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– Tú mataste a ese hombre, ¿no es verdad, Eve? -grité-. ¡Tú y Renee Butler lo asesinasteis, igual que a Mark!

– ¡Esto es un ultraje! -A Eve se le convulsionaron las hermosas facciones mientras intentaba controlarse delante de la policía-. ¡Tú mataste a Mark!

– Tú y Renee. Las dos matasteis al marido de Eileen. No lo niegues. Renee confesó. Hasta me dio la llave. --Saqué del bolsillo de la chaqueta mi propia llave de la caja de seguridad.

Una sorpresa momentánea sacudió el rostro de Eve, que de inmediato encontró a Renee entre el público.

– -¡No! ¡No! --gritó Renee poniéndose de pie--. ¡Eso no es verdad! ¡No es la mía! --Se llevó las manos al collar de su vestido y buscó entre los pliegues profundos de su ropa.

Un grupo de guardias de seguridad traspasaron las puertas de la audiencia. La mayoría del público quería dirigirse a la salida, y abarrotaban los pasillos laterales.

– ¿Qué está pasando aquí? -exigió saber el juez Thompson, pero nadie le oía.

– Está mintiendo, Eve -dije tratando de enfrentarlas entre sí-. Se lo contó todo a la policía. Por eso están aquí. Para arrestarte. Apuñalaste al marido de Eileen y escondiste el arma homicida en la caja de seguridad. Renee lleva la llave colgada del cuello; tú, en el brazalete. Recordé lo que dijiste sobre «las llaves en el joyero». Interrogué a Renee y ella me contó toda la verdad.

– ¡No, no, no! -gritó Renee. Empezó a caer presa del pánico y a buscar frenéticamente la llave en el vestido. Azzic permanecía impertérrito observando la escena en un silencio siniestro.

– ¡Orden! ¡Mantengan el orden! -pedía el juez Thompson haciendo sonar el mazo. ¡Crac! ¡Crac! ¡Crac!

– -¡Esto es ridículo! -chilló Eve-. ¡Te denunciaré por difamación, por calumnia! -Hizo una mueca de desprecio con los labios pintados de rojo. Era demasiado lista para incriminarse; yo no esperaba que lo hiciera. Yo sabía cuál de las dos tenía un flanco débil. Me dirigí a Renee.

– -¡Di la verdad, Renee! Lo del marido de Eileen fue idea tuya, pero lo de Mark fue idea de Eve. Los policías tienen una declaración de Jessie Morgan.

– ¿Jessie? -Renee quedó atónita y con los ojos al borde de las lágrimas. Sus manos dejaron de moverse frenéticamente y se aferraron a su propio cuello. Sentí un ramalazo de simpatía por ella, pero seguí adelante tratando de dar en la yugular. Ella había matado a Mark y me había traicionado.

– Dejaste las tijeras cuando fuiste a mi apartamento, Renee. Lo arreglaste con Eve y tramaste con ella cargarme con el asesinato del presidente de Furstmann. Hiciste que Eve matara a Bill porque él no quería ser cómplice de lo que ocurría. Dilo ahora. Confiesa la verdad. Es tu oportunidad. Ya no tienes que guardar más secretos.

– ¡No, no, no! -gritó Renee con el rostro descompuesto por la angustia. Empezó a menear la cabeza y a sollozar-. Fue… idea de Eve. Yo no quería matar a Mark. Él no hizo… nada. Ella me dijo… que le contaría lo de Eileen. Y lo que hicimos. Quería la empresa para ella.

Habría aplaudido su confesión de no ser una trama tan diabólica. Me alcanzó una oleada de agotamiento que me dejó temblando. Se me llenaron los ojos de lágrimas de alivio. Era el final. Casi.

De repente, Eve salió corriendo ante el perplejo jurado y se dirigió a la puerta. Azzic hizo una seña a sus hombres para que salieran detrás de ella. Los guardias de seguridad llegaron a la fila donde Renee estaba cabizbaja y llorando. El juez Thompson hacía sonar el mazo en vano. ¡Crac! ¡Crac! ¡Crac!

Azzic se abrió paso por el pasillo y me miró a los ojos. En su mirada, se vislumbró un mínimo asomo de arrepentimiento que enmascaró rápidamente.

– Diga que lo siente, Azzic. Es lo menos que puede hacer. -Me pasé una mano por los ojos.

Cuando levanté la mirada, se había ido.

40

A la mañana siguiente, me desperté sin prisa, saboreando la sensación de descanso y de paz. Extendí la colcha hasta el mentón haciendo un placentero inventario. Estaba a salvo en mi propia cama. Bear roncaba a mi lado, en su sitio favorito. Y un abogado ruidoso andaba por mi cocina.

– Eh, tú -llamé-. Vuelve a la cama.

– Estoy ocupado. -Se oyó el sonido de una olla, luego las puertas del armario que se abrían y cerraban.

– ¿Qué estás haciendo?

– No te incumbe.

– -¿Cuándo volverás?

– -Cuando me sienta bien y esté preparado. --Abrió el grifo y luego lo cerró.

– Pero yo me siento bien y estoy preparada. -Estaba menos cansada de lo que pensaba la noche anterior. Y esa mañana, me sentía aún menos cansada. Debía ser el remo. Un deporte sumamente útil.

– Ya está bien de darme órdenes.

– No puedo evitarlo. Soy la jefa.

– No lo eres. Somos socios.

Sonreí.

– ¿Ahora somos socios? Debo pensármelo.

– Rosato y Wells está bien para mí. Sé lo tímida que eres.

Entonces lo oí. Un gluglú que podía identificar hasta durmiendo. Se me aceleró el corazón. Esperé esperanzada.

– -Las toallas de papel están…

– Las encontré -dijo, y yo me hundí aún más bajo las mantas en una espera deliciosa. La vida era una belleza. Era difícil encontrar un hombre con todas esas aptitudes. Dudé de que siguiera buscando. El aroma de su perfecto café llegó con él.

– ¡Dios santo, eres muy mal educada! -dijo Grady en calzoncillos y portando un termo que nos habíamos llevado de Homicidios cuando fui a buscarlo. Era lo menos que nos podían dar. Y ahora estaba lleno hasta el tope.

– ¡Café! -Me senté de inmediato y me dispuse a beber, sedienta. El primer sorbo me acarició la lengua. Era mi tercer orgasmo en ocho horas.

– Bébelo rápido. Tenemos que hacer algo importante. -Grady tomó asiento sobre la cama y me sonrió.

– -¿Más importante que el café?

– -Sin la menor duda.

– -¿Qué podría ser más importante que el café? --Volví a poner pose de mujer fatal, pero Grady no reaccionó.

– -¿Piensas que me refiero al sexo? De ningún modo. --Sacó unos pantalones del armario y se los puso--. Bebe y vístete.

– -¿Qué?

– Está todo arreglado. Lo hice mientras dormías. -Encontró una camisa-. Tenemos que ir a un sitio.

– -¿A dónde?

– Ya verás -dijo, y hasta Bear levantó sus orejas, intrigada.

Diez minutos después, yo estaba atrapada por uno de los abrazos de osa de Hattie, aplastada torpemente contra una miscelánea de brillantes naipes que lucía sobre el pecho.

– Estoy tan feliz de verte, tan feliz… -dijo-. Gracias a Dios que estás en casa. Gracias a Dios.

– -Todo está bien. Ya ha pasado. --La abracé lo más fuertemente que pude. Había llegado a casa demasiado tarde para pasar por el piso de mi madre y no estaba dispuesta a verla en aquel momento. Había pensado lidiar con ella tras una buena noche de sueño, pero Grady había hecho otros planes. Sin mi permiso.

– -Entrad --dijo Hattie; luego dio un paso atrás y se secó los ojos con la manga de su camiseta-. Entrad, vosotros dos. Ella está en su habitación.

– ¿Cómo se siente?

– Ya lo verás. -Hattie cerró la puerta del apartamento y echó tal mirada a Grady que me hizo lanzar una carcajada.

– ¿Habéis estado conspirando?

Hattie sonrió.

– Grady y yo somos viejos amigos. ¿Verdad, Grady?

Él asintió.

– Nos criamos a menos de quince kilómetros de distancia. ¿Lo sabías, Bennie? Hattie creció cerca de la frontera de Georgia y yo nací en Murphy, al otro lado de la frontera.

Hattie me cogió un brazo.

– -Tuvimos una larga charla telefónica. Ahora, vete a ver a tu madre. Está despierta.

Grady me cogió el otro brazo.

– Así es, Bennie. Yo quiero conocerla.

Con cierta desgana, dejé que me llevaran.