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– ¿No hay forma de hacerse con todos los fusiles para inspeccionarlos, jefe? Podríamos inventarnos cualquier excusa.

– Si éste fuera un caso normal, desde luego yo tendría que proceder de forma normal -dijo Bernal-, con un análisis exhaustivo del lugar de los hechos e investigaciones completas en los alrededores. Habríamos examinado todas las armas de la zona, por no hablar ya de los neumáticos de todos los vehículos de Ocaña, lo que seguramente nos habría llevado hasta la persona del cómplice del capitán Lebrija en La Granja, cuando los dos fueron a colocar el explosivo en la torre de conducción eléctrica. Pero nuestras órdenes son tajantes: una pesquisa discreta y sanseacabó. Lo único que puedo hacer es informar cumplidamente a la autoridad superior y esperar a ver qué se me ordena.

Una vez que se hubo ido el doctor Peláez, el subinspector de guardia llamó a Navarro para que firmase un albarán de entrega. Volvió con un sobre azul y grande, con el escudo real al dorso y cuatro sellos de lacre en la solapa.

Bernal lo abrió y vio los detalles de la Operación Mercurio que el secretario del Rey había prometido enviarle. Encabezaba el informe la palabra SECRETO, y empezaba:

MINISTERIO DE DEFENSA

Junta de Jefes de Estado Mayor

Fecha de emisión: 1 de diciembre de 1980

Desclasificación: Grupo 4

Número: 131.X.2Q

Operación Mercurio

Clave operativa Órdenes

Mercurio Servicio de Intervención

Venus Estado de Prevención

Júpiter Supresión de Permisos

Marte Alerta

Saturno Estado de Excepción

Urano Movilización

Plutón Operación

Seguían instrucciones detalladas para el desarrollo de las sucesivas etapas tendentes a frustrar cualquier posible golpe de Estado. Las órdenes, dirigidas a los capitanes generales de las doce regiones militares, eran buscar inmediatamente la confirmación de cada clave operativa, antes de ponerla en práctica, mediante comunicación telefónica y por télex con los jefes de Estado Mayor.

A Bernal le impresionó la aparente eficacia del plan, pero le preocupaba cierto parentesco con algo que había visto recientemente.

– Paco, por favor, tráeme esas ampliaciones que hizo Varga de los fragmentos de papel que tenía el hermano Nicolás en la mano.

Navarro cogió las fotos que estaban en la correspondiente carpeta y las llevó a la mesa de Bernal.

– Compara ahora el dorso de la carta fragmentaria con esta operación militar de máximo secreto -Navarro confrontó la terminación de las siete palabras, -ención, -nción, -isos, -ta, -ón, -ción, -n, con la explicación de las claves operativas de la Operación Mercurio-. ¿Te das cuenta? Casa perfectamente con las órdenes secretas del gobierno para frustrar las intentonas golpistas. A mí que no me digan, pero esto no puede ser una coincidencia. ¿Cómo es posible que un humilde fraile de un convento de Aranjuez esté al tanto de las órdenes secretas del Ministerio de Defensa?

– ¿Y si era un espía, jefe?

– Es posible, pero no me lo creo. Por lo que sabemos, quería enviar esta información al Ministerio del Interior. ¿Cuál sería su motivo? Cualquier persona de buen juicio hubiera supuesto que todos los ministros están al tanto de estas medidas defensivas secretas.

– De todos modos, jefe, el Ministerio de Defensa no ha ordenado que se ponga en práctica ninguna de las fases de la lista, ¿verdad?

– Según el secretario del Rey, no. Oficialmente no hay ninguna alarma ni se lleva a cabo ninguna contraoperación, aunque hace dos días tuvo noticia de que había habido orden de acuartelamiento y supresión de permisos en algunas capitanías.

– Pues es como si parte del plan se estuviera poniendo en práctica, por lo menos en un sector del Ejército de Tierra, sin que la JUJEM lo haya ordenado -comentó Navarro.

– Ahí nos duele, Paco, ahí. Lo mejor será telefonear al secretario del Rey para comunicarle esto en seguida, y, de paso, decirle lo de las reuniones de Magos proyectadas para el próximo domingo. Luego… creo que iré con Miranda a hacer una visita sorpresa al marqués de la Estrella. Aún no le hemos interrogado.

– No olvides que tienes que comer con el inspector Ibáñez. Dijo que en el Parrillón a la una y media.

Había ráfagas de nieve cuando el coche oficial dejó a Bernal y a Miranda ante la casa del marqués, en la calle Zurbano, poco después de las doce del mediodía. Los recibió el mismo mayordomo, ataviado ya con la indumentaria propia de los días de ceremonia.

– El marqués está en la capilla particular, comisario. Hoy se oficia una misa especial por santa Eulalia. La familia tiene una particular veneración por su festividad, ya que posee tierras en Mérida, lugar de origen de la santa.

– Esperaremos a que quede libre de toda obligación y quiera recibirnos, si no es molestia -dijo Bernal amablemente.

El mayordomo les observó con algún titubeo, como si fueran a robar la vajilla de plata a la menor oportunidad. Y al ver que vacilaba, Bernal aprovechó la ocasión.

– Si tenía usted intención de asistir a la misa, ¿le importaría que le acompañáramos? No molestaremos y nos contentaríamos con quedarnos a la entrada.

– No estoy seguro de que al señor marqués le guste -dijo el mayordomo, reincidiendo en las vacilaciones-. Aunque tal vez en la galería de la servidumbre…

– Estupendo, no se hable más -dijo Bernal con determinación-. ¿Acaso no somos servidores públicos? Lo más probable es que no se advierta nuestra presencia.

La galería de la servidumbre estaba al fondo del pequeño lugar sagrado, y llegaron a ella tras subir por una estrecha escalera de caracol. Un mamparo calado les ocultaba a los ojos del reducido grupo de ocupantes de los bancos de abajo, al tiempo que les permitía ver a la perfección lo que allí se desarrollaba.

La capilla estaba adornada con delicados adornos barrocos, al estilo del dieciocho francés, y tenía un complejísimo retablo engastado de piedras preciosas.

Al parecer, estaba presente toda la familia Lebrija, en compañía de unos veinte militares de alta graduación y con uniforme de gala, entre ellos un teniente general, según advirtió Bernal. No podía verle más que por detrás y desde arriba, pero ¿no sería el teniente general Baltasar? Observó con atención a los civiles que acompañaban a los marqueses y sus hijos: ¿eran sólo amigos de la familia o tenían un papel más siniestro?

Bernal posó la mirada en el lujoso altar y reconoció en el celebrante ataviado de rojo al mismo obispo que viera en su anterior visita a la casa. Comenzaba en aquel instante la colecta especial por santa Eulalia:

«Omnipotens sempiterne Deus, qui infirma mundi eligis ut fortia quaeque confundas…» («Omnipotente y eterno Dios, que escogéis lo más débil para confundir lo más fuerte…»).