– Esos de la segunda deben de ser tipos duros. ¿Qué tal es una compañía disciplinaria?
El SS se mostraba singularmente interesado. Pensaba para sus adentros: «Es mejor informarse por anticipado. Nunca se sabe lo que nos reserva el porvenir.»
Porta se echó a reír, entornó taimadamente sus ojillos de cerdo, se sonó de nuevo con los dedos y alcanzó una vez más la bandera.
– ¡Oh, depende…! Depende, sobre todo, de los oficiales. Si son unos bastardos que quieren que los compañeros dejen la piel en los obstáculos del campo de tiro por los que sólo los más delgados consiguen pasar a rastras, entonces se pasa mal. Con esa clase de oficiales, los suboficiales se convierten a la fuerza en lobos hambrientos. Tal superior, tal subordinado. Una vez tuvimos un Hauptmann, Meyer, cuya manía consistía en ordenar: «¡Bajo los tanques, sobre los tanques!» A veces, las máquinas se hundían en la tierra blanda y aplastaban a los que encontraba debajo. El Hauptmann Meyer se divertía de lo lindo.
– ¿Qué hicisteis con ese tipo?
– Tuvo derecho a varios cigarros de pólvora en el trasero y todo se acabó para él -contestó Porta, conciso-. También un Hauptfeldwebel al que llamábamos Gran Cerdo. Mientras dormía, le atamos varias granadas alrededor del cuello y pusimos una bomba debajo de la cama. La mecha estaba unida a sus botas. Ya puedes imaginar las consecuencias. En cuanto movió las patas, salió disparado por los aires sin problemas de despegue. Gran Cerdo era duro de veras puedes creerme. Una vez, obligó a Hermanito a atravesar un río veinte veces seguidas. Hermanito acabó por echarse a ladrar: creía que era una foca. Nosotros contemplábamos estúpidamente el espectáculo. Las botas de Hermanito desaparecían bajo el agua en una orilla. Después, esperábamos hasta que el casco aparecía en la otra orilla, donde Hermanito lanzaba chorros de agua como una ballena que sale a la superficie del mar. Gran Cerdo no conseguía ocultar su decepción cada vez que el casco reaparecía.
»-¡Media vuelta! -ordenaba-. ¡Adelante, a rastras!
»Y las botas de Hermanito volvían a hacernos un signo de despedida.
»Después, le obligó a hacer una marcha. Él le seguía en motocicleta. Veinticinco kilómetros con el equipo completo a una temperatura de veintidós grados; y, fíjate bien, con el capote y las cartucheras y la mochila llenas de arena húmeda.
– ¿Y la máscara de gas? -preguntó el SS.
– Desde luego -replicó Porta, riendo-. ¿Crees que somos unos afeminados? Hermanito se divirtió mucho, pero a la noche siguiente Gran Cerdo fue a dar un paseo por las estrellas. Desapareció por los aires impulsado por un paquete de granadas. ¡Descanse en paz su alma! [26].
– Entre nosotros, también a veces las cosas resultan difíciles -aseguró el SS, mientras se frotaba la calavera de su gorra-. Yo estoy en esta jaula sólo a título provisional. -Se humedeció los labios y prosiguió con orgullo mal disimulado-: Mi verdadera unidad es la División de Caballería SS «Florian Geyer». Pero tuve problemas. Me enviaron provisionalmente a la División T. También allí tuve conflictos. No quisieron saber nada más conmigo. Pegué un mamporro a un Untersturmführer. Un bruto de Dachau que nos visitó. Después, casi me hicieron picadillo. Pasé ocho semanas en la enfermería y luego me enviaron, como convaleciente, a la SD de Hamburgo. Ahora, soy el chofer de el Bello Paul. Muy poca cosa para mí. Quiero volver junto a mis camaradas. Era corneta en el l.er Escuadrón. La nostalgia me obliga a emborracharme cada noche. Pero tengo que ir con cuidado. A la primera oportunidad, me enviarán a Torgau. Nuestro Hauptscharführer me lo explica cada mañana. Es el Hauptscharführer más cretino del mundo. Fue jefe de barracón en Buchenwald. Se dice que estrangulaba a los detenidos con sus propias manos, y creo que es verdad. Siempre mira el cuello de la gente con una expresión de interés.
El SS asomó el cuerpo por la portezuela del automóvil. Bajó la voz, y cuchicheó en tono confidencial.
– Pero soy un viejo zorro y a mí no me la dan con queso. Les doy sopas con onda a todos. Pero lo que quería contarte es la vida dura que llevábamos en la «Florian Geyer». Nuestro comandante, el Standartenführer Rochner, se cargó a tres compañeros porque dijeron lo que pensaban de Adolph. Fue una noche, poco antes de la retreta. Yo estaba limpiando mi trompeta. Casi siempre era yo quien tocaba retreta.
– Yo también toco -dijo Porta. De repente, encontraba muy simpático al SS-. También toco la trompeta. ¿La tocas bien?
– ¡Oh, sí, estupendamente! Soy el mejor corneta de todo el Ejército de Adolph. He tocado dos veces en Nuremberg, cuando llegaba Adolph con los pies vueltos hacia dentro.
– ¿Es verdad que anda con los pies torcidos?
– ¿No lo sabías? Nos ha hecho reír a menudo. Su pie derecho está siempre vuelto hacia dentro.
– ¿Cómo haces el toque de retreta?
– Pues, verás: primero, un toque largo, y después, uno muy corto, para dar la impresión de que la trompeta llora una jornada maravillosa. Una trompeta es algo vivo, y hay que tratarla como a un ser vivo al que se ama. De lo contrario, no toca bien. Conocí a un corneta que tocaba diana con una trompeta sucia; no obtenía ningún resultado. La trompeta se negaba a reír y a saludar el nuevo día. Pero la mía sí sabe. Cuando se la vuelve hacia el sol naciente, está radiante. Porque has de saber que mi trompeta no está sucia, y que yo la llamo por su nombre. Está colgada encima de mi cama y le hablo. Un día, te la dejaré probar. No lo hago nunca, pero me doy cuenta de que tú también eres un verdadero corneta.
– Entonces, te dejaré probar mi flauta. Pero háblame de tu comandante.
– Entró en el dormitorio momentos antes de que yo tocara. Llamó a tres individuos y preguntó al primero si había dicho esto respecto al Führer. El tipo lo negó. Es lógico. «¡Cerdo! -gritó el Standartenführer-, ¿le mientes a tu comandante?» ¡Pum, pum! Dos disparos de su «Walter» 7,65, dos o tres patadas y todo terminó. ¡Que el diablo se lo lleve! Con sus espuelas, rayó nuestro bonito pavimento encerado. Esto nos dio mucho trabajo los días siguientes. En las SS es un vicio: siempre hay que tener los suelos inmaculados. El comandante se volvió hacia los otros dos. Ambos eran soldados rasos. Uno de ellos se había ceñido el sable porque entraba de guardia. Los dos confesaron en el acto. Cada uno recibió dos balazos en el cráneo. Uno de ellos sólo resultó herido con el primer disparo. Pegaba saltos y la sangre le resbalaba por el rostro. ¿Has visto alguna vez una gallina a la que cortan la cabeza? El comandante disparó contra él sin tocarle. El pobre diablo estaba completamente enloquecido por el miedo. Se lanzó por la ventana y echó a correr por la plaza de armas. Tres hombres saltaron por la ventana, corrieron tras de él y le alcanzaron. Le mantuvieron inmóvil mientras el comandante le hundía un piquete en el rostro. Prueba de encontrar entre los vuestros a un comandante más bestia que el mío.
– Me sería muy fácil. Pero me interesa saber si ese comandante asesino vive aún. Si aún está vivo, señal de que sois una pandilla de cobardes.
– La ha diñado. Los rusos le echaron el guante cuando atravesamos Elbruz. Lo colgaron de un álamo por los pies. En las SS no matamos a nuestros oficiales.