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– Pues sí, mi pequeña progresista. Se te cae la baba por un buen perdedor, cualquier clase de perdedor. Cuanto más perdido, contusionado y puteado, mejor. Lo mismo me sucede cuando diviso una bancarrota. Somos los perreros de la profesión.

– Gracias.

Sam me miró con expresión burlona.

– ¿No te estoy levantando el ánimo?

– -Estoy bien.

– -¿Qué pasa, mi pequeña remera de amor? ¿Aún te duele lo de Mark?

Suspiré, resignada.

– -Sorprende, ¿no? Me dejó hace un mes. Ya tendría que haberlo superado. --Sentí ganas de patear algo, pero todos los muebles eran de vidrio.

– -No ha pasado tanto tiempo, Bennie. ¿Estuvisteis juntos cuánto, seis años?

– -Siete.

– Te va a doler un tiempo, supongo. Esa mierda de Eve es muy relamida. Estuvo aquí la semana pasada con Mark y me molestó muchísimo. Tan de plástico, tan suave. Es la muñeca Barbie de la abogacía.

Sonreí.

– ¿Por qué me llamaste anoche, Samuel? Llegué a casa demasiado tarde para devolverte la llamada.

Se inclinó sobre su escritorio.

– -Estoy preocupado. Me ha llegado un rumor muy desagradable. Hay una retirada de asociados en marcha, ¿lo sabías?

– ¿Alguien de Grun ha pegado la espantada?

– -No, en R amp; B. 1

– ¿Qué? ¿En mi firma?

– Eso es lo que he oído -dijo asintiendo con la cabeza-. Un amigo mío recibió una llamada de uno de vuestros asociados. Dijo que pronto tendría que buscarse otro •empleo y que a otro colega le pasaba lo mismo.

– -¿Quiénes? ¿Quiénes son esos asociados?

– -No me lo dijeron. Sólo contamos con ese dato. Le dije que yo no necesitaba a nadie que no conociera el código, que no tengo tiempo para entrenarlos. ¿Qué está pasando, Bennie? ¿Podéis permitiros perder dos asociados? "

– No, no con los casos que nos están llegando. Maldita sea. -Sólo teníamos siete, y Mark y yo éramos los únicos socios-. No puede ser verdad.

– ¿Por qué no? Tú sabes cómo funcionan estas cosas, especialmente en los últimos tiempos. La mitad de las empresas de esta ciudad están cerrando. Mira a Wolf, a Dilworth. Es como si hubiera diez suicidios en masa cada vez.

– ¿Por qué un asociado querría irse de R amp; B? Dios santo, ganan casi lo mismo que yo.

– Son unos ingratos. El socialismo no funciona, la autocracia sí. Pregúntaselo a Bill Gates. Pregúntaselo a Daffy Duck.

Me froté la frente.

– -Tratábamos de hacerlo de una forma diferente. No como en Grun.

– Qué montón de mierda. Tendrías que haberte quedado aquí. Podríamos estar trabajando juntos, divirtiéndonos. Podrías haber sido mi mano derecha. Lo único que tenías que decir era «chocolate con leche» y todo hubiera sido diferente.

Recordé lo sucedido aquel día. Había recibido la llamada del Grande y Poderoso Grun. Un montón de asociados vinieron a mi despacho a prepararme para la Gran Visita, a contarme cuál sería la Pregunta que me haría y la Respuesta que le tenía que dar. «Di chocolate con leche.» Y me lo repetí en voz alta para no olvidarme: «Con leche».

– Sabías que te ofrecería un chocolate Godiva…

– -Y que me preguntaría si lo quería con o sin leche.

– -Se esperaba que dijeras «con leche», su favorito. Pero no, mi Bennie tuvo que decirle: «No tomo chocolate, señor Grun». -Sam sacudió la cabeza con tal muestra de dolor que no pude dejar de reírme.

– -¿Y qué? ¡Yo no tomo chocolate!

– -¿No pudiste comerte un trozo de esa mierda de chocolate? ¿Te hubiera matado? ¿Se te hubiera atragantado?

– Exactamente -dije, aunque no se lo expliqué. De cualquier manera, Sam conocía mi historia. Había tragado ya tanta mierda que se me habría atascado en la garganta y me habría sofocado la terrible necesidad de complacer, de decir que sí, lo que usted mande y a cualquier precio. Me levanté y me dirigí a la puerta-. Será mejor que vuelva a la oficina. Quiero ver lo que pasa. Gracias por la información.

– Espera, he oído que estabas en las noticias del mediodía. Defendiendo a ese grupo a favor de los derechos de los animales que provocó un desorden público.

– No fue un desorden público y se trata de una pareja, no un grupo. Dos chicos, uno confuso y la otra, no tanto.

– -Tenía que encarar el problema de Eileen, pero al menos |hora estaba entre rejas.

– Pues esta vez estoy del lado de la policía. Furstmann dice que está a punto de conseguir una vacuna contra el

– Lo sé…

– Dile a tus clientes que vengan a verme cuando le lleve la comida a Daniel. Ni siquiera puede tragar debido a la enfermedad. Le tengo que comprar comida para bebés. Díselo a tus clientes. -Un solo cliente. Y tengo al tipo adecuado.

– ¿Buen tipo? ¡Que lo jodan! -Sam enrojeció de ira. Tenía un pronto terrible, sobre todo después de que lo hicieron socio-. ¡Déjalo que se represente a sí mismo! Aún mejor, deja que una de sus ratas de laboratorio lo represente y ya veremos cómo se las arregla entonces. ¡Espero que los policías le hayan hecho entrar en razón!

– -Cálmate, no quieres decir eso.

– -Pues sí. ¡Yo mismo le daría una buena paliza! Yo y todos los maricas que conozco. ¡Lo golpearíamos con nuestras carteras!

– Dame un besito, mon petit nom de plutne. -Me acerqué al escritorio y le di un beso.

– ¡Espero que le rompan las piernas! ¡Espero que le Arranquen la polla de cuajo!

– Adiós, eso es todo, amor mío -dije, y traspasé la puerta.

5

Abrí la arqueada puerta de madera de R amp; B y sentí la misma sensación de siempre. Estaba en casa. Mark y yo compramos la casa con dinero de su familia y la convertimos en una oficina al tiempo que devolvíamos el préstamo. Yo misma pulí y enceré los suelos de madera; Mark colocó los tabiques. Pintamos las paredes y los frisos de amarillo dorado y yo decoré los despachos para que fueran cómodos con sillas blandas, mesas de pino y acuarelas.

– -Hola, Bennie --dijo Marshall desde la ventanilla que daba a la sala de recepción. Tenía el cabello rubio oscuro recogido en una trenza y vestía un jersey de algodón y vaqueros que colgaban de un físico tan delicado que parecía incapaz de afrontar ninguna responsabilidad. De hecho, Marshall era la recepcionista de R amp; B, la administradora y contable y dirigía el pequeño despacho tras la ventanilla como una auténtica Stalin.

– ¿Por qué no te has ido a comer? -le pregunté.

– Tenemos demasiado trabajo. Te han hecho un montón de llamadas. -Me pasó un papel con la lista. En la parte superior de nuestro papel interno ponía R amp; B con tipografía llamativa. Mark estaba a cargo de lo que podía llamar la atención; yo solo me ocupaba de lo demás.

– Entonces, vete temprano a casa. Márchate a las cuatro y ya nos arreglaremos con las llamadas. -No quería que Marshall también desertase. Además de que ella era quién dirigía el cotarro, yo me sentía más cómoda a su lado de un modo que no era posible con los asociados, con quienes mantenía una distancia profesional.

– ¿Estás segura? Te puedo tomar la palabra. Tengo que probarme un vestido para una boda.

– ¿Rojo o turquesa?

– -Turquesa.

– Que te vaya bien.

– -Gracias.

Sonó el teléfono y ella se dispuso a contestar cuando yo iba por el pasillo con mis mensajes en la mano y buscando a los asociados. El pasillo estaba vacío, de modo que entré un poco al azar en la biblioteca, que también nos servía como sala de reuniones. Allí tampoco había nadie. La mesa redonda y comunitaria no tenía nada encima y estaba flanqueada por anchas carpetas de legislación federal con sus números de volumen dorados como una estela brillante. Acaso los asociados habían salido a almorzar. O a entrevistarse con alguien a la búsqueda de un nuevo empleo.

Salí de la biblioteca, fui hasta el final del pasillo y subí la escalera de caracol para espiar en los despachos de arriba. Todos tenían el mismo tamaño, ninguno era más pequeño que el de Mark o el mío y a cada asociado se le habían asignado mil dólares para que lo decorara a su gusto. Gracias a la dirección progresista y a nuestros atractivos casos, R amp; B atraía a lo mejorcito y más brillante de las facultades locales de derecho de Pennsylvania, Temple, Widener o Villanova. Todos nuestros asociados eran doctores en derecho y les pagábamos como a los semidioses que ellos creían ser. ¿De qué se podían quejar? ¿Y dónde demonios estaban?