– Seguramente, jefe. Éste es el informe que más nos interesa: la policía sevillana me dejó consultar sus ficheros y averigüé que Elisa Moreno nació en Estrella del Marqués. Su madre trabajó de criada en el cortijo del marqués.
– O sea, que sabían dónde y cómo hacerse con la mocita. Es posible que la tengan retenida con Diego, para que no se vaya de la lengua. No parece persona muy de fiar.
– La policía de Sevilla la anda buscando ya. El jefe superior ha ordenado se la detenga con la mayor discreción si vuelve a aparecer por sus sitios habituales. Está de acuerdo en ayudarnos a hacer una redada en el cortijo del marqués.
– Pero ¿es prudente hacerlo, Carlos? Podría provocar la muerte de Diego.
– En la Biblioteca Colombina de aquí hemos encontrado unos planos muy detallados del edificio del cortijo, que al parecer data del siglo dieciséis. Hemos ideado una forma de entrar en las bodegas, que son muy grandes, en el caso de que tengan al chico allí. El marqués tiene en ellas una abundante reserva de manzanilla, que vende en Jerez de vez en cuando.
– ¿Cuál es el plan?
– Utilizaremos la furgoneta del periódico, que Ángel ha arreglado y que él mismo conducirá. La policía de Sevilla nos secundará con todo un pelotón de asalto, armado de granadas shock, bombas de gas paralizante y esas cosas. Lo que queremos es que Elena llame desde las oficinas de La Corneta hoy mismo, a última hora de la noche, al cortijo del marqués, y que diga que el viernes por la mañana habrá una entrega especial.
– ¿Es lo más rápido que podéis preparar?
– Me temo que sí, jefe, si queremos que las cosas salgan bien. El pelotón de asalto quiere hacer un ensayo previo en una finca parecida de la otra punta de la ciudad para coordinar los detalles de la operación con Ángel.
– De acuerdo. Lo del ensayo general me parece muy acertado. El viernes dieciocho es el día adecuado -dijo Bernal, que ya acariciaba la idea de llevar a cabo el plan.
– Tenemos que hacerlo en cuanto amanezca, cuando estén más desprevenidos -dijo Miranda-. El falso aviso nos permitirá entrar con la furgoneta por la puerta, que está protegida por dos hombres con subfusil ametrallador, y llegar hasta la entrada de servicio, que por suerte está junto a la escalera que lleva a la bodega. El pelotón de asalto, compuesto por catorce hombres, saldrá como una tromba de la caja de la furgoneta en cuanto Ángel abra las puertas fingiendo que va a descargar, y vencerá cualquier resistencia. Luego entrarán en la bodega por una serie de ventanillas que hay al nivel del suelo.
– Es muy arriesgado, Carlos, pero es mejor que dejarle languidecer allí. ¿Qué es lo que Ángel va a fingir que entrega?
– Aún tiene algunos fardos de periódicos atrasados que le devolvieron en ciertos quioscos. Los utilizará para que el pelotón se oculte en la caja de la furgoneta.
– ¿Qué refuerzos tendréis?
– El jefe superior de la policía sevillana nos mandará tres vehículos K con policías nacionales escondidos en el interior. El problema es que el cortijo parece una fortaleza, está sobre una loma, y desde él se ve de lejos cualquier vehículo que se aproxime. Los de la policía tendrán que camuflarse con aspecto de camiones que pasan casualmente por allí, rumbo a la A-4, aunque estarán en contacto con nosotros por radio. Cerca del pueblo hay un espeso pinar y esto resguardará un poco.
– De acuerdo, Carlos -dijo Bernal, no del todo convencido-. Adelante, pero infórmanos en cuanto salgáis.
Expectación del Parto de la Virgen
Luis Bernal y su mujer, demasiado inquietos (cada uno a su manera) para dormir con tranquilidad mientras los secuestradores tuvieran a Diego en su poder, estaban ya despiertos antes del alba de aquel día en que los dos sabían que se iba a intentar liberarle del cortijo que el marqués tenía en Estrella. Y Bernal quería a toda costa llegar al despacho antes de las siete y media, hora en que comenzaría la operación rescate.
– No quiero desayunar, Geñita -dijo con cansancio.
– Como quieras; yo tampoco tomaré nada hasta más tarde. Hoy quiero comulgar en la primera misa. Es Nuestra Señora de la Esperanza, ¿recuerdas? María de la O. ¿No te acuerdas de lo popular que era esta fiesta cuando éramos jóvenes? Y la cantidad de niñas a quienes se bautizaba con ese nombre. Anda, Luis, vente a misa, y rezaremos juntos por la liberación de Diego. Estoy guardando vigilia desde que lo secuestraron. Y creo firmemente en la eficacia de las oraciones.
– Y tú sabes, Geñita, que yo considero que hace falta apoyarlas con un poco de acción. Ahora te acompaño hasta la iglesia, pero tengo que estar en Gobernación antes de que la policía sevillana intente el rescate; compréndeme, he de mantener los contactos con Miranda y los demás agentes.
Para complacerla, sin embargo, en aquella tribulación mutua en que Eugenia se mostraba más humana con su descendencia que de costumbre, accedió a sentarse al fondo de la iglesia casi vacía, mientras que los dos policías de paisano que les protegían se quedaban incómodos en la puerta. El celebrante, vestido de blanco, comenzó la primera misa, con su liturgia particular, que era propia de la primitiva iglesia hispanogoda, y que se remontaba al siglo séptimo. Por el comentario contenido en el misal de su suegra, Bernal había notado que algunos entendidos atribuían la festividad de la Expectación del Parto a San Ildefonso, ya que le adjudicaban el traslado de la Anunciación, del 25 de marzo, que solía coincidir con Cuaresma y que por tanto no se podía celebrar como era debido, al 18 de diciembre. El resultado era que España y unos cuantos países más habían venido celebrando la Anunciación dos veces en el curso del año litúrgico.
Escuchó el introito, la colecta y la epístola -de Isaías, 7, versículos 10-15-, y cuando el celebrante llegó al gradual, «Tollite portas, principes, vestras: et elevamini, portae aeternales…» («Levantad, príncipes, vuestras puertas, alzaos, oh! puertas de la eternidad!»). Bernal repitió aquellas palabras para sí y las aplicó mentalmente a las puertas del cortijo del marqués. No tardó en marcharse, seguido de su guardaespaldas, y casi inmediatamente tomaron un taxi que les condujo a la Puerta del Sol.
Allí encontró Bernal al fiel Navarro, presidiendo ya la conexión telefónica permanente que había establecido con Sevilla.
– El pelotón de asalto ha partido ya, jefe, un poco después de lo previsto.
– Bernal consultó su reloj Bulova Accutron.
– Pues no empiezan nada mal los andaluces. Son sólo las siete y cuarenta y dos. Haz que nos suban un poco de café y unos croasanes. La espera será larga.
Mientras desayunaban llegó Varga con aspecto más animado de lo habitual.
– Jefe, ¿recuerdas el misal del hermano Nicolás, el que mandó a su hermana? Me he estado devanando los sesos estos días para ver si le sacaba alguna otra información más interesante que las siete fechas señaladas por medio de estampitas religiosas -dijo de un tirón y deteniéndose para respirar.
– Me acuerdo. Sigue -dijo Bernal con impaciencia.
– Yo partía de que lo más seguro era que no hubiese tenido acceso a ningún tipo de tinta sintética invisible, de modo que hice las pruebas acostumbradas con cristales de yodo, calor y luz negra, con la esperanza de que hubiera escrito alguna cosa con un alfiler mojado en leche o zumo de frutas. Muchos curas viejos conocían todos estos trucos y los utilizaban durante la guerra civil cuando quedaban cogidos en territorio republicano.
– Bueno, dinos de una vez qué has descubierto -le presionó Bernal.