– ¿En qué puedo ayudarla?
– Sí, llamo de R amp; B, Rosato y Biscardi. Creo que necesito encontrar un trabajo.
– ¿Con quién estoy hablando?
– Bueno, no lo puedo decir. Me muero si se entera mi jefa. Es una bruja. -Oí una risa de sorpresa.
– En ese caso, nos podría enviar un currículo confidencial. Envíelo a nombre de…
– ¿Soy la única de R amp; B que ha llamado? ¿O ha tenido una llamada de Renee Butler?
– -No puedo darle esa información.
– -Pero no soy la única, ¿verdad? No enviaré mi currículo si soy la única. --Esperaba que ella temiese perder su desorbitada comisión.
– No, no es la única.
– -¿Es Jeff Jacobs o Bob Wingate? Apostaría a que se trata de uno de ellos.
– -No puedo confirmarle ninguno de esos dos nombres.
– -Sé que Jenny Rowlands se siente fatal en este lugar. Dice que apesta.
– -De verdad que no puedo revelarle el nombre de ningún cliente, querida. Ya tenemos tres currículos de R amp; B, pero eso no significa que no podamos colocarlos a todos.
¿Tres peticiones? ¿Tres asociados querían irse? Era la mitad de mi equipo. Se me partió el corazón. No escuché su discurso de buena vendedora, esperé a que dejara de hablar, le di las gracias y colgué. ¿Tres? ¿Qué estaba pasando?
Me sentí aturdida. Tenía que hablar con Mark tan pronto como apareciera. Una empresa de nuestro tamaño no podía soportar un golpe de esta envergadura, ahora no. La sección de pleitos comerciales y empresariales a cargo de Mark funcionaba a pleno rendimiento; mi práctica sobre la primera enmienda, en la que representaba a clientes de los medios de comunicación en querellas por difamación, había llegado finalmente a igualar los ingresos de los casos por abuso policial. Mark y yo conseguíamos una facturación anual de un millón, del que pagábamos unos cien mil a cada uno, sin contar que dábamos de comer a trece personas. Nos iba estupendamente y hacíamos el bien con genuino espíritu de rock and roll. O al menos eso pensaba yo hasta ese momento.
Volví a mirar mi escritorio, donde se apilaban los mensajes, la correspondencia y los informes. Sería mejor que me ocupara de todo si realmente se avecinaba una crisis. Maldita sea. Dejé a un lado las preocupaciones y me puse a trabajar pasando por alto a mis asociados, que habían regresado. Les oí reír y bromear, luego el sonido de los teléfonos y el de los módems cuando se pusieron a trabajar. Dos de ellos, Bob Wingate y Grady Well, discutían un asunto de jurisdicción federal en el pasillo y puse las antenas.
Eran abogados listos, listísimos los dos. Me caían bien y me disgustaba que quisieran marcharse. Tal vez les podría convencer de que cambiaran de opinión. Inmediatamente después de echarles una buena reprimenda.
A última hora del día, abandoné mis papeles y bajé a la planta baja. Por el revuelo que oía supe que Mark había regresado. Por lo general, nos reuníamos todos en la biblioteca al final de la jornada. Supuse que allí estaban y que Mark les obsequiaba con anécdotas bélicas del caso Wellroth. «¿Oísteis la del jarro de agua fría? Je, je.»
Pero cuando llegué a la puerta abierta de par en par de la biblioteca, me di cuenta de que no se trataba de nuestra reunión habitual. Mark estaba sentado en la mesa de reuniones con Eve a su lado; junto a ella estaba el doctor Haupt de Wellroth y un hombre mayor que reconocí como Kurt Williamson, el asesor principal de la empresa. Iba a pasar de largo para no interrumpir, pero Mark se puso de pie y me hizo un gesto de que entrara.
– Bennie, entra, por favor -dijo amablemente, pero hubo algo en su voz que no me gustó. Se había quitado la americana y desanudado la corbata-. Tengo buenas noticias para ti.
– ¿Buenas noticias? ¿Del juicio?
– -No, de otro asunto. Otros asuntos, en realidad. Kurt nos encarga dos de los negocios más importantes de Wellroth, incluyendo la estructuración de su sociedad en participación con Healthco Pharma. Es algo muy importante. -Me enviaba señales desagradables con los ojos, como diciendo «¿Y qué?» con respecto al desastre de la mañana.
– Cuánto me alegro -dije. Quise decir que entonces se trataba de algo lucrativo-. Mark es un estupendo abogado, Kurt, y estoy segura de que hará un gran trabajo.
– -Lo ha hecho hasta ahora --dijo Williamson--. Su informe nos ha dado una nueva perspectiva sobre la sociedad en participación. -Se inclinó sobre la mesa y me pasó un grueso montón de papeles.
– Un buen trabajo, creativo -dije hojeando el informe por segunda vez. Ninguno de esos informes salía de R amp; B sin mi revisión para garantizar que todo fuera correcto. Había detectado fallos en el informe preparado por Eve y Renee Butler. Cerré la carpeta y se la devolví-. Muy creativo.
Eve puso una sonrisa de circunstancias, al igual que el doctor Haupt, o al menos así me lo pareció. La línea de sus labios se volvió imperfecta.
– Estoy de acuerdo -dijo Williamson-. Uno de los problemas de la industria farmacéutica es controlar el producto una vez que se ha desarrollado, tal como se puede ver en la querella de Cetor. Desarrollar un producto de éxito es un proceso complicado que a menudo implica reunir varias patentes. Patentes interdependientes, más de una docena.
– -¿Tantas? --dije, aunque él no creyó necesario darme una respuesta antes de continuar su discurso. A los clientes de empresas les encanta hablar de sus negocios. Escúchalos o algún otro lo hará.
– Incluso más. En una sociedad en participación, el meollo es qué empresa controlará las patentes en caso de desarrollar un producto de éxito. La idea de Mark es que cada socio posea la mitad de las patentes interdependientes. Ninguna patente tendría valor por sí misma, sino en combinación con todas las demás.
– Muy bien -dije, aunque lo recordaba del informe-. De modo que las patentes encajarían.
– Como una llave en su cerradura.
– Sorprendente -balbuceé, pese a que yo misma había inventado el símil. Había corregido el informe e incorporado la metáfora al comparar las patentes con las llaves de una caja de seguridad. No era algo apropiado para un informe de aquella naturaleza, donde se supone que el lenguaje es tan blando que nadie puede luego recordarlo y, mucho menos, hacer responsable a la firma de cualquier contratiempo.
Williamson se puso de pie pasando una mano por su abultada chaqueta.
– Tengo que irme. Debe estar a punto de sonar el teléfono y será mi mujer.
Mark y yo nos reímos en un desafortunado dúo. Siempre nos reíamos de las bromas de nuestros clientes, pero intentábamos no parecer demasiado obsequiosos.
– Le acompaño -dijo Mark levantándose para ayudar a recoger los papeles de Williamson. El doctor Haupt también se puso de pie y Eve llenó la carpeta con movimientos delicados.
– Gracias una vez más, Kurt -le dije a Williamson. Le estreché la mano cuando se retiraba hacia la puerta y me apretó un brazo.
– Aún practicas el remo, ¿verdad? -me dijo sonriente-. Yo hace años que no lo hago. Me estoy volviendo viejo.
– -¿Usted también? Qué coincidencia.
Williamson se rió mientras Mark le daba uno de esos codazos que se consideran de intimidad empresarial; Williamson se dejó mimar. El doctor Haupt le siguió en silencio y nos dejó a Eve y a mí a solas en la biblioteca. Decidí mostrarme simpática con ella.