– Un buen trabajo, creativo -dije hojeando el informe por segunda vez. Ninguno de esos informes salía de R amp; B sin mi revisión para garantizar que todo fuera correcto. Había detectado fallos en el informe preparado por Eve y Renee Butler. Cerré la carpeta y se la devolví-. Muy creativo.
Eve puso una sonrisa de circunstancias, al igual que el doctor Haupt, o al menos así me lo pareció. La línea de sus labios se volvió imperfecta.
– Estoy de acuerdo -dijo Williamson-. Uno de los problemas de la industria farmacéutica es controlar el producto una vez que se ha desarrollado, tal como se puede ver en la querella de Cetor. Desarrollar un producto de éxito es un proceso complicado que a menudo implica reunir varias patentes. Patentes interdependientes, más de una docena.
– -¿Tantas? --dije, aunque él no creyó necesario darme una respuesta antes de continuar su discurso. A los clientes de empresas les encanta hablar de sus negocios. Escúchalos o algún otro lo hará.
– Incluso más. En una sociedad en participación, el meollo es qué empresa controlará las patentes en caso de desarrollar un producto de éxito. La idea de Mark es que cada socio posea la mitad de las patentes interdependientes. Ninguna patente tendría valor por sí misma, sino en combinación con todas las demás.
– Muy bien -dije, aunque lo recordaba del informe-. De modo que las patentes encajarían.
– Como una llave en su cerradura.
– Sorprendente -balbuceé, pese a que yo misma había inventado el símil. Había corregido el informe e incorporado la metáfora al comparar las patentes con las llaves de una caja de seguridad. No era algo apropiado para un informe de aquella naturaleza, donde se supone que el lenguaje es tan blando que nadie puede luego recordarlo y, mucho menos, hacer responsable a la firma de cualquier contratiempo.
Williamson se puso de pie pasando una mano por su abultada chaqueta.
– Tengo que irme. Debe estar a punto de sonar el teléfono y será mi mujer.
Mark y yo nos reímos en un desafortunado dúo. Siempre nos reíamos de las bromas de nuestros clientes, pero intentábamos no parecer demasiado obsequiosos.
– Le acompaño -dijo Mark levantándose para ayudar a recoger los papeles de Williamson. El doctor Haupt también se puso de pie y Eve llenó la carpeta con movimientos delicados.
– Gracias una vez más, Kurt -le dije a Williamson. Le estreché la mano cuando se retiraba hacia la puerta y me apretó un brazo.
– Aún practicas el remo, ¿verdad? -me dijo sonriente-. Yo hace años que no lo hago. Me estoy volviendo viejo.
– -¿Usted también? Qué coincidencia.
Williamson se rió mientras Mark le daba uno de esos codazos que se consideran de intimidad empresarial; Williamson se dejó mimar. El doctor Haupt le siguió en silencio y nos dejó a Eve y a mí a solas en la biblioteca. Decidí mostrarme simpática con ella.
– -Felicidades por el nuevo negocio, Eve.
Continuaba recogiendo papeles, pero frunció el entrecejo.
– -Son unos sexistas, incluso el doctor Haupt. No me han prestado la más mínima atención.
– -Hola, Eve --dijo una voz juvenil detrás de mí. Era Wingate, un tipo calvo con mejillas enjutas, ojos grisáceos y hundidos y una palidez a la última moda. Entró en la biblioteca vestido con una camiseta en la que ponía JERRY y pantalones verde oliva, y tomó asiento al lado de la ventana-. ¿Cómo va el juicio Wellroth?
Eve ocultó su malhumor.
– De maravilla -dijo, y preferí no llevarle la contraria.
– Bien -dijo Wingate-. ¿Te dejó Mark que interrogaras a un testigo?
– Claro. Interrogué a dos y discutí una moción a última hora. Una moción sobre pruebas.
– -Mierda --dijo Wingate frotándose el pelo bastante largo-. Me he pasado el día atareado con un solo escrito. ¿Cuándo me va a dejar trabajar en un juicio? En dos años he hecho más de cincuenta actas. Considero que ya estoy preparado, ¿no crees? -Golpeó con sus tacones negros contra la pared dejando dos marcas en mi pintura.
– Wingate, basta ya -le dije.
Me miró como un niño ofendido.
– ¿Cuándo voy a tener un poco de experiencia en un tribunal, Bennie? Estoy preparado. Puedo hacerlo.
– Pregúntaselo a Mark. No quisiste trabajar para mí.
– Él siempre lo pospone.
– Entonces, insiste.
Wingate se hundió en el asiento mientras Eve se sentaba jugueteando con su brazalete, un medallón de oro, una llave de plata, un corazón diminuto. Me pregunté si Mark le habría regalado el brazalete; a mí nunca me había dado algo tan caro.
– -Me parece que ha ido bastante bien --dijo Mark, que regresó con aires de conquistador-. ¿Eve?
– -Bien --dijo ella--. Ha ido muy bien.
– -¿Qué ha ido bien? --preguntó Grady Wells haciendo acto de presencia en la biblioteca; vestía un traje gris y una corbata. Liberty. Llevaba gafas de montura dorada; ostentaba también una sonrisa agradable y una mata de pelo ensortijado imposible de desenredar. Era lo único rebelde que había en Grady, un tipo muy alto de Carolina del Norte con modales del sur y un acento que engañaba a los abogados de la parte contraria haciéndoles creer que era medio tonto. Nada más lejos de la realidad.
– Hablábamos del juicio Wellroth -dijo Wingate-. Eve interrogó a dos testigos. Pero ¿de qué te has vestido, Wells?
Grady se miró el traje.
– De abogado, creo.
– Pero ¿esta noche no es la gran fiesta del club? ¿La última noche de la temporada?
– Me la pierdo. Ceno con un cliente.
Wingate refunfuñó.
– -Tal vez esta no sea la última noche de la temporada. Acaso cada noche es la última. Tú eres el chico de oro, Wells, dímelo.
– ¡Renee! --exclamó Mark, y se mostró radiante cuando apareció Renee Butler con una camisa holgada de tela Kente-. Entra y celebrémoslo. Wellroth nos encarga un negocio de primera magnitud, incluyendo un caso antitrust. Quiero que tú y Wells os ocupéis de ello. Será una joya.
– Si me necesitas… -contestó Renee.
Mark se volvió hacia Grady.
– -¿Y tú qué, Wells?
– -No, gracias -dijo con una seguridad respaldada por sus credenciales. Estaba licenciado por la Universidad de Duke, había sido letrado del Supremo y antes había colaborado con la Harvard Law Review. Fue un fichaje de R amp; B y él había aceptado porque tenía una novia en Filadelíia en aquel momento.
– ¿Ni siquiera quieres una parte? -preguntó Mark, pero Grady dijo que no con la cabeza.
– Ese caso está en las últimas -murmuró Wingate-. Está muerto desde los años ochenta.
– Buenas noches a todo el mundo -dijo Jennifer Rowland desde la puerta. Era una mujer pequeñita, graduada en Villanova, que siempre daba la sensación de estar tan efervescente como un vaso de Seven-Up.
– -Entra, Jen --dije, y le hice espacio para que cupiera entre nuestros otros dos asociados, Amy Fletcher y Jeff Jacobs. La biblioteca era tan pequeña que al final del día siempre se parecía al camarote de los hermanos Marx, pero a mí no me importaba. Me encantaba oírlos hablar sobre los problemas legales del día y a los asociados les encantaba airearlos. Y hoy teníamos un problema de verdad. Decidí afrontarlo.
– ¿Sabéis, familia?, me alegro de que estéis todos presentes, porque hay algo que me gustaría discutir. He oído ciertos rumores.
Mark levantó la cabeza sobresaltado.
– ¿Rumores? ¿Qué clase de rumores?
– ¿Sobre Wells? --dijo Wingate--. ¿Es de verdad una mujer?
Mark lo atajó con un gesto terminante.
– Wingate, si fueras divertido, sería diferente. Pero no lo eres, así que cállate.
A Wingate se le subieron los colores y yo me aclaré la garganta.
– Los rumores dicen que algunos de vosotros estáis repartiendo currículos.