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—Ya no eres salvaje —le dijo, más con gestos que con palabras, porque él aún no sabía defenderse bien con las palabras—. ¿Por qué sigues queriendo vagabundear con los animales de la estepa?

Entonces le habló de los dioses, y de la Tierra, y de las ciudades de los hombres, y de Uruk la de las grandes murallas, y de Gilgamesh el rey.

—Levántate —le dijo—. Ven conmigo a Uruk, donde cada día es festivo, donde la gente resplandece vestida con ropas maravillosas. Ven al templo de la diosa, para que ella pueda darte la bienvenida al mundo de los hombres, y al templo del Padre Cielo, donde recibirás la bendición de los cielos. Y yo te presentaré a Gilgamesh, el alegre rey, el héroe radiante de la humanidad, el más fuerte de los hombres, que gobierna sobre todos y cada uno de nosotros. —Y con esas últimas palabras los ojos del hombre brillaron y su rostro se encendió, y dijo, de esa forma densa impregnada aún con los sonidos de las bestias, que por supuesto que iría con ella a Uruk, y al templo de Inanna y al templo de An. Pero sobre todo deseaba conocer a aquel Gilgamesh, su rey, ése que se decía que era tan fuerte.

—Quiero desafiarle —exclamó Enkidu—. Le mostraré quién de los dos es más fuerte. Le dejaré sentir el poder del hombre de las estepas. Cambiaré las cosas en Uruk, remodelaré los destinos, ¡soy el más fuerte de todos! —O esas, al menos, fueron las palabras de las que me informó Abisimti más tarde.

Así se tendió la trampa del hombre salvaje Enkidu. De acuerdo con la estrategia que yo había imaginado, cayó en la más dulce y suave de las celadas, y fue traído del reino de las bestias al mundo de los hombres.

Abisimti dividió sus ropas, vistiéndole a él con la mitad y ella con la otra, y le tomó de la mano; y, como una madre, lo condujo hasta el lugar donde estaban los apriscos, junto a la ciudad. Los pastores se congregaron a su alrededor: nunca habían visto a nadie como él. Cuando le ofrecieron pan, no supo qué hacer con él, y lo sujetó con una mano y se lo quedó mirando, confuso, embarazado. Estaba acostumbrado a comer sólo la hierba y las bayas de los campos y a mamar la leche de los animales salvajes. Le dieron vino, y le desconcertó, y cuando lo probó le hizo atragantarse y toser, y acabó escupiéndolo.

Absinti dijo:

—Esto es pan, Enkidu: es la fuente de la vida. Esto es vino. Come el pan, bebe el vino: es la costumbre del lugar.

Dio cautelosamente un mordisco al pan, luego dio un sorbo no menos cauteloso al vino. El miedo desapareció de éclass="underline" sonrió, comió con más confianza, llenó su estómago de pan, bebió siete vasos de fuerte vino. Su rostro radiaba, su. corazón exultaba; empezó a saltar, bailó una alocada danza. Luego lo cogieron y lo asearon, le lavaron el enmarañado pelo, lo peinaron y lo untaron con aceites, y le proporcionaron ropas decentes, de modo que empezó a parecerse un poco más a un ser humano, aunque uno de tamaño muy superior al normal y mucho más peludo.

Vivió un tiempo con los pastores. No sólo le enseñaron a comer las comidas de los hombres y a beber las bebidas de los hombres y a llevar las ropas de los hombres, sino que Enkidu aprendió a trabajar también como trabajan los hombres. Los pastores le enseñaron a usar las armas, y le hicieron guardián de sus rebaños. Por la noche, mientras los pastores dormían pacíficamente, él patrullaba los campos, alejando a los animales que acudían a atacar los rebaños. Alejaba a los leones, atrapaba a los lobos, era un incansable guardián de los rebaños…, él que había sido hasta entonces un animal salvaje. Nada de esto llegó hasta mí. Confieso que lo había olvidado todo respecto al hombre salvaje de las estepas, tan atareado estaba con las tareas normales del reino y los placeres con los que aliviaba las congojas de mi corazón.

Por aquel entonces, un día, Enkidu y Abisimti estaban sentados en una taberna que acostumbraban a frecuentar los pastores cuando entró un viajero, un hombre de Uruk, y pidió una jarra de cerveza. El desconocido vio a la cortesana Abisimti, la reconoció, la saludó con una inclinación de cabeza y dijo:

—Considérate afortunada de no estar viviendo en Uruk estos días.

—¿Por qué? —preguntó ella—. ¿Tan desgraciada es la vida en la ciudad?

—Gilgamesh nos oprime a todos —dijo el desconocido—. La ciudad gime bajo él. No hay ningún freno a su fuerza, y nos agota a todos. Y practica abominaciones: el rey mancilla la Tierra.

Al oír eso, Enkidu alzó la mirada y dijo:

—¿Cómo es eso? Aclárame lo que quieres decir.

El desconocido respondió:

—Hay una casa de reuniones en la ciudad que está destinada para la gente, donde los habitantes celebran sus matrimonios. Se supone que el rey no debe entrar allí; pero lo hace, incluso mientras están sonando los tambores de los esponsales, y toma a la esposa, y le pide que lo haga primero con él, delante del marido. Dice que este derecho fue decretado por los dioses en la época de su nacimiento, en el momento en que el cordón que lo unía con su madre fue cortado. ¿Es correcto eso? ¿Pueden aceptarse tales cosas? Los tambores de los esponsales suenan, pero entonces aparece Gilgamesh para reclamar el derecho sobre la esposa. Y toda la ciudad gime.

Enkidu se puso pálido al oír esto, y una gran ira le invadió.

—¡No debe ser así! —exclamó. Y a Abisimti—: Vamos, llévame a Uruk, preséntame ante ese Gilgamesh! Abisimti y Enkidu partieron inmediatamente hacia la ciudad. Cuando penetraron en sus murallas el hombre despertó una considerable agitación, tan anchos eran sus hombros, tan poderosos sus brazos. Las multitudes se agolpaban a su alrededor, y cuando oyeron de boca de Abisimti que era el famoso hombre salvaje que había estado liberando a los animales atrapados en las llanuras, se acercaron aún más, con las bocas abiertas, murmurando entre sí. Los más valientes lo tocaban para comprobar su fuerza.

—¡Es el igual de Gilgamesh! —exclamaba alguien. Y otro—: No, no es tan alto. —Y un tercero—: Sí, pero es más ancho de hombros, sus huesos son más fuertes. —Y todos decían—: ¡Ha llegado un héroe! ¡Es el que fue amamantado con la leche de los animales salvajes! ¡Por fin Gilgamesh ha encontrado a su igual! ¡Por fin! ¡Por fin!

Este Enkidu era el hombre cuya llegada me había sido presagiada en mis dos sueños. Era el compañero que los dioses me habían proporcionado para aliviar mi soledad, para que se convirtiera en el hermano que nunca había tenido, el camarada con el que poder compartir todas las cosas. Para los habitantes de Uruk era también un enviado de los dioses cuya llegada habían estado suplicando durante tanto tiempo, pero por distintas razones. Porque era un hecho —aunque yo no lo sabía entonces— que habían estado gimiendo bajo el peso de mi reinado, que temían mis inagotables energías y me condenaban por mi arrogancia. Así que la gente de Uruk había pedido a los dioses que crearan mi igual y lo enviaran a su ciudad: mi doble, mi segundo yo, alguien que igualara mi tormentoso corazón con otro tormentoso corazón, para que pudiéramos luchar entre nosotros y dejáramos Uruk en paz. Y ahora ese hombre había llegado.

19

Fue el día del matrimonio del noble Lugal-annemundu y la doncella Inshhara. Los tambores de los esponsales estaban batiendo, el lecho nupcial ya estaba preparado. La doncella me era deseable, y a la caída de la noche me dirigí a la sala de reuniones de la ciudad para llevármela a palacio.

Pero cuando cruzaba la plaza del mercado conocida como el Mercado de la Tierra, que se halla justo al otro lado de la casa de reuniones, una enorme figura brotó de las sombras y bloqueó mi camino. Era un hombre de casi mi misma altura, menos de uno o dos dedos más bajo: nunca antes había visto a nadie tan alto. Su pecho era ancho y recio, sus hombros amplios, más que los míos, sus brazos tan gruesos como los muslos de un hombre normal. Le miré directamente al rostro, a la parpadeante luz de las antorchas de mis sirvientes. Su mandíbula avanzaba desafiante en su rostro, su boca era ancha, su frente fuerte y oscura; y había algo feroz y latente en sus ojos. Tenía la barba densa y el pelo alborotado. ¡Y qué tranquilo parecía, y que confianza en sí mismo reflejaba! ¡Miradle cortándome el camino! ¿Acaso no sabía que yo era Gilgamesh el rey?