– Después de esto ya no voy a poder comer, Esteban. Están deliciosos, pero llenan mucho.
– Están de rechupete -echando un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie les vigilaba, Ibáñez entregó a Bernal un sobre lacrado-. He indagado sobre Melchor en los antiguos archivos. En el ordenador central no había nada en absoluto, pero hace cinco años cuando introdujimos el sistema de clasificación electrónico, advertí ya que muchos expedientes políticos de la época franquista desaparecieron por las buenas, en particular los correspondientes a los primeros incondicionales del Caudillo. Algunos han experimentado una asombrosa metamorfosis, de esbirros fascistas que eran en 1940 a políticos liberales en 1981, e incluso gozan del mayor símbolo de prestigio: una invitación para escribir algún artículo en El País sobre el futuro democrático de España. Naturalmente, en tu terminal no encontrarás ni rastro de sus expedientes.
– Pero no recuerdo a nadie que se llamase Melchor.
– Desde luego que no. No era una persona, sino una compañía. Tenía fábricas en Bilbao y Barcelona antes de la guerra; suministraron armas y municiones, primero a la República, y luego a ambos bandos, como correspondía, tras la caída de Bilbao en manos de Franco el diecinueve de junio de 1937.
– Y esa casa, Melchor, S. A. o como se llame, ¿figura aún en el Registro Mercantil de Sociedades?
– No, Luis, pero fui a los archivos del Ministerio de Justicia, en la calle San Bernardo, y encontré las antiguas Memorias sociales, en las que figuran los consejeros de 1934.
Bernal, tras asegurarse de que nadie les miraba, abrió el sobre de color beige y sacó el contenido. Miró la lista de nombres y lanzó un silbido.
– ¡Casi todos son de la misma familia, y es una de las más ricas de España!
– De Europa, diría yo -añadió Ibáñez-. La familia Lebrija es una nadería al lado del clan Malthius.
– De origen centroeuropeo, ¿verdad?
– Es probable. Se instalaron en Alemania en el siglo diecinueve y la casa familiar está en Colonia. Fueron muy poderosos durante el Tercer Reich y ayudaron a Hitler a tomar el poder. La rama española la creó el benjamín del fundador de la dinastía, que se había peleado con el viejo Malthius. Empezó haciendo contrabando menor entre Tánger y Gibraltar antes de la primera guerra mundial, e incluso se le hizo una ficha que fue a parar a los archivos de los Carabineros, pero en 1923, durante la dictadura de Primo de Rivera, alguien borró de la ficha los datos comprometedores.
– Y se hizo millonario con la industria bélica, ¿no es verdad?
– Con eso y con muchas cosas más. Gottlieb Malthius hizo también de espía para Inglaterra y Alemania, y ambas partes le pagaron muy bien. Su pequeña flota cargada de alijos estaba bien emplazada para espiar los barcos de los países beligerantes. El rey inglés Jorge V incluso llegó a condecorarle en 1919.
– De modo que se ganó la respetabilidad.
– Podrías decir que se la compró. Se casó con una joven española de familia aristocrática, se convirtió en filántropo y en su testamento dejó una gran cantidad de dinero para que se crease una fundación en memoria suya. Es curioso ver que la mayor parte de los grandes piratas de la historia quieren comprar un lugar en el paraíso.
– Pero murió hace tanto tiempo que no puede ser Melchor.
– No, ya me doy cuenta, pero sus herederos siguen invirtiendo en nuestra industria de armamento, y además está la rama ex-nazi de la familia. Éstos se refugiaron en España en 1943, cuando estaba claro que Hitler iba a perder la guerra. Tienen ahora en España dos bancos, muchas compañías fabricantes, cinco empresas constructoras, una cadena de grandes almacenes, un buen pellizco de la industria vinatera andaluza y una multinacional dedicada a la fabricación de armas. Al marqués de la Estrella lo han hecho miembro del consejo de administración de algunas de sus compañías.
– Pero ¿hay algún miembro de esta familia que esté irrebatiblemente complicado en la conspiración Magos?
– Tendría que habérseme ocurrido antes que el hijo de Gottlieb Malthius, Hermann, es demasiado viejo para participar de manera activa. Vive retirado en Menorca y sólo viene a la península una vez al año, para asistir a la reunión anual del clan.
– Es probable que todos los miembros de la familia estén complicados, para proteger o aumentar sus intereses financieros. Es obvio que son enemigos de nuestra última Constitución y las nuevas libertades, que han permitido los partidos políticos y las actividades sindicales. Sin duda temen por sus beneficios -dijo Bernal-. No me sorprende que manejen los hilos de la organización Magos, en particular si tuvieron contactos con la Casa Apostólica de Colonia en los años treinta. Podemos pedir más datos a la policía de Alemania Federal.
– Hay una cosa que aún no entiendo. ¿Por qué se han infiltrado en la iglesia española?
– Al financiar la Casa Apostólica se diría que se sirven de la iglesia para convencer al Ejército, o a un sector del mismo, para derrocar nuestra joven democracia y volver a una dictadura de derechas. El teniente general Baltasar es sólo un figurón útil. Si se salen con la suya, conseguirán una alianza de los poderes fácticos con los grupos sociales y económicos que siguen dominando el país y volveremos a ver a los viejos perros del franquismo con distintos collares.
– Me pregunto si se habrán infiltrado en la policía. Es seguro que lo habrán intentado.
– Lástima que no dispongamos de una lista detallada de los conspiradores, aunque si el Gobierno quiere evitar el golpe, ya tiene información de sobra para detener a los dirigentes.
– Sólo un hombre se interpone en su camino.
– ¿Te refieres al Rey? Tienes razón. Pero ¿podrá enfrentarse él solo a un asalto montado por tantos poderes?
– Depende de cómo reaccione. Hasta ahora ha sabido andar con pie firme, ateniéndose estrictamente al mandato constitucional y manteniendo a las fuerzas armadas dentro de lo previsto en las Reales Ordenanzas de 1978. Además, puede apelar al pueblo directamente.
– Si es que le dejan, Esteban, si es que le dejan.
Cuando salieron de Lhardy se reunieron con el guardaespaldas de Bernal y éste se despidió del inspector Ibáñez, cuyo amplio conocimiento de los archivos policiales le había sido a menudo de gran utilidad.
– Vamos andando un rato -dijo Bernal al policía de paisano-, luego tomaré un taxi y usted podrá irse a comer.
Fueron por la Carrera de San Jerónimo hasta llegar a Casa Mira. A Bernal se le pusieron los ojos como platos al contemplar las tradicionales golosinas expuestas en la célebre turronería. El surtido no parecía haber cambiado nada por lo que recordaba de su niñez, cuando en esos mismos días anteriores a Navidad, se asomaba a aquel escaparate para mirar la gran foto sepia del señor Mira, fundador del establecimiento, que aún presidía en espíritu las inasequibles bandejas de ciruelas, albaricoques, mandarinas y peras escarchadas, los gruesos bloques del blando turrón de Jijona y del duro de Alicante, amén del delicioso mazapán tostado, el praliné de chocolate y el turrón de yema, así como los pequeños bombones variados, envueltos en rizadas tiras de papel coloreado. En los años veinte no tenía bastantes cuartos para comprarse ni siquiera el menor de aquellos tentadores dulces, mientras que ahora, alejado de tales gollerías para siempre, tenía la cartera abultada de billetes de cinco mil y podía comprar cuanto quisiera de todo aquello que se le ofrecía a la vista. Ah, pero la ilusión ya no era la misma.
Resolvió sumarse a la larga cola de la entrada y comprar una modesta selección para su nieto de cinco años y para Consuelo. El guardaespaldas le esperó con gesto de reconvención, pero sin hacer el menor comentario. Bernal escuchó pasmado los voluminosos pedidos hechos por las amas de casa de clase media alta que se desabrochaban los abrigos de pieles y rebuscaban en el bolso de mano para sacar las quince o veinte mil pesetas con que pagar la tradicional mercancía recién adquirida para los festejos de la Nochebuena y la Navidad. Pensó que tenían que tener muchos amigos y parientes, a no ser que comprasen todo aquello solo para impresionar a las vecinas cuando entrasen a tomar una copa.