Se quitó el casco, dejó su fusil en el suelo.
– Tal vez incluso demos ocasión a un pobre tipo para que eche a volar todo esto. Te aseguro que los hay que sienten deseos de hacerlo.
Nos acurrucamos en un rincón para discutir las probabilidades de revender los objetos robados en la armería.
– Anda o Revienta ha conseguido dos mil cascos de acero -explicó Porta-. Están depositados en casa de un sueco, que es portero en la Bernhard Nacht Strasse. En la Thalstrasse hay un cerrajero que se los quedará. Habrá que depositarlos en un almacén de la Ernst Strasse, diagonalmente opuesto a la estación de Aliona. Pero no podremos transportarlos en nuestros furgones.
– ¿A cuánto paga el kilo? -pregunté-. Sé dónde hay una buena cantidad de cartuchos vacíos, pero habrá que irlos a buscar por la mañana temprano y necesitaremos un camión con matrícula SS. El permiso de conducir debe de llevar el sello «SS-Regimiento del Führer», de lo contrario no podremos salir. Están muy recelosos. Es a causa de la desaparición de dos locomotoras. Me dio el soplo un Schütze de las SS. Odia a las SS. Una vez, intentó largarse y se encontró en Heuberg. No se lo ha perdonado nunca.
– Nos pagará a 67 pfennig el kilo -dijo Porta-. Con un poco de suerte conseguiremos 69, pero no más. Hermanito se encargará de las matrículas. Después, cogeremos el «Krupp», el «Diesel» de seis toneladas. Se parece como un hermano a los camiones de las SS. Tu compañero de las SS deberá facilitarnos el permiso de salida.
– ¿Cuánto hay que pagarle por eso?
– ¡Un puntapié en el trasero! No olvides que estamos de guardia en la Gestapo. Sólo con lo que ha contado ya tiene derecho a un billete de ida hasta Torgau.
– ¡Cuidado! ¡Viene alguien!
Escuchamos. A lo lejos, se oían unos pasos. Porta asomó el cañón de su fusil por una almena.
– Si es un tipo de la Gestapo, me lo cargo. Explicaremos que le hemos confundido con un saboteador.
– ¿Estás loco? Tendremos conflictos.
– ¡Qué importa! Vale la pena.
Se oyó un ruido metálico.
– Son Hermanito y Heide -dijo Porta.
Los descubrimos. Salían de detrás del refugio del parque. De vez en cuando, se detenían y agitaban mucho los brazos. Hermanito llevaba una botella en la mano.
– ¡Alabado sea Dios por la pata hueca del caballo imperial! -dijo Porta-. A nadie se le ocurriría mirar allí.
Hermanito dejó oír su risa característica. Julius Heide rezongaba.
– Ya verás esa especie de cerdo -gruñó-. No puedo soportarlo.
– Es un «homosocialista», un verdadero cretino -decía Hermanito.
– Es una basura. Le aplasto los hocicos -prometió Heide. Se detuvo, escupió en la acera y golpeó encima con su bota claveteada-. Esto es lo que haré con él.
– He visto a muchos cerdos en mi vida -prosiguió Hermanito, gesticulando.
Perdió su casco, que rodó por la acera con un ruido enorme.
– Están hablando del Feldwebel Brandt -dijo Porta, riendo-. Éste está predestinado a que lo asesinen, y algo me dice que Hermanito y Julius son los hombres escogidos para realizar esta tarea.
Hermanito recogió su casco, volvió a colocarlo en su sitio, y anunció:
– Voy a saltar sobre su barriga hasta que reviente.
Heide asintió con los dientes apretados.
– Hermanito, sólo pensarlo me da vueltas la cabeza. Todo era reglamentario. Soy el soldado mejor vestido y más cuidadoso de todo el Regimiento. Sí, de toda la División, e incluso, ¡mierda!, de todo el Ejército.
– Esto sí que es cierto -gruñó Hermanito-. Nadie te llega ni a la suela de los zapatos. Ni siquiera el Hauptfeldwebel Edel. Eres el soldado más guapo del Ejército.
Heide asintió muy orgulloso y se colocó reglamentariamente en el hombro su fusil ametrallador.
– Aún más, Hermanito: el más guapo del mundo. Fíjate en mi barboquejo. Cinco años de mi paga a que no puedes encontrar ni el menor rastro de moho. ¡Si han llegado a examinarlo veces y más veces este barboquejo! Pero nunca han encontrado el más pequeño fallo. En la escuela de suboficiales acababan por mirarnos el trasero cuando no encontraban nada más.
Heide se inclinó hacia el suelo.
– Adelante, Hermanito. Mi trasero también está limpio. Me lo lavo tres veces al día con un guante de aseo. Mi peine está aún más limpio que cuando lo compré. Mide las uñas de mis pies: medio milímetro: ni más, ni menos. ¿Qué es lo primero que hago después de cavar un agujero? ¿Eh, Hermanito?
– Te limpias las uñas -murmuró éste.
– Exactamente, y con un limpiaúñas. No con la bayoneta, como tú y los demás.
Heide se quitó el casco.
– Dime si encuentras un solo cabello que no sea reglamentario. Incluso mis piojos andan a paso de marcha y circulan por la derecha. Pero Leopold Brandt, el Feldwebel del diablo, me ha atrapado a causa de una raya torcida. Es la primera vez en los anales de la guerra que le ocurre una cosa así a un soldado como yo. ¿Sabes lo que se ha inventado para demostrar que mi raya no era derecha? Un telémetro de artillería. Me ha hecho colocar en el otro extremo del terreno de ejercicios, después ha subido al techo de la 3.ª Compañía y, mirando por el telémetro, ha demostrado que mi raya no era bien recta. Pero te juro que no volverá a ocurrir. Desde ahora, me peinaré hasta los pelos del trasero. ¿Por qué es de esta manera?
Hermanito se sonó ruidosamente con los dedos, carraspeó, echó la cabeza hacia atrás como un lama y apuntó con justeza al águila de la cruz gamada que había en la pared.
– Debieron molestar a su madre cuando le llevaba.
– Es un aborto -dijo Heide.
– ¡Ah! ¡Si pudiéramos llevárnoslo con los rusos…! Le enviaríamos delante, el primero, y nosotros atacaríamos al cabo de dos horas. A mí me atrapó a causa de un dedo del pie aplastado.
– Esto es muy propio de Leopold -exclamó Heide en la calle silenciosa.
Y golpeó furiosamente el suelo con la culata de su fusil ametrallador.
Entraron en el refugio.
– ¿Vais a cargaros a Leopold? -preguntó Porta.
– Sí, confía en nosotros. Estamos hartos -siseó Heide-. Si en el próximo ejercicio de tiro real conseguimos tenerlo en el 3 como marcador, se ha terminado el guapo Leopold.
– ¿Cómo lo haréis? -pregunté.
Hermanito se dobló por la cintura e hizo un ademán a Heide.
– ¿Se lo decimos?
Heide asintió.
– Si juran no decirlo a nadie…
Porta y yo lo prometimos.
Hermanito se mostró radiante, bebió un largo sorbo de «Slibowitz», eructó y pasó la botella a Porta.
– Escuchad bien. El otro día, cuando estaba de servicio en el comando de operaciones, en el campo de tiro, empecé a meditar una pequeña sorpresa para el llamado Leopold Brandt. Me las arreglé para ser el comodín del Oberfeldwebeld Paust. Había que cambiar una placa en el 3. Ofrecí cerveza a toda la pandilla, para que tuvieran que orinar incesantemente, y no se atrevieron a hacerlo fuera de las letrinas. Ya sabéis que Hinka se pone furioso si los refugios apestan. Detesta que se orine sobre el Tercer Reich. Así, pues, en cuanto se marcharon soldé la placa muy baja. De este modo, la cabeza queda sin protección cuando se está en pie en el observatorio. Admirad mi trabajo, muchachos: nadie sospechó que estaba en el 3. El andamiaje está cubierto con arena fina. Ya sabéis que a Leopold le gusta hacer el cretino en el observatorio. Como es Anda o Revienta quien establece las listas de tiro, le será fácil situar a Leopold en el 3. Siempre terminamos con unos disparos con teleobjetivo, y sólo contra el 3. ¿Empezáis a entenderlo?