Cuando Bernal se hubo afeitado y vestido, volvió Eugenia de sus oraciones matutinas.
– Os haré café a ti y al guardia -dijo.
– No hay tiempo, Geñita -dijo Bernal con premura, esperando ahorrar al guardaespaldas el compromiso de degustar el café de bellotas tostadas-. Te llevaremos a la iglesia.
Cuando salieron a la calle se puso a llover con intensidad y Bernal dijo a Eugenia en son de broma:
– Apostaría a que hay misa Rorate, coeli esta mañana.
– Exacto, Luis. Me admira lo mucho que has aprendido. Y los ornamentos serán morados -añadió con firmeza.
Llegó el coche oficial con los dos guardias de relevo y todos se apretaron en el interior para recorrer la escasa distancia que les separaba de la iglesia parroquial, ante la que bajaron Eugenia y uno de los guardaespaldas. Mientras subían por la Castellana, totalmente desierta, Bernal encendió con nerviosidad el tercer Káiser del día, que le puso la lengua como un estropajo viejo. Ordenó al chófer que parase ante la primera cafetería que viese abierta y encontraron una más arriba de Nuevos Ministerios, donde se desayunaron todos tomando café con churros.
Ante la puerta del moderno bloque de viviendas en que vivía su hijo Santiago vieron un coche K sin ningún distintivo y, ya en el portal, a dos policías de paisano, que saludaron a sus colegas con cansancio.
Bernal y su guardaespaldas subieron en el rápido ascensor y encontraron a otro guardia ante la puerta del piso.
– Aún no ha salido nadie, comisario.
Le abrió la puerta la nuera, que llevaba en brazos a su hijo de cinco años. Al ver a su abuelo, el niño se puso a palmotear de alegría y exclamó:
– ¡Yayo, yayo! ¿Qué le has traído a Quique?
Bernal le dio un beso, y dijo, tomándole el pelo a la madre:
– ¡Estás educando al niño para que hable como un peón de Albacete! ¿Qué es eso de «yayo»? ¡Venga, hombre!
El pequeño Enrique pasó de los brazos de su madre a los de su abuelo, quien buscó en el bolsillo el soldadito de juguete que le había traído, consciente de que el nieto le consideraba un inagotable proveedor de juguetes y caramelos.
– Lo estás malcriando, papá -dijo Mercedes en son de reproche-. Ahora querrá jugar antes de que le metamos en el baño.
– ¿Cómo estáis? ¿Va todo bien?
– Tirando, pero un poco nerviosos -dijo la nuera-. No me refiero a que Diego esté aquí; por él no hay problema. Nunca le he visto estudiar tanto. Pero el estar rodeados de policías a todas horas nos saca de quicio. A Santiago le intranquiliza mucho y apenas puede dormir.
– Pronto se acabará todo. El día de Reyes respiraremos tranquilos.
– Iba a preguntarte acerca de eso. Quiero ir a comprar algunos regalos al Corte Inglés, y también algunas cosas para la casa.
– Como quieras. Te acompañará un policía de paisano. Sólo tienes que decirle a dónde quieres ir.
Cuando llegó a Gobernación, Bernal no esperaba encontrar a nadie en el despacho a las ocho de una mañana dominical, pero, para su sorpresa, vio que Navarro y Varga el técnico le estaban esperando.
– Te hemos llamado a casa, jefe, pero no contestaba nadie. Empezábamos a preocuparnos.
– Mi mujer está en misa y yo fui a casa de mi hijo. ¿Qué hacéis aquí a esta hora?
– Varga ha descubierto algo importante y me dio un telefonazo.
– Se trata del misal del hermano Nicolás, jefe. Hemos estado día tras día comprobando cada página, en busca de más rastros de tinta simpática, pero sin encontrar nada. Y cuando ya iba a enviarlo todo a paseo, me acordé de las estampas que había puesto el fraile en ciertas páginas para señalar las siete etapas de la operación Magos.
– ¿Y encontraste algo?
– Sí. En el dorso de cada una de las estampas hay una larga lista de nombres escritos con la letra más menuda posible. Sin duda utilizó la punta de un alfiler y estuvo trabajando lo indecible. Ya tengo preparadas las ampliaciones.
– Qué hombre tan extraordinario -dijo Bernal con admiración-. Deberíamos haberlo tenido en la Brigada.
Se puso a examinar las siete fotos con atención. La primera contenía más de sesenta y cinco nombres de militares, de capitán para arriba, ordenados todos por regiones militares y regimientos. La segunda contenía nombres de miembros de la Guardia Civil, la tercera de la Armada, y las restantes de otros cuerpos de las fuerzas armadas. La sexta estampa fue la que más le interesó: catalogaba a los miembros de la organización Magos que prestaban servicio en las varias Brigadas de policía, mientras que la séptima recogía a los que trabajaban en los medios de información.
– ¿Has hecho reproducciones? -preguntó Bernal a Varga.
– Sí, jefe, tres de cada.
– Bien. Voy a llamar inmediatamente al secretario del Rey para preparar una entrevista esta misma mañana. Estos nombres le serán muy útiles para los planes antigolpistas.
– ¿Has visto La Corneta de hoy, jefe? -le preguntó Navarro-. El sexto mensaje Magos no ha aparecido todavía.
– Sospecho que se han vuelto más cautos. Elena me llamó anoche y me dijo que hoy no se publicaría nada. Aunque estoy seguro de que tenía que haber aparecido algo, si es que querían mantener el ritmo de las dos semanas de anticipación.
– Es posible que el rescate de tu hijo les haya dado que pensar.
– O que la anticipación se acorta a medida que se aproxima la fecha. De ese modo, si quisieran, podrían detener la operación a última hora.
Bernal tomó un coche de la policía sin distintivos, que le condujo a la Zarzuela poco antes de que dieran las nueve, y dijo al guardaespaldas que le esperase en la puerta con los centinelas mientras él subía al vehículo del secretario del Rey.
– Comisario, quisiera enseñarle los planes antigolpe. Los repasaremos juntos.
– ¿Está el Rey aquí ahora? -preguntó Bernal.
– De momento, no. Se fue con la Reina, el príncipe y las infantas a Granada en visita privada y pasarán allí el fin de semana. No se ha comunicado a la prensa.
– ¿Está seguro de que allí estará bien protegido?
– Totalmente. Ha ido de caza.
– Será mejor que usted eche primero un vistazo a estas listas de nombres -dijo Bernal-. Acabamos de descubrirlas ahora mismo. Lo más seguro es que el hermano Nicolás las copiara de los documentos privados que encontró en los aposentos del padre Gaspar. El sábado por la noche el prior tuvo que recelar lo que el hermano fraguaba.
– Comisario, estos nombres son vitales para nuestros planes. ¡Ha sido un hallazgo magnífico! Así podremos evitar la participación de los complicados en la conspiración Magos y vigilar las unidades a que pertenecen. No podría usted habernos hecho un mejor servicio. El Rey estará encantado.
Bernal estudió los detallados planes que había elaborado la JUJEM para la vigilancia de la primera región militar y que incluían un cerco de protección alrededor de Madrid para evitar el día cinco de enero la posible entrada de unidades rebeldes. Le impresionó la previsión de los dispositivos y se mostró bastante satisfecho.
– ¿Qué hay de la protección del palacio de Oriente durante la mañana del día seis? -preguntó.
– Aún estamos en ello, comisario. Le comunicaré el plan dentro de unos días. Como ya le dije, queremos que usted y sus hombres vigilen de cerca la ceremonia.
Vigilia de la Natividad del Señor
Los insistentes timbrazos del teléfono despertaron a Bernal en la mañana del día de Nochebuena. El policía de escolta llegó antes que él.
– Es la inspectora Fernández, comisario.
– ¿Elena? ¿Hay alguna novedad?
– Siento llamarle tan temprano, jefe, pero es que anoche no pude hacerlo. El sexto mensaje va a aparecer en La Corneta de hoy. Dice; «Magos Blanco N.7. Moncloa.» ¿Significa que van a atacar al presidente del Gobierno en el palacio de la Moncloa?