– ¿Y qué me dices del nombre del marquesado de los Lebrija?
– ¿Te refieres a la «Estrella»? ¿A la estrella que guió hasta Belén a los Reyes Magos? La verdad es que parece la palabra pintiparada para este caso. Sin embargo, creo que simplemente se trata de una graciosa coincidencia, aunque pudo haber determinado el nombre de la conspiración y la elección del seis de enero para su puesta en práctica.
– También está el teniente general Baltasar -añadió Navarro.
– Sí. Si nos orientáramos por el sentido literal y aceptáramos sus consecuencias lógicas, el segundo Rey Mago, Gaspar, fue el que aportó el incienso, lo cual es apropiado para un monje como el padre Gaspar, ya que esa dádiva representaba la espiritualidad de Cristo. El tercer Rey Mago, Baltasar, que suele aparecer como de raza negra, fue el que llevó la mirra, el precioso ungüento empleado para embalsamar a los muertos… siniestro regalo de parte de un militar como el teniente general que ostenta este nombre.
– ¿Crees que les interesaba implicarle en la conspiración sólo por su nombre, jefe?
– Bueno, se conocería su participación en la División Azul y es posible que el apellido fuera sólo un suplemento. Puesto junto al nombre del marqués de la Estrella acaso satisficiera a alguien con un sentido del humor bastante ácido. Este alguien, Paco, este alguien es la persona que me gustaría encontrar. ¿Quién es el que aporta el oro? ¿Quién es Melchor? Él es quien maneja los hilos de todo este asunto.
A última hora de la tarde habían recibido ya una serie de informes procedentes de Sevilla. Ángel había alquilado un pequeño Citroën y había seguido a una camioneta negra que había recogido las octavillas y carteles del almacén de la calle de la Feria a primera hora de la tarde, y que había salido de Sevilla por la carretera de Aracena. A las 4, Lista había advertido un aumento de la actividad en Santiponce en virtud de la llegada de muchos vehículos militares con altos cargos vestidos de uniforme azul con insignias rojas. Este atuendo era totalmente desconocido para el Estado Mayor y para los sastres del Ejército; Bernal había hecho las pesquisas de rigor por teléfono y se había enterado de esto último. Más tarde, hacia las 5.10, Miranda había telefoneado desde Trebujena para informar que el marqués y el obispo habían salido del cortijo en el Mercedes y que se habían dirigido hacia el norte, en dirección a Sevilla, por la A-4. A las 5.30 volvía a telefonear, esta vez desde Camas, para decir que habían tomado la N-630 desde Sevilla hacia el noroeste, y que él se había quedado muy detrás del Mercedes, dando por supuesto que ellos se dirigían a Santiponce también.
Bernal consultó el gran mapa mural de la península y vio que todos se estaban concentrando en Itálica y sus restos romanos. Lista habría ocupado ya una posición estratégica allí e informaría como y cuando pudiera.
Para aguantar la espera, Navarro encargó unos bocadillos de jamón serrano y queso manchego, y cuatro cervezas. A las 7.30 Bernal telefoneó a Eugenia para saber si Diego había llegado ya en el Talgo que salía de Sevilla a mediodía.
– Aún no, Luis, pero no creo que tarde.
– Escucha, Geñita, en cuanto llegue, llámame aquí al despacho y me lo cuentas, ¿eh?
– Luis, te perdiste la misa Gaudete de esta mañana. Con los ornamentos rosados, ha sido una maravilla.
A las 8.20, por fin, Lista rompió el largo silencio y llamó por teléfono.
– He vuelto a Sevilla, jefe. En Itálica se organizó un mitin de pánico. El lugar de reunión era el anfiteatro romano. Yo me instalé en las gradas de arriba, que por cierto se hallan en un estado bastante ruinoso. Al caer la noche encendieron antorchas y repartieron insignias especiales, además de carteles y octavillas. Al filo de las siete llegó un helicóptero militar y aterrizó en el centro de la arena en medio de una polvareda impresionante. De él bajo el teniente general Baltasar y pronunció una arenga, sirviéndose de un sistema de amplificación improvisado.
– ¿Cuántos militares de graduación había?
– Unos cuatrocientos más o menos. Todos vestían el uniforme de marras.
– ¿Oíste bien el discurso?
– A rachas, jefe, porque estaba muy arriba y tenía que esconderme en una escalera que conducía al terraplén superior. Da miedo de noche ese sitio, se lo puedo asegurar.
– ¿Qué captaste del discurso?
– Habló de la importancia y solemnidad de la misión conjunta que todos tenían el cinco de enero y que restaurarían los sempiternos valores de la España tradicional.
– ¿Estás seguro de que dijo el cinco?
– Totalmente. Lo repitió y luego se lanzó a una encendida perorata sobre la desastrosa situación moral del país. Estuvo hablando durante tres cuartos de hora aproximadamente, y luego el obispo bendijo a la concurrencia.
– ¿Tomó parte el marqués?
– No habló, pero estuvo junto al padre Gaspar, el teniente general y el obispo.
– ¿Estás seguro de que era el padre Gaspar?
– Totalmente. Vino en el helicóptero con el teniente general.
– ¿Y no había nadie más, ningún otro cabecilla; Juan?
– No, solamente estos cuatro, más un sujeto que parecía el ayudante del general.
– Gracias por todo, Juan. Procura ponerte en contacto con Carlos y Ángel. Dile a Ángel que consiga que reparen el vehículo de La Corneta como sea y que regrese a Madrid, porque de lo contrario van a descubrirle.
Bernal estaba cada vez más preocupado por el retraso de su hijo y a las nueve volvió a llamar a Eugenia.
– No, Luis, aún no ha llegado, pero no creo que tarde ya mucho. ¿Vas a venir a cenar?
– Más tarde te lo diré. Dile a Diego que me llame en cuanto llegue.
Bernal encendió otro Káiser y miró por la ventana las aceras de la calle Carretas, llenas de gente que daba el paseo de los domingos, puesto que el tiempo había mejorado, al menos por el momento. Casi todos miraban los escaparates, atraídos por la apariencia de los artículos navideños. Al cabo de un rato llamó a Navarro.
– Por favor, Paco, ¿querrías consultar los horarios de Renfe y ver a qué hora tenía prevista la entrada en Atocha el Talgo que ha salido de Sevilla a mediodía?
Navarro volvió en seguida con la información.
– Tendría que haber llegado a las 19.34. Si quieren, llamo y lo compruebo.
– Sí, por favor. Estoy preocupado por Diego. El jueves estaba en Camas y en Santiponce y desde entonces no ha vuelto a llamarnos.
Tras encontrar el número que buscaba, Navarro telefoneó a la comisaría de la estación. El inspector de guardia le dijo que el Talgo de Sevilla había llegado a las 19.52.
– Pero entonces ya tendría que estar en casa -dijo Bernal, cada vez más preocupado-. Por favor, llama a la Facultad de Ciencias de la Complutense y entérate de qué ha ocurrido con la expedición geológica que ha estado haciendo investigaciones de campo en el bajo Guadalquivir estas dos últimas semanas. No sé el nombre del que la dirige.
Tras no pocas intentonas, reapareció Navarro.
– Jefe, no se puede comunicar con los responsables a esta hora y en domingo. Sólo están los vigilantes. Y desconocen el nombre del que encabezaba la expedición.
– Estoy intranquilo, Paco. ¿Y si probamos con la Renfe de Sevilla? La expedición tendría billetes con reserva y sería una treintena de estudiantes, si no más. Tenían que ocupar medio vagón.
Navarro volvió al teléfono y Bernal fue incapaz de concentrarse mientras tanto en los informes sobre Magos; fumaba sin parar. Hasta que por fin hubo noticias.
– En taquilla de la estación sevillana dicen que se reservaron treinta y cuatro asientos, pero que es imposible saber si todos se ocuparon cuando partió el tren. El único que puede saber si quedó vacío algún asiento reservado es el jefe de tren, aunque, como es lógico, no se comprueban los nombres de los viajeros.