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Bernal aceptó de mejor grado que de costumbre, ya que quería cotejar aquel calendario litúrgico del misal de su suegra con el conocimiento más experto y práctico del padre Anselmo sobre la materia.

Bajaron ellos a pie los ocho pisos, para no forzar la resistencia hidráulica del antiquísimo ascensor, y cuando llegaron al zaguán sacaron a rastras del cacharro la sobrecargada cesta de mimbre. La portera salió de sus dependencias, ostentosamente ataviada con un vestido negro de alepín y con un gran medallón dorado de la Virgen de los Dolores de Murillo en medio relieve.

– Buenos días, don Luis. Magnífico día para la festividad que hoy se celebra, doña Eugenia, a Dios gracias. ¡Ah!, esos son los vestidos azules, ¿verdad? Ahora que los hemos limpiado tendrán un aspecto imponente. Yo ya me he dado una vuelta por la iglesia, para poner las azucenas blancas ante el altar.

Cuando llegaron a la sacristía, los tres estaban sin aliento. Bernal se las apañó entonces para consultar con el padre Anselmo la cuestión de los colores propios de cada día, mientras las dos beatas la emprendían con la casulla, el manípulo, la estola y el cíngulo. Tras obtener una corroboración un tanto prolija y en extremo pía de lo que había sabido ya por Eugenia y el misal diario, Bernal se sintió obligado a quedarse por lo menos al comienzo de la misa solemne que iba a cantarse en latín. Y como ya le ocurriera en otra ocasión, advirtió lo oportuno de las palabras del introito propio del día: «… quia induit me vestimentis salutis: et indumento justitiae circumdedit me…» («pues me cubrió con vestiduras de santidad y me rodeó con el manto de la justicia»).

No tardó Bernal en escaparse por la puerta lateral forrada de bayeta, saliendo a Alcalá donde se detuvo para comprar La Corneta. El quiosquero le miró con extrañeza, pero esto era algo a lo que Bernal comenzaba ya a acostumbrarse. Una vez acodado en la barra del establecimiento de Félix Pérez, pidió un café con leche y un croasán, rebuscó con la mirada entre los anuncios del periódico y localizó el cuarto mensaje Magos en un lugar destacado: «Magos Morado A.3. Aranjuez», impreso exactamente como Elena Fernández lo había visto preparado para la redacción dos días antes. No había duda de que el secretario del Rey lo leería también; ¿debía informarle de sus hallazgos de última hora? La idea de que sus especulaciones fueran equivocadas le paralizaba aún, pero si eran correctas ello quería decir que aquel cuarto mensaje anunciaba para el 24 de diciembre la comisión de un hecho todavía ignorado, mientras que si no lo eran, aquel momento tampoco era el más oportuno para jugar a las adivinanzas. Lo más seguro era esperar a ver qué deparaba el presente día, pues la descodificación le sugería que el segundo mensaje anunciaba que algo iba a ocurrir aquel preciso 8 de diciembre.

Cuando llegó al despacho de Gobernación, encontró a Lista y a Miranda ayudando a Navarro con un montón de informes y fichas.

– Hola, jefe, estamos separando las investigaciones que corresponden a cada uno de los dos homicidios -dijo Navarro-. He puesto allí todo lo relativo al capitán Lebrija y he despejado las mesas de Elena y Ángel para poner en ellas los informes vinculados con el cadáver sin identificar de Aranjuez.

– Estupendo, Paco. ¿Qué hacéis con los informes sobre La Corneta y los mensajes Magos?

– Por ahora, y puesto que abultan poco, los he puesto en la otra mesa de tu despacho.

– Yo creo que tengo algo más -dijo Bernal-, sólo que por el momento no pasa de ser una conjetura. ¿Se ha recibido el parte completo del Instituto Anatómico Forense sobre el ahogado de Aranjuez?

– Ha llegado esta mañana, lo tienes en tu mesa. Los análisis del Instituto de Toxicología no han llegado aún, pero no creo que tarden.

Bernal se puso a leer el largo informe de Peláez, escrito en su acostumbrado estilo de telegrama:

Cadáver: recogido en el Tajo, a la altura de Aranjuez. Varón de raza blanca caucásica, estatura 1,77 metros, peso 82 kilogramos, edad aproximada 45-50, constitución robusta, espaldas anchas y algo caídas, cabello tirando a negro con canas en las sienes, ojos castaño oscuro; enfermedad física evidente que sugiere alcoholismo crónico de carácter leve: púrpura maxilar, úlcera de duodeno, cirrosis hepática incipiente. Profesión difícil determinar: manos y pies sin callosidades, ninguna deformación de piernas, ligera cargazón de espalda que sugiere ocupación intelectual o administrativa, círculo desprovisto de pelo en la coronilla no debido a alopecia pero rasurado unos quince días antes de la muerte (¿por motivos religiosos? Tiene aspecto de tonsura).

Pensó Bernal que el detalle de la tonsura revelaba la pericia del facultativo, ya que éste se había marchado del lugar de los hechos antes de que Lista descubriera el hábito abandonado cuya existencia, por otra parte, tampoco se le había comunicado.

Dentadura natural en buen estado, dos premolares y un canino con empastes de oro, y completa salvo extracción de los cuatro terceros molares (se adjunta radiografía para ulterior comprobación en ficheros odontológicos). Anillo ancho de oro liso en anular derecho (fabricado en Sevilla, según marca del joyero); cadena del cuello de oro con cruz de oro liso (objetos estos enviados a laboratorio técnico). Restos estomacales revelan comida consistente en tortilla de patata, filete, patatas fritas, ensalada y más de un litro de vino tinto, todo ello consumido entre una hora y hora y media antes de la muerte. Restos junto con demás órganos y muestras de sangre enviados a Instituto de Toxicología, y más muestras de sangre enviadas al hematólogo oficial para comprobaciones de rutina.

Causa de la muerte: sin hemorragias de asfixia en cara, cuello ni cuero cabelludo, sin agua en conductos bronquiales ni pulmones, ni típicos «puntitos» en superficies pulmonares; no hubo ahogamiento. Muchas de las rozaduras en partes descubiertas son posteriores a la muerte, producidas sin duda por contacto con objetos naturales del río; unas cuantas han sangrado, y por tanto se han producido antes de la defunción. Siete fuertes contusiones producidas en partes posterior y superior del cráneo. Las tres primeras causadas por persona diestra situada detrás y a la izquierda de la víctima, con objeto muy ancho, liso y contundente. Estos tres primeros golpes produjeron daños superficiales en gran parte del cerebro, suficientes para aturdir momentáneamente a la víctima, aunque no para dejarla totalmente sin sentido. Otros cuatro golpes violentos se produjeron por arriba, mientras la víctima estaba sentada o en posición semicaída, con objeto también contundente pero más estrecho que el primero. El segundo de esta segunda serie de golpes fue la causa de la muerte, por fractura de cráneo, algunos de cuyos fragmentos se incrustaron en el cerebro y provocaron abundante hemorragia. Los dos últimos golpes se dieron después de la muerte.

Bernal silbó suavemente: no se trataba, pues, de un ahogamiento, sino del asesinato de un hombre a palos o a porrazos; el cuerpo había sido luego despojado de la ropa exterior y arrojado al río. Peláez había añadido una nota escrita a mano al final del informe oficial escrito a máquina: «Sugiero busques fusil con manchas de sangre. Primeros golpes tal vez con parte ancha de la culata, pero los últimos y decisivos con contera de la misma arma.»

Bernal advirtió que no se hablaba para nada de heridas o magulladuras en manos y antebrazos que solían presentarse cuando había movimiento de autodefensa. Esta ausencia sugería que el asesino había esperado a la víctima escondido en la oscuridad, probablemente entre las 10.30 y la medianoche a juzgar por el testimonio temporal aportado por los restos estomacales de alimentos, y que, llegado el momento, había saltado y atacado a aquélla por detrás; que primero la había derribado a golpes y que luego, ya la víctima en posición semipostrada, había acabado con ella. Bernal se fijó en que no se habían encontrado los zapatos. Habría que dragar el río para buscarlos y también para buscar el arma homicida, aunque si Peláez tenía razón en lo que a ésta respectaba y se trataba de un fusil, ¿era lógico que el culpable se hubiera deshecho de un objeto de tanto valor de aquella manera? No, lo más seguro es que lo hubiera limpiado a conciencia, en cuyo caso probablemente tendría aún diminutos rastros de la sangre de la víctima y quizá también fragmentos de cabellos que el asesino habría pasado por alto. Con los ojos de la memoria volvió Bernal a ver el armero repleto de fusiles de la academia de artillería de Ocaña y se preguntó si tendría ocasión alguna vez de hacerse con aquellas armas para que Varga las analizase. Resolvió convocar a sus inspectores para conferenciar a propósito del informe del patólogo.