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Nos miramos a los ojos y no me sentí muy cómoda ante su mirada.

– Me preocupan todos mis clientes. Ya te habrás dad cuenta.

– ¿Por qué este cliente se merece una visita personal?

Porque yo quería saber si él y Eileen estaban comprando chucherías o explosivos, pero no beneficiaría nada a Grady si se lo contaba.

– Es un chico joven que necesita una ayuda extra.

– Bien. Yo soy una ayuda extra e iré contigo. -Toma la chaqueta de la silla y se la echó al hombro sujetándola con un dedo.

– -No puedes venir conmigo. Tienes que defender la fortaleza. --Abrí la puerta del despacho, pero Grady la volvió a cerrar.

– No lo entiendo -dijo con sus ojos azules y francos tras las gafas-. Sé cuánto te importa encontrar al asesino de Mark, pero te pasas el día haciendo otras cosas. Ahora sales disparada. ¿Estás rehuyendo la realidad?

– Tengo que poner en orden algunas cosas -dije, aunque sabía que tenía razón. De algún modo, la amenaza contra Furstmann era algo urgente para mí. Tal vez podría prevenir un crimen en compensación por ese otro frente en el que no podía hacer nada. O quizá me resultaba demasiado duro afrontar la muerte de Mark.

– -¿Sola?

– Grady, si todo va bien esta noche, resolveremos juntos este problema. Necesitas mi ayuda, estoy segura.

Lanzó una carcajada.

– Oh, sí, necesito tu ayuda. No sé cómo me las he arreglado hasta ahora sin ti. Ahora bien, ¿llamarás a Sam Freminet o lo tengo que hacer yo?

– Lo haré yo.

– -¿Pensarás también en quién pudo tener un motivo para matar a Mark? ¿Alguien enfadado con él? ¿Un cliente del pasado, o algo por el estilo?

– Sí, señor.

Sonrió.

– Así me gusta más.

– No te acostumbres.

– -No te preocupes. Llámame aquí o a casa si necesitas algo, después de tu cita o a cualquier hora. Haré mi investigación de coartadas. Me gustaría saber dónde estaban anoche los asociados a la hora en que mataron a Mark.

Me cogió por sorpresa.

– -¿Los asociados? Dios santo.

De repente, las ventanas se llenaron de una dura luz blanca. Los focos de la televisión a la búsqueda de buenas tomas. Grady miró hacia la ventana, ahora tan llena de luz pese a que ya anochecía.

– Me pregunto si nos enfocan con el teleobjetivo.

– Es lo más seguro. Vamos a saludar. -Me acerqué a la ventana; Grady me siguió.

– No les muestres el dedo esta vez -dijo él.

– -No tienes sentido del humor. -Miré por la ventana ¡ protegiéndome los ojos de la luz lacerante. Los periodistas inundaban la calzada y sus siluetas se recortaban contra la luz de las farolas.

Grady paseó la mirada por el gentío.

– La primera enmienda en funcionamiento -dijo, y yo sonreí.

– La mitad de ellos son clientes míos en casos de difamación. Defiendo su derecho a hacer exactamente que están haciendo. Y hago un buen trabajo.

– Cuidado con lo que deseas, ¿de acuerdo?

De acuerdo. Miré hacia el blanco resplandor preguntándome si la próxima vez que me enfocaran las cámaras no sería con motivo de mi arresto.

12

Se sentaron delante de sus vasos de plástico con agua y con aspecto de hambrientos. Si te vas a encontrar con vegetarianos para cenar, no lo hagas en un MacDonald's. No sé dónde tenía la cabeza cuando elegí este lugar. Tal vez la culpa la tenían la muerte de Mark, el teniente Azzic y la prisión de Muncy.

– -Os puedo pedir unas patatas fritas -dije en voz baja.

– -De acuerdo --respondió Bill, un poco alejado de Eileen. Si se habían reconciliado, la paz no era nada segura. Él vestía vaqueros y una camiseta blanca; las heridas mejoraban, pero lentamente. Le había bajado la hinchazón de la frente, pero allí estaba el corte, y el blanco de su ojo izquierdo continuaba enrojecido por la sangre.

– ¿Y un filete de pescado? No es carne.

Eileen arrugó la nariz. Era puro nervio, paseaba la mirada por todo el restaurante, y no dejaba de mover los pies, calzados con sandalias Candies.

– Pescado, no. Es un ser vivo.

– Ya no -dije, y nadie se rió. Dios santo, estaba perdiendo. Tomé un sorbo de café. Al menos, estaba caliente-. No como carne de ternera -informé, pero Eileen no me prestó atención. No me había mirado a los ojos ni una vez. Sin duda, me culpaba de haber convencido a Bill para que se declarara culpable.

– -Debiera leer algo sobre la industria ganadera --dijo--. Sobre vacas, cerdos. No hay diferencia. Los crían enjaulas y los alimentan con antibióticos y esteroides.

– ¿Esteroides? -Alejé de mí mi gran hamburguesa a medio comer. Si yo seguía creciendo, me convertiría en Alicia en el país de las maravillas.

– -Es veneno puro. Y luego están las bacterias. Cosas que crecen en la carne. Cosas que se pueden ver. --Movió las pestañas repintadas de negro en un rostro que de no ser por su dureza podría haber sido bonito. Usaba demasiado maquillaje y su vestido de Spandex llamaba la atención. Aún tenía el brazo en cabestrillo, pero ese era el único recordatorio de la refriega con la policía.

– Bill me contó lo del laboratorio, Eileen. Debes haber visto cosas espantosas. -Quería desviar la conversación hacia su amenaza de muerte sin traicionar la confidencialidad de Bill.

– -Así es.

– -¿Son los laboratorios de Furstmann peores que los demás?

Se rascó bajo el yeso del brazo.

– ¿Y a usted qué le importa? Ni siquiera es nuestra abogada.

– ¿El tipo de la cartera extraña es mi sustituto?

– ¿Y qué se esperaba? -dijo riéndose. Desvió su mirada hacia el restaurante, de modo que observé el lugar. Estaba vacío, salvo un viejo que fumaba sin parar en un rincón. Ya se había ido la clientela de la cena y no entraba nadie más. ¿Qué miraba Eileen? Entonces caí en la cuenta de que Eileen no quería ver, quería que la vieran.

– -¿Cómo encontraste al abogado, Eileen?

– -¿John Celeste? Fue él quien me encontró. Me vio en las noticias. Estuve en todos los canales, hasta en los de cable.

– -¿Es él quien pagó la fianza?

– Quiere querellarse con la policía y el ayuntamiento. Dice que puede conseguir quinientos mil dólares.

Bill cambió de posición en la resbaladiza silla.

– Dice que también nos ayudará para que cesen los experimentos. Y eso es lo que queremos hacer.

Eileen asintió.

– Pararlos de golpe.

Sentí un escalofrío y me incliné hacia adelante.

– Eileen, no hay nada que puedas hacer para detener esos experimentos. La presión por encontrar un medicamento que cure el sida es demasiado fuerte. Ya le dije a Bill que tendríais que concentraros en la industria peletera y dejar la farmacéutica. ¿Recuerdas, Bill?

– -Sí.

– ¿Por qué? -preguntó Eileen.

– La gente todavía no está preparada para lidiar con la experimentación animal. Dedicaos a las pieles. Muchos famosos están en contra.

– ¿Famosos? ¿Como quién? -Eileen adelantó un poco el cuerpo y por primera vez un destello de interés apareció en sus ojos.

– -Como Elle MacPherson.

– Me gusta Elle. Está en el cine, como Rene Russo. ¿Sabía que era modelo antes de hacer la película con John Travolta? Tiene mucho trabajo en el cine.