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»Será preciso que le trabajemos un poco a usted, mi teniente -prosiguió dirigiéndose al oficial ruso-, a fin de j que dé la impresión de que ha sido torturado; pero esto lo hará Hermanito en un santiamén. Diga que ha escapado a la G. E. P. cuando le conducían al poste de ejecución. Añada después que con sus cinco mujiks han atacado a los cazadores de cabezas, precisamente detrás de este sector. Añada aún que les han detenido al mismo tiempo que a varios partisanos que habían encontrado en su propio sector, y que éstos les han acompañado hasta la granja en la que nosotros hemos hecho una incursión. (Es verdad que uno de ellos ha escapado, pero no creo que haya podido atravesar las líneas. Era demasiado estúpido.) Bien. Para terminar, explique que después de haber escapado de los cazadores de cabezas han llegado a nuestra posición, que han conquistado las trincheras y rechazado a todo el Batallón. Pero hay que actuar aprisa, mi teniente. Los colegas de enfrente querrán atacar inmediatamente y ocuparán las posiciones ocupadas por nuestros héroes de guarnición.

– Pero, ¿qué hará su Compañía si les atacan? -pregunto inquieto el teniente ruso.

Porta se echó a reír.

– No hay cuidado. Esos de enfrente son soldaditos de pacotilla. Lo mismo los de al lado. De lo contrario, Hermanito y yo no podríamos divertirnos de esta manera. Deben de creer que están paseando por Moscú.

– Está completamente loco -dijo, riendo, el teniente Ohlsen-. ¿Cuándo piensa empezar la representación?

– A las tres en punto. Hermanito, yo y Anda o Revienta nos marcharemos hacia las dos y media. Pero tiene que ser a las tres en punto. Porque, en ese momento, nos lanzaremos a fondo. Y, además, no creo que ahí enfrente sólo haya estúpidos.

– Gracias de todos modos -sonrió el teniente ruso.

– ¿Por qué a las tres? -preguntó el teniente Spät.

– Es una hora en la que nadie espera ser atacado. El terreno está demasiado húmedo. Hay niebla en la montaña. La menor brisa hará que se levante. Dos horas más tarde, vuelve y se aferra; por lo tanto, entonces será posible ocultarse en ella. Toda la pandilla de enfrente está roncando y también nuestros héroes de al lado. Cuando nos vean, se quedarán patitiesos. Pero lo aconsejo, mi teniente, que, en cuanto haya lanzado sus granadas y tome el camino que voy a indicarle, corra como si se le quemara el trasero. Será mejor que venga conmigo, así lo verá. Si se desvía usted hacia el lazo de Hermanito, entonces, mala suerte. Estos días tiene ganas de estrangular.

El ruso asintió con la cabeza.

– Julius Heide tiene una lente infrarroja y es un asesino -prosiguió Porta-. Yo me cuidaré de Hermanito, pero no garantizo nada por lo que respecta a Heide. Es un puerco. A los nuevos no les conozco. Bueno, venga, mi teniente, le enseñaré el camino. Pero sea prudente: sus camaradas rojos han puesto centinelas por todas partes.

Atravesaron las trincheras a gatas, y llegaron a la tierra de nadie. Ni un solo ruido. Ambos desaparecieron en la oscuridad. Transcurrió un cuarto de hora antes de que regresaran.

– ¿De acuerdo? -preguntó Porta.

El teniente Chisen afirmó con la cabeza. Comprobaron sus relojes. Eran las 20,05.

– Salud -dijo Porta.

Y desapareció en su agujero.

Se le oyó decir a Hermanito:

– La guerra es condenadamente peligrosa, Hermanito. Tendrías que hacer testamento, como los ricos.

El resto de sus palabras quedó ahogado en un murmullo incomprensible.

Hermanito río, despreocupado. El legionario rezongó. Una bala perdida silbó sobre sus cabezas. Luego, el silencio se aposentó en el sector.

Poco después de medianoche, los dos oficiales salieron para inspeccionar la posición.

– ¡Este silencio siniestro…! -murmuró el teniente Spät.

Y levantó la mirada hacia el cielo, donde flotaban unos densos nubarrones.

Un ruido les hizo detenerse. Sólo era un débil rumor, un leve movimiento en las hojas. Pero para los dos oficiales aquello era un alboroto enorme, como una calavera riéndose detrás de ellos. Permanecieron quietos un momento, con las metralletas a punto. Luego, el teniente Ohlsen rió entre dientes.

– Es una zorra que sale de caza. También la naturaleza hace la guerra.

Siguieron ascendiendo la colina. Andaban sin hacer ruido. Donde era posible, utilizaban los arbustos y los matorrales como protección. Aprovechaban cada sombra.

Algo más lejos, se detuvieron para escuchar. Un ruido indefinible había llegado hasta sus oídos. La sangre acudió a sus rostros. Alguien roncaba ante ellos, y con fuerza.

– ¡Vaya! -cuchicheó el teniente Spät.

Avanzaron hacia aquel ruido inaudito. La verde hierba formaba una blanda alfombra bajo sus pies y sofocaba cualquier ruido.

Se detuvieron en el borde del agujero. Era un agujero profundo y bien hecho. En lo más hondo, un suboficial yacía de lado y roncaba con un estrépito capaz de despertar a un muerto. Su metralleta estaba abandonada a su lado.

El teniente Spät se inclinó silenciosamente para coger el arma. Después, apoyó la punta del cañón en el pecho del suboficial dormido. Acto seguido, le despertó pegándole un golpe en la cabeza. El suboficial saltó en el aire, pero se sintió rechizado brutalmente. Murmuró cosas incomprensibles, abrió mucho los ojos, y preguntó, trastornado:

– ¿Qué sucede?

– ¡Cretino! -gruñó el teniente Ohlsen-. ¿Qué habría ocurrido si le hubiesen despertado los rusos? Ya estaría muerto, ¿no?

– He distribuido las horas de guardia -dijo el suboficial, intentando defenderse.

– Claro -replicó burlonamente el teniente Ohlsen-, y sus centinelas duermen porque saben que el jefe duerme. Si Iván hubiese atacado, le habrían rebanado la garganta antes de poderse despertar. Merecería que le matara aquí mismo, por negligencia.

Los dos oficiales prosiguieron su camino. Varios proyectiles perdidos silbaron amenazadoramente. Se oyó una risotada.

– Hermanito -comentaron.

Después, esperaron la réplica de Porta, que, desde luego, no se hizo esperar. Entre el verdor distinguieron el sombrero de copa amarillo, semejante a una chimenea colocada allí por un simple espíritu.

– Mamma mía, Cameron -le oyeron exclamar.

– Me gustaría saber cómo consigue ver los dados en la oscuridad -dijo el teniente Spät, sorprendido.

– Con la menor ascua de cigarrillo tienen bastante -repuso el teniente Ohlsen.

Ambos oficiales regresaron a su puesto de mando. En aquel momento, sonó, el teléfono de campaña.

– «Emil 27» -anunció el suboficial Heide en voz baja. Escuchó un momento, y pasó el auricular al teniente Ohlsen-. Es el comandante del Batallón.

El teniente hizo una mueca y se presentó según prescribían las ordenanzas.

– Aquí, el jefe de «Emil».

En cuatro ocasiones contestó secamente: «Bien, mi comandante.» Después, colgó y se volvió hacia el Viejo:

– Orden a los jefes de pelotón: la Compañía se presentará por pelotones a pasar revista en las cercanías del Listado Mayor. El primer pelotón, a las diez; el segundo, a las once, y así sucesivamente.