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»Después, tropezaron con un tal Brandt, de Munich, que hasta entonces había vendido mermelada de naranja, pero que deseaba hacer carrera con las frivolidades. Aquel individuo había oído decir que era costumbre llevar pantalón rayado y corbata gris claro. Terminó muy mal. Estaba un día en «El chivo cojo», en la Lützhatier Strasse, en Karlsrube, hablando de uno de sus antiguos jefes, Adoph Müller, con otros dos representantes. El uno, Uwe Nehrkorn, vendía botellas de diversas clases. El otro, Kohl, vendía marcos de madera. Ambos conocían a Adolph Müller. A medida que bebían, hablaban cada vez con más vehemencia.

»-Adolph es el imbécil más grande que se ha visto en la tierra. Yo mismo cuidaré personalmente de ponerle en su sitio. La Asociación de Representantes me lo agradecerá -gritó Brandt.

»En aquel momento se abrió la puerta bruscamente y entró el SS Oberscharfürer Gelbo seguido por cinco colegas. Brandt y sus amigos desaparecieron como por arte de magia. Les llevaron a la Wieland Strasse, número 6, el edificio más repugnante de Karlsrube desde todos los puntos de vista. El Obersekretär Höst residía allí. Dirigió a los tres hombres su pálida sonrisa habitual.

»-Nosotros, los alemanes, somos un pueblo honrado.

»Le gustaba mucho la expresión «nosotros, los alemanes». Era de origen húngaro.

»-Confesad, compatriotas. Las cartas boca arriba. Señor Brandt, usted ha dicho que Adolph es un cretino.

»El señor Brandt le corrigió:

»-No, no, he dicho que es un imbécil, y mis amigos pueden corroborarlo.

»Höst, con dulce sonrisa, inclinó la cabeza comprensivamente, y todo el mundo tuvo la impresión de que estaba de acuerdo Los tres detenidos hablaban a la vez para hacer comprender a Höst qué condenado estúpido era Adolph.

»La denuncia fue extremadamente breve. Cuando Höst la leyó, se frotó las manos entusiasmado. Decía:

DENUNCIA

Geheime Statspolizel.

Abt. 4/II a.

Karlsrube.

Los representantes Joachim Brandt, Alfred Kohl y Uwe Nehrkorn han sido sorprendidos hoy, en «El chivo cojo», manifestando su descontento hacia el Führer. Han gritado sucesivamente: «Adolph es un…», y luego han dicho palabras que no se pueden citar, pero que constituyen la mayor ofensa contra nuestro Führer, elegido de Dios.

En esta oficina los tres han repetido varias veces y con pasión que mantenían la citada expresión.

Los detenidos han sido confiados a la SD para ser sometidos al oportuno expediente judicial.

Höst.

(Kriminalobersekretä.)

»Los tres cretinos fueron llevados a Dachau donde se les tributó un caluroso recibimiento. Esto demuestra hasta qué punto hay que ser prudente cuando se recrimina a alguien. Si hubiesen reflexionado un poco, habrían gritado Adolph Müller. Después, nadie quería creer que se refería a Adoph Müller y no a Adolph Hitler. Pero las consecuencias llegaron más lejos aún: es decir, hasta Bremen, porque entre la ropa de Brandt, entre todas las frivolidades, se encontró oculto un papel en el que había escrito un nombre: «Hermann». En seguida, informaron a Goering. Brandt negó haber visto nunca el papel en cuestión, y afirmó mendazmente que su patrono tenía varios. Una llamada telefónica a Bremen, y una hora después un «Mercedes» salía del número 9 de la Adolph Hitler Strasse llevando una invitación al fabricante. Este murió en Neuengamme. El jefe de personal que había contratado a Brandt también fue interrogado. Le soltaron, pero había recibido tal impresión que, de regreso a su casa, se echó de cabeza al río. Lo encontraron dos días más tarde; ya estaba muerto. Después de esto, la firma renunció a encontrar representantes. Lo que demuestra, señores y caballeros, que hay que ser muy prudente y abstenerse de ofender a quien sea. Por ejemplo, puedo explicaros que una panadera, la cual…

– Ya está bien, Porta -interrumpió el Viejo-. Otro día nos explicarás lo de tu panadera. Estamos de guardia. Apenas sí te queda tiempo para explicar el final de tu compromiso de matrimonio.

– ¡Oh!, la cosa terminó como siempre termina. De repente, me encontré detrás de un sillón en el que el papá de mi hermosa había apoyado las nalgas. Su tío hablaba de llamar a la Policía Militar; y lo hizo. La broma me costó tres días de calabozo. A eso le llaman desorden en la vía pública, como si un salón fuese una vía pública.

En aquel momento, en el altavoz resonó el silbato del UvD:

– 5.ª Compañía, un hombre de cada sección, formen fila para la distribución de municiones.

Nos levantamos lentamente para ir al edificio. La Escoba siseó:

– Querría veros muertos a todos.

– Yo no le temo a nada -afirmó el joven, sentado en el fregadero y devorando pepinillos-. Que se vayan todos al cuerno.

Por todas partes, en el suelo, en la cocina, en las habitaciones, incluso en el cuarto de baño, estaban sentados o tendidos Toda una pandilla de jóvenes y de muchachas que afirmaban al unísono que no temían a nada.

– Nuestros padres están locos -dijo el que estaba sentado en el fregadero-. Todos dejarán la piel en esta guerra.

– Revientan en los calabozos de la Gestapo -dijo una joven mientras besaba a un muchacho que nunca se había acostado con una mujer-. Esta noche te seduciré.

La muchacha distaba de ser tan joven como parecía.

– Cuando me llamen a filas – dijo un joven neurótico, que ceceaba ligeramente al hablar-, haré lo que se me antoje.

– Naturalmente -contestaron los demás-. No podrán con nosotros

– Ya puede venir la Gestapo -añadió una pareja.

Estaban tendidos detrás de la cocina

– La nación es nuestra -dijo un jovenzuelo con gafas, que tenía la manía de declamar poemas patrióticos

Cinco meses más tarde, un sábado por la noche, sus interesantes reuniones fueron interrumpidas por la visita de tres hombres Tres hombres con el sombrero bien encasquetado y una pistola bajo el brazo izquierdo.

El joven recibió un bofetón y ya no tuvo nada más que decir.

Una muchacha de cabello muy largo, que rehusaba levantarse de su sitio detrás de la cocina, recibió un puntapié. Después, se puso en pie y se cuadró.

El jovenzuelo de los poemas patrióticos estaba tumbado junto a una muchacha morena, en un estante de la despensa.

Una oleada de obscenidades cayó sobre ellos. Después, se pusieron en pie junto a la pared.

La pelirroja que pensaba que sus padres estaban locos, se orinó en las bragas

Formando una larga fila, anduvieron basta dos grandes autobuses verdes Cincuenta y dos jóvenes que no temían a nada en el mundo.

Durante tres días, permanecieron en número 8 de Stadthausbrücke. No les trataron con excesiva dureza. Sólo estaban allí aprendiendo a conocer el miedo y las lágrimas Se convirtieron en verdaderos hombres y mujeres, que se daban cuenta de que el valor no era más que una palabra vacía. Sólo tiene valor el que está del lado bueno de la metralleta.

Los uniformaron a todos. Algunos murieron durante la instrucción. Otros escogieron la muerte voluntariamente. Los demás lloraban. Se habían olvidado de reír.

No querían luchar. La guerra no les concernía. Pero ahora tenían que luchar por algo que no les concernía.