—Quédate un poco más —dijo con voz suave—. La noche aún no ha terminado.
—El tambor está sonando. Tengo que irme. —Toda la ciudad duerme. Tus amigos sueñan los sueños de los borrachos. ¿Qué puedes hacer solo a estas horas? —Emitió un sonido ronroneante. Desconfío de las serpientes que ronronean—. Vuelve a mi cama, Gilgamesh. Te digo que la noche aún no ha terminado.
—Quieres decir que tú aún no has terminado —respondí con una sonrisa. —¿Tú sí, entonces? Me encogí de hombros.
—Hemos realizado el rito. Y creo que con la suficiente amplitud.
—¿Así que el insaciable ha quedado saciado, por el momento? ¿O sólo estás cansado de mí, y dispuesto a iniciar la búsqueda de más mujeres para el resto del día?
—Hablas con crueldad, Inanna. —Pero no estoy equivocada, ¿verdad, Gilgamesh? Nunca tienes bastante. Nunca son suficientes las mujeres, ni el vino, ni el trabajo, ni la guerra. Pasas por Uruk como un torrente, barriéndolo todo ante ti. Eres un peso bajo el que gime la ciudad. La gente te suplica piedad, porque la oprimes de una forma demasiado terrible.
Aquello fue como un golpe para mí. La sorpresa me hizo abrir mucho los ojos.
—¿Yo, un opresor? ¡Soy un rey justo y sabio, mi dama!
—Quizá lo seas. No dudo que crees que lo eres. Pero abrumas y aplastas a tu pueblo. Haces ir a tus jóvenes de un lado para otro en los campos de entrenamiento, hasta que todo se vuelve negro ante sus ojos y se derrumban de agotamiento, y pese a todo sigues sin mostrar piedad hacia ellos. ¡Y las mujeres! Nadie ha consumido nunca tantas mujeres como tú. Las utilizas como si fueran meros juguetes, cinco, seis, diez en una noche. He oído las historias. —No diez —dije—. Ni seis, ni cinco. Sonrió.
—Así es como lo cuentan. Dicen que nadie puede contentarte, que eres como un toro salvaje. Me miran y dicen: “Sólo una diosa puede satisfacerle”. Bien, hay una diosa en mí, y tú y yo hemos pasado esta noche juntos. ¿Estás satisfecho, por una vez? ¿Es por eso por lo que te muestras tan ansioso por irte? Me sentía tan ansioso por irme porque no tenía defensa contra sus asaltos. Pero no iba a admitir eso ante ella. Dije rígidamente:
—Quiero caminar un poco bajo la lluvia. —Camina entonces, y luego vuelve. —Sus ojos llamearon. Dentro de ella había la fuerza de un restallante látigo. Tomé mis ropas, dudé, las dejé caer de nuevo y me erguí desnudo ante ella. La estancia estaba completamente impregnada por el olor almizcleño de nuestra noche de amor. Los últimos restos de incienso chisporroteaban aún en su cuenco. Los labios de Inanna estaban tensos, sus fosas nasales vibraban. Dijo con voz baja y ronca:
—¿Volverás? Para ti son diez mujeres cada noche, Gilgamesh. Para mí sólo eres tú, una noche al año. Aquel intento de persuadirme por la vía de la piedad hizo que de pronto la temiera menos.
—Ah, ¿entonces es eso, Inanna? ¿Nadie más, en todo un largo año?
—¿Quién sino un dios puede tocar a la diosa? ¿Acaso no lo sabes?
Me sentí más osado. Me atreví a pincharla un poco. —¿Ni siquiera en secreto? —pregunté burlonamente—. ¿Algún esclavo lujurioso, llamado en la más oscura de las guardias nocturnas…?
La furia llameó en ella. Alzó las manos hacia sus pechos. Sus dedos se cerraron, pareciendo más que nunca unas garras.
—¿Te atreves a decir esto bajo el propio techo del templo? ¡Vergüenza, Gilgamesh! ¡Vergüenza! —Luego se ablandó un poco. Aún de una forma gatuna, se desperezó, ronroneó de nuevo, alzó una rodilla y dejó que su pie se deslizara hacia abajo a lo largo de la espinilla de la otra pierna. Dijo, más suavemente—: Sólo tú, una noche al año. Te lo juro, aunque hace que me sienta mancillada el que tú me exijas prestar este juramento. Sólo existes tú. Y todavía no estoy preparada para dejar que te marches. ¿Te quedarás? ¿Te quedarás sólo un poco más? Es la única noche que tengo, esta noche.
—Déjame purificarme primero en la lluvia —dije. Permanecí un rato fuera del templo, en el aire virginal de la mañana empapada de lluvia. Luego volví a ella. Gato o serpiente, sacerdotisa o diosa, no podía rechazarla, ni si esa era la única noche del año que ella podía conocer lo que era el abrazo de un hombre. Y la lluvia lavando por mí la marchitez de la noche reavivó mi fuerza y mis deseos. No podía rechazarla. La deseaba. Volví a ella, y empezamos, la noche de nuevo.
18
Al principio del nuevo año un extraño sueño acudió a mí, y fui incapaz de extraer de él el menor sentido. Más tarde, aquella misma noche, me vino un segundo sueño igual de extraño, igual de ilegible.
El hecho de que pudiera comprender tan poco aquellos sueños me turbó. Los dioses hablan a menudo a los reyes mientras duermen, y quizá se me estaba transmitiendo algún conocimiento importante para el bienestar de la ciudad. De modo que fui al templo de An y le conté mis sueños a mi madre la sabia sacerdotisa Ninsun.
Me recibió en su habitación, una estancia de oscuras paredes con recias columnas pintadas de carmesí. Su capa era negra, orlada con una amplia franja de cuentas de lapislázuli, oro y cornalina. Como siempre, reflejaba una suprema tranquilidad y belleza: todo a su alrededor podía estar en plena turbulencia, pero ella permanecía siempre en paz.
Tomó mis manos entre las suyas, frías y pequeñas, y las mantuvo sujetas durante largo rato, sonriendo, aguardando a que yo hablara.
—Esta noche —dije al fin— he soñado que me invadía una sensación de gran felicidad, y caminé lleno de alegría entre los demás héroes jóvenes. Llegó la noche, y las estrellas aparecieron en el cielo. Y mientras permanecía de pie bajo ellas una de las estrellas cayó a la tierra, una estrella que lleva en sí la esencia del Padre Cielo An. Intenté levantarla, pero era demasiado pesada para mí. Intenté moverla, pero no pude. Todo Uruk se reunió a mi alrededor para observar. La gente vulgar se reía; los nobles se dejaban caer de rodillas y besaban el suelo delante de la estrella. Y yo me sentía atraído hacia ella como podría sentirme atraído hacia una mujer. Coloqué una cinta de arrastre en mi frente y me esforcé, y con la ayuda de los jóvenes héroes la alcé y te la traje. Y tú me dijiste, madre, que la estrella era mi hermano. Ése fue el sueño. Su significado me desconcierta.
Ninsun pareció mirar hacia algún gran espacio vacío. Luego, aún sonriendo, dijo: —Conozco el significado. —Cuéntamelo, entonces.
—Esta estrella de los cielos, que te atrajo como podría atraerte una mujer…, es un fuerte compañero, es un amigo leal, tu rescatador, tu camarada que nunca te olvidará. Su fuerza es como la fuerza de An, y lo querrás tanto como te quieres a ti mismo.
Fruncí el ceño, pensando en aquella enorme soledad que creía que era el precio inevitable de mi reinado, y lo cansado que estaba de ella.
—¿Amigo? ¿A qué amigo te refieres, madre? —Lo conocerás cuando aparezca —dijo. —Madre —dije—, esa misma noche tuve un segundo sueño.
Asintió. Parecía saberlo.
—Un hacha de extraña forma estaba tirada en las calles de la amurallada Uruk —dije—, un hacha distinta a cualquier otra que conozcamos. Todo el mundo se reunía en torno a ella, mirando, susurrando. Tan pronto como la vi, me regocijé. Me gustó; de nuevo me sentí atraído hacia ella como lo sería hacia una mujer. La tomé y me la coloqué al costado. Ése fue el segundo sueño. —El hacha que viste es un hombre. Es el camarada que te está destinado…
—¡De nuevo el camarada!
—De nuevo el camarada, sí. El valiente compañero que rescata a su amigo en un momento de necesidad. Vendrá a ti.
—Que los dioses lo envíen rápido, entonces —dije con gran fervor.