrevistas.

– Son muy informales. Nos gustan de ese modo.

– Yo no hago prácticas en el centro.

– Pues haces mal.

– Supongo que tampoco soy tan selecto. -Desvió la mirada y dejó caer sus débiles hombros con la camiseta caracoles de cinco centímetros. Me recordó un poco a Wingate. Sentí una fugaz simpatía por él.

– -¿Te entrevistó gente de Grun?

– -Sí, durante el año. Pero no me volvieron a llamar.

– -¿Cómo son tus notas?

– -No para matrícula de honor.

– -De acuerdo, pero ¿son buenas?

– -Bueno, no son espantosas.

– ¿No son espantosas? -Si este chico no aprendía a tener más presencia y confianza en sí mismo, se lo comerían vivo-. ¿Quieres decir que mejoran?

– Mejoran, eso es. -Se colocó bien las gafas.

– ¿Tienes alguna experiencia? En Grun les gusta eso. A todas las firmas, ya sabes. Experiencia práctica.

– Trabajé en el despacho de mi padre el primer año y conseguí mucha experiencia práctica. Soy una persona práctica. Enfoco los problemas desde el ángulo práctico.

– -Ya entiendo. ¿Ya tienes trabajo para cuando acabes?

– -No --dijo. Se le subieron los colores como si su respuesta fuera motivo de una profunda vergüenza, lo cual, en una facultad de derecho, lo era.

– -¿Dónde trabajas este verano?

– -Aquí.

– -¿Incluso durante el día?

Tragó saliva.

– No pude encontrar un trabajo jurídico.

Lo miré y él me miró. Ambos sabíamos lo que eso significaba. Estaba a punto de licenciarse con una deuda de al menos cien mil dólares y sin ninguna posibilidad de devolverlos. Ese chico necesitaba ayuda. Estuve a punto de creerme lo que estaba fingiendo.

– ¿No has estudiado?

– Sí, y he estudiado duro. Pero cuando llegan los exámenes, me quedo… congelado, no atino a nada. -Meneo la cabeza mordiéndose un labio-. Quizá no tengo el talento necesario para ser abogado. Tal vez no esté hecho para esto.

– O tal vez no piensas con los pies en la tierra.

– No lo hago. Eso es lo que opina mi padre.

– -Todo eso significa que acaso no sirvas para presentarte ante un jurado. Pero hay otras clases de abogados.

– Pero los litigios son los más atractivos…

– -Olvídate de lo que es atractivo. ¿Cuál es tu materia favorita?

– -Tributación.

– -¿Impuestos? --Era casi inconcebible. ¿Qué le pasa a esta nueva generación? ¿Derecho fiscal en vez de constitucional?--. ¿Te gusta de verdad el derecho fiscal?

– -Es como un inmenso rompecabezas. Se encajan las piezas y entonces todo tiene sentido. -Sonrió por primera vez transportado por la belleza y las maravillas del sistema fiscal.

– ¿Cómo te fue en fiscal?

– Conseguí un E, un excelente. Es el único. -Sonrió de orgullo y de alivio.

– Y entonces, ¿por qué no te inscribes en un programa fiscal? ¿Como el de la Universidad de Nueva York? Haz un máster en tributación. Te prorrogarán la deuda universitaria y tendrás otro año para conseguir trabajo.

– -¿Cree que es posible?

– -Por supuesto que sí.

– ¿No es demasiado tarde para presentar la solicitud?

– -No si la envías de inmediato.

Le resplandeció la cara.

– ¡Lo haré!

– -Pues ya está. --Vi que la expresión le cambiaba entusiasmo a confusión.

– -Espera. ¿Por qué me cuentas todo esto?

Me cogió de sorpresa.

– Porque me has caído bien.

Volvió a apoyarse en el respaldo de la silla y entrecerró sus ojos miopes.

– No trabajas para Grun, ¿verdad? No puede ser, porque eres demasiado buena.

Hizo una pausa y se hizo el silencio en el vestíbulo. No había nadie más. De súbito, me sentí agotada. Había tenido veinte minutos de sueño en tres largos días. Acaso, por una vez, diría la verdad. Quería salir de mi papel y el chico tenía una cara en la que se podía confiar, como la de Wingate.

– ¿Quieres saber la verdad? -dije-. No soy una socia de Grun que trabaja para Personal ni una buscona ni uní criminal.

– Pues, entonces, ¿qué eres?

– -Soy abogada y tengo una necesidad apremiante de entrar en ese centro.

– -¿Por qué?

– -Es una larga historia. Te la contaré por el camino.

Reflexionó. Luego abrió el cajón central. Tal vez y; tuviera los pies en la tierra, después de todo.

37

Caminamos por el reluciente pasillo blanco de la facultad de derecho. Todo era sobrio y moderno, salvo los retratos en fila y con marcos dorados de juristas muertos. Yo seguía al estudiante cuyo nombre completo resultó ser Glenn Milestone mientras me conducía por las distintas salas hasta el centro de asistencia. Abrió la puerta cuando llegamos y pasamos a una sala que costaba más de lo que jamás podrían ganar en toda la vida sus indigentes clientes.