Выбрать главу

Cuando el coche oficial dejó al comisario en la esquina de su calle, Bernal optó por tomarse un gintónic de Larios en el bar de Félix Pérez antes de afrontar una vez más una de las cenas improvisadas que Eugenia solía ofrecerle.

Se tomó además dos canapés de pescado del mostrador por si el condumio doméstico subsiguiente amenazase con resultarle demasiado indigesto.

Nada más abrir la puerta del piso, oyó que Eugenia hablaba por teléfono en el frío pasillo embaldosado.

– De acuerdo, pero lo que yo te digo es que vayas a misa mañana por la mañana; sí, sin falta, en cualquier momento que tengas libre. Bueno, Diego, ahora se pone tu padre, que acaba de llegar.

Bernal cogió el auricular y saludó a su hijo.

– ¿Dónde estás?

– Nos han traído a Sevilla esta noche. La lluvia nos empapó las tiendas, cosa que no me disgusta en absoluto, así que mañana o cuando escampe lo pondremos todo a secar.

– Pues menos mal que por fin ha llovido. No caía ni una gota desde hacía dos años. ¿Cómo va el cursillo?

– Me interesa bastante. Ayudamos a unos geólogos a hacer perforaciones para averiguar cuánto gas natural hay en las marismas. Está todo lleno de fango, y abundan las culebras y los escorpiones. Menos mal que me prestaste tus botas altas.

– ¿Ya se te ha acabado el dinero? -preguntó Bernal, casi seguro de que Diego habría dilapidado las veinte mil pesetas que le había dado para sus gastos, aunque tan sólo hacía una semana que había salido.

– De ningún modo. No ha habido oportunidad de gastarlo hasta esta noche.

– Pues a ver si no se te agujerean los bolsillos y no haces el loco por Triana con esos bestias que tienes por amigos.

– ¿Qué? ¿Qué dices? ¿Dónde está ese sitio? -dijo Diego, adoptando un tono de pícara inocencia-. Por cierto, papi -apelativo que sorprendió a Bernal y por el que dedujo que iba a oír algo serio-, están haciendo cantidad de maniobras militares en las marismas lindantes con el Guadalquivir.

– ¿Maniobras militares? -inquirió Bernal con repentino interés.

– Sí, pero la cosa es que van con uniformes que nunca he visto. Azules, con boina y una especie de insignia roja en el hombro. A lo mejor son un destacamento de los GEO o de algún comando especial.

– Ya me enteraré. Pero no metas las narices en nada que huela a militar, ¿estamos? ¿Dónde y cuándo los viste?

– Ha sido durante estos tres últimos días, al oeste de Trebujena, a medio kilómetro más o menos del río, en las salinas. Es una zona totalmente despoblada.

– Está bien. Y acuérdate de lo que te he dicho.

Momentos más tarde, mientras masticaba con resignación la amazacotada y fría tortilla de sobras, quemada para más inri por debajo, Bernal se puso a pensar en lo que su hijo había visto. Al cabo de un rato se levantó, sacó de un cajón un mapa plegable de carreteras Almax, lo abrió por el centro de la parte inferior, que comprendía las provincias de Sevilla y Cádiz y sus alrededores, y se puso a estudiarlo con la máxima atención.

Domingo Segundo de Adviento y Festividad de San Nicolás

(6 diciembre)

El agudo timbrazo del teléfono despertó a Bernal pasadas las siete de la mañana y el comisario, aún medio dormido, buscó las zapatillas en las heladas baldosas del dormitorio. Eugenia se había levantado ya del gran lecho matrimonial de latón y por lo menos no estaba en ninguna parte desde donde se la pudiera oír. Descolgó el auricular del anticuado aparato de pared y murmuró:

– Diga.

– ¿Jefe? Soy Elena. Lamento llamarle tan temprano, pero no tuve oportunidad de hacerlo anoche. Hemos recibido otro mensaje Magos para que aparezca en la sección de anuncios del martes ocho de diciembre, o sea, pasado mañana. Llegó demasiado tarde para la edición dominical de hoy, y como La Corneta no sale los lunes…

– Has hecho bien en llamarme. ¿Conoces el contenido del mensaje?

– Sí, jefe. ¿Tiene papel y lápiz a mano?

– Un momento -Bernal se encontró con el eterno problema de que aquella casa no tenía otra cosa que el paragüero para apoyar el cuaderno de notas mientras se esforzaba por sujetar el auricular bajo la papada-. Adelante.

– Dice: «Magos (en mayúsculas), Morado. A.3. Aranjuez.»

– «A.3.»… ¿estás segura? Los otros tres mensajes decían «A.1.».

– Estoy más que segura, jefe. En el escritorio de la chica encargada de los anuncios vi el texto con la siguiente nota: «Próximo número», a lo que había añadido ella misma: «8 de diciembre».

– ¿Viste quién había pagado para que lo publicasen?

– Ése ha sido el mejor golpe de suerte. Decía:. «Cárguese en la cuenta personal del director.»

– Pero que muy interesante. ¿Trabajas mañana?

– Sí, jefe, pero ya empiezo a sentir la inutilidad de no hacer más que recortar y recortar artículos y crónicas en que se menciona a este o aquel capitoste.

– ¿Tienes libre acceso a los ficheros?

– A los archivos sí, pero no a los ficheros actualizados que tiene el director en el despacho de arriba.

– Mira entonces en los archivos, a ver si sacas algo. Se trata del marqués de la Estrella y su familia, así como de sus actividades sociales e intereses financieros. El nombre familiar es Lebrija Russell. Son, o eran, cuatro hijos y dos hijas.

– Haré lo que pueda, jefe. Si hay algo, mandaré una fotocopia a través de Ángel.

Iba ya a volver al dormitorio cuando Bernal cayó en la cuenta de que su mujer había ido a la primera misa de la mañana y de que aún tardaría en volver con el pan. No obstante, y aunque era domingo, estaba ya demasiado despejado para volver a la cama y optó por mantener el altercado de costumbre con el viejo calentador de gas de la cocina, con la esperanza de que aumentase algo el hilito de agua caliente que a veces se abría paso por las cañerías casi obturadas y llegase hasta la ducha del desvencijado cuarto de baño. Por lo que parecía, nunca iba a convencer a Eugenia de que debían mudarse a un piso moderno, ni siquiera de que podía modernizarse aquél en que estaban, como habían hecho casi todos sus vecinos de posición desahogada.

Terminaba ya de vestirse cuando volvió a sonar el teléfono.

– Soy Navarro, jefe. He querido venir por aquí para terminar de archivar los informes que recibimos ayer. El secretario del Rey acaba de llamar para decirnos que el delegado del Patrimonio Nacional ha dado parte del hallazgo de un cadáver en los jardines del palacio de Aranjuez a primera hora de la mañana.

– ¿Aranjuez? Pues hay que ir allí lo antes posible. Ponte al habla con el intendente de palacio y dile que el caso es nuestro. ¿Sabes si ha informado a la Guardia Civil?

– Aún no. El secretario del Rey le dijo que no hiciera nada hasta que hablásemos nosotros con él.

– Está bien. Avisa a Peláez y a Varga. Y hazte con Miranda y con Lista. Estaré ahí dentro de diez minutos.

Mientras el taxi le paseaba junto al arco de triunfo edificado por Sabatini para Carlos III y que aún ostentaba las señales de los cañonazos franceses de 1808, Bernal vio con sorpresa que había ya mucha gente levantada y en la calle en aquella fría aunque despejada mañana dominguera, y comentó el hecho con el taxista.

– ¡Claro! Como que hoy es el Día de la Constitución. ¡Nada, oiga, que ya tenemos otra fiestecita nacional!

Recordó entonces que los diversos portavoces del gobierno Calvo Sotelo habían pedido a todos los ayuntamientos que organizasen celebraciones y actos culturales para conmemorar la Constitución de 1978, proclamada en aquella fecha. Los informativos de radio y televisión habían transmitido parte del discurso que el Rey había pronunciado con motivo de su investidura del 22 de noviembre de 1975, y Bernal lo había interpretado todo como una medida para eliminar las secuelas propagandísticas de la gran manifestación fascista del 20 de noviembre, aniversario de la muerte de Franco, en la plaza de Oriente.