– Pues que el muy zorro utilizó orina. Un sistema ya muy antiguo, pero que sigue siendo eficaz. He hecho fotos de las páginas en cuestión y éste es el resultado.
Navarro y Bernal se inclinaron sobre las ampliaciones, que decían:
29 de nov. Control de los abastecimientos eléctricos y teléfonos de los palacios de Oriente y la Zarzuela.
8 de dic. Reforzar vigilancia y guardia en todas las bases MAGOS.
13 de dic. Supresión de permisos en todas las bases MAGOS.
24 de dic. Comienza la alerta inicial.
1 de en. Estado de excepción en todas las regiones militares.
5 de en. Movilización: fuerza principal ocupará en Madrid las posiciones acordadas.
6 de en. Ocupación del palacio de Oriente durante la Pascua Militar y pronunciamiento del nuevo Gobierno.
– ¡Fenomenal, Varga! ¡Menudo tesoro has descubierto! Voy a llamar ahora mismo al secretario del Rey. ¿No había ningún nombre? ¿Ninguna clave para identificar a los cabecillas de Magos? ¿A Melchor en particular?
– Mi ayudante sigue en ello, jefe, pero date cuenta de que el misal tiene 1224 páginas de papel biblia. Nos va a llevar mucho tiempo hacer las pruebas pertinentes en todas las páginas. Aceleraríamos si nos autorizaras a desencuadernarlo.
– Desencuadérnalo, destrípalo, haz lo que haga falta, pero compruébalo página por página. Cuánto admiro a aquel pobre fraile; aunque le diera por empinar el codo de vez en vez, no cabe duda de que estaba en sus cabales cuando se esforzó por denunciar una trama neofascista que pretende apoderarse del Estado. Lo único que lamento es que va a ser muy difícil, si no imposible, empapelar a su asesino.
Cuando Varga hubo vuelto al laboratorio, Bernal descolgó el teléfono rojo con selector y llamó al secretario del Rey. Tras escuchar éste la detallada versión que Bernal le hizo de la conspiración Magos, dijo:
– Estamos tomando contramedidas, comisario. Estamos seguros de la lealtad de la Policía Nacional y de la mayor parte de las fuerzas armadas, así como de la Guardia Civil. El Rey telefoneará a todos los capitanes generales y, por supuesto, a los gobernadores militares de las cincuenta provincias.
– Pero que no se le ocurra aconsejar a la JUJEM que ponga en marcha la Operación Mercurio, señor secretario. Como ya le he dicho, la Operación Magos es un calco de la Mercurio, un plan en la sombra, imitativo, sostenido sin duda por unos exaltados, pocos pero bien diseminados en buena parte de los regimientos y unidades. Si la Operación Mercurio se pone en marcha, no se hará sino secundar la Operación Magos y ello nos sumirá en un mar de confusiones. Los generales leales a la Corona podrían caer en la trampa y ayudar a los conspiradores sin darse cuenta. Espero se dé usted cuenta de lo astuto que es este plan.
– Nos damos cuenta, comisario, nos damos cuenta. El Rey está informado de todo. Se ha resuelto que Su Majestad en persona enviará por teléfono y por télex una orden general a todos los capitanes generales y gobernadores militares de no hacer absolutamente nada, a fin de evitar cualquier clase de movilización o desplazamiento de tropas. En tales circunstancias, las unidades que se movilicen se considerarán sediciosas por haber desobedecido las órdenes reales. Aquí, en Madrid vamos a hacer que ciertas compañías de la Policía Nacional y de los GEO vigilen los dos palacios y varios puntos estratégicos.
– No descuide las carreteras de acceso a Madrid, las estaciones ferroviarias, el aeropuerto de Barajas, los aeropuertos militares de Torrejón y Getafe y el aeroclub de Cuatro Vientos.
– Está todo arreglado, comisario. Su Majestad quiere, por otro lado, que usted y sus hombres estén presentes en el palacio de Oriente el seis de enero. Tiene pensado cumplir todos sus compromisos, incluida la celebración de la Pascua Militar, aunque en palacio y calles anexas se tomarán precauciones discretas.
– Que sean efectivas -dijo Bernal-. ¿Se da cuenta de que muchos conspiradores, si no todos, figurarán en la lista de invitados de la ceremonia matutina del seis de enero?
– Nos damos cuenta. Su Majestad dice que así será más fácil manejarles.
– Ojalá no se equivoque -dijo Bernal.
– ¿Qué hay de su hijo, comisario? Nos preocupa la falta de noticias.
– Aun no sabemos nada. Las unidades de la policía sevillana acaban de ponerse en movimiento.
– Téngame al corriente, por favor.
En cuanto colgó el auricular, Bernal vio que Navarro le hacía señas desde el antedespacho, y corrió a reunirse con él.
– La furgoneta de Ángel ha llegado a la entrada del cortijo del marqués. Parece que el aviso que Elena les mandó anoche ha hecho maravillas. Le han dejado pasar.
Bernal encendió un Káiser con el anterior, que había dejado a mitad.
– Todo bien por ahora.
El altavoz que Navarro había acoplado a la conexión telefónica volvió a crepitar.
– Unidades de apoyo al pie de la loma -dijo la voz impersonal-. La furgoneta de reparto casi ha llegado ya a la mansión. Dobla a la derecha hacia las dependencias laterales -hubo una pausa, pasada la cual la voz siguió informando-. Están descargando paquetes de la caja de la furgoneta -el tono de creciente incredulidad de la voz del observador desconocido pudo advertirse incluso a 550 kilómetros de distancia-. El inspector Gallardo cierra en este momento las puertas de la furgoneta. La unidad de comandos GEO no ha salido, repito: no ha salido. El inspector vuelve al volante. ¡La furgoneta se pone en marcha! ¡Vuelve por la pista de acceso!
– ¿Qué ocurre, Paco? -exclamó Bernal-. ¿Por qué no han entrado en acción?
El altavoz volvió a crujir.
– La furgoneta se ha detenido en la puerta principal -continuó el observador con el mismo tono asombrado-. El inspector Gallardo charla amistosamente con los vigilantes, les ofrece tabaco. Le abren la puerta, la cruza. Las demás unidades K reciben órdenes de retirarse por la autopista A-4.
De pronto reinó un silencio sepulcral.
– ¿Qué es lo que ha fallado, Paco? ¿Por qué se ha marchado Ángel sin que el pelotón de asalto haya hecho ningún intento de liberar a Diego?
– ¿Quieres un poco de coñac en ese café? -dijo Navarro, procurando calmar los nervios de su superior-. No podemos hacer otra cosa que esperar a los acontecimientos.
Mientras se prolongaba aquella espera y se crispaban más y más los nervios de todos, llamó Consuelo preguntando por el comisario Bernal.
– Es para ti, jefe. Una señorita del Banco Ibérico.
Consuelo no le había llamado nunca a la DSE, pero la urgencia parecía ser tal que se había sentido autorizada a hacerlo. Bernal cogió el teléfono del despacho interior.
– ¿Hay alguna novedad? -preguntó la joven con voz apocada.
– No, todavía no. Te llamaré dentro de unos minutos, cuando sepamos algo.
De pronto, la transmisión desde Sevilla volvió a dar señales de vida y Bernal se precipitó al antedespacho para reunirse con Navarro.
– Atención, Madrid. Hemos establecido contacto radiofónico con el inspector Gallardo. Es para ustedes.
Bernal cogió el micrófono.
– ¿Eres tú, Ángel? ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no se ha movilizado el comando?
– Tranquilo, jefe. Tengo a Diego en el interior de la furgoneta.
– ¿Qué? ¿Le has podido liberar? -exclamó Bernal con incredulidad-. ¿Está bien?
– Muy bien, aunque los muchachos dicen que apesta un poco. Tiene un pequeño corte en la muñeca nada más. Haré que le llame en cuanto lleguemos a Sevilla.
– Pero ¿cómo lo habéis conseguido sin forzar las puertas de la bodega?
– No hubo necesidad, jefe. Él ya había salido solito. La chica estaba encerrada con él y le ayudó a cortar las cuerdas con que le habían atado las muñecas sirviéndose de una botella de vino rota. Como ella conocía el lugar desde niña, le dijo cómo salir por una rampa que había al lado de las escaleras de la bodega.
– Y sin duda pensó que era el cielo quien te enviaba, Ángel.