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– No, creo que no. Moncloa quiere decir «Movilización». Así que, después de todo, siguen adelante con el plan. ¿Hay algún síntoma de actividad en las oficinas del periódico?

– Anoche, a última hora, estuvieron bebiendo sin parar en el despacho del director. Vino un grupo de militares de alta graduación, entre ellos el teniente general Baltasar.

– Entiendo. Entonces no saldrá el periódico mañana, ¿no?

– No, jefe, hasta el sábado, no.

– Ten cuidado, Elena. Desaparece inmediatamente si crees que sospechan de ti.

– Estoy segura de que no. El jefe de redacción, que me mira con ojos de carnero a medio morir me ha insinuado que habrá un número especial en color el seis de enero, pero que no aparecerá hasta mediodía.

– Si ves algún original redactado para esa edición, hazte con él.

– Así lo haré. Por cierto, no paran de pedir fotos aquí en los archivos.

– ¿De quién?

– Casi todas de generales célebres del pasado. Narváez, Martínez Campos y otros por el estilo del siglo pasado.

– Si te es posible, toma nota de todas las que piden.

Después de colgar, Bernal consultó el misal antiguo en el comedor y hojeó el calendario litúrgico. No tardó en dar con lo que buscaba. Partiendo del día de Navidad, el séptimo día en que se prescribía ornamentos blancos era el cinco de enero, víspera de la Epifanía, que era el «Blanco N.7». No podía faltar más que un mensaje: el que ordenaría actuar el mismo día de Epifanía. Una vez que apareciera tal mensaje, ya no se podría retroceder.

Eugenia le sirvió unas tostaditas de pan rancio y café tibio.

– Espero que la familia venga esta noche como de costumbre, Luis. Voy a preparar una paella de cangrejitos. Encárgate tú del vino. Con esa culebra de mazapán que trajiste de Toledo hay para diez Navidades, así que no hará falta que compremos más turrón. Si hiciera falta, sacaría del aparador los polvorones que mi hermana nos trajo de Sevilla el año pasado.

– Geñita, te he dicho una docena de veces que si nos reunimos todos aquí vamos a correr demasiado riesgo. Sería mucho mejor que nos reuniéramos en casa de Santiago.

– ¿Y perdernos la bonita misa del gallo que celebrará el padre Anselmo engalanado con los ornamentos dorados? ¡Jamás! -exclamó la mujer-. Es tan bonito el graduaclass="underline" «En Ti está el principado supremo en el día de tu poder, cuando vengas rodeado de la brillante multitud de tus santos, porque yo te engendré de mi propia substancia antes de que brillase el lucero», recitó, cayendo en una especie de trance místico.

– Pero si tendrás tiempo de sobra, Geñita. ¿Por qué no haces los honores a tu nuera cenando con ella por una vez?

– Lo pensaré -dijo Eugenia con expresión hosca-. Pero sólo si me prometes que me traerás de vuelta a las once, para que pueda ayudar a la portera en la sacristía.

– Te lo prometo.

Cuando Bernal llegó al despacho, a las 8.30, Navarro le había amontonado ya un sinfín de papeles mecanografiados en la mesa. Jefe, ahí tienes las conversaciones telefónicas intervenidas en los últimos tres días. Tardaremos un día entero en leerlas.

– ¿Hiciste que Telefónica pusiera una escucha en la casa de Hermann Malthius, Paco?

– Sí, y en las de toda su familia. Las transcripciones tienen que estar ahí en ese fardo.

– Vamos a echarles un vistazo a éstas primero.

Bernal ayudó a Navarro a clasificar el inmenso material acumulado y lo fueron repartiendo en montones distintos según cada grupo de conspiradores conocidos.

– Aquí están, jefe. Las hemos estado recibiendo en estos tres últimos días, hasta ayer.

Cada uno cogió un fajo y comenzaron a leer rápidamente las aburridas e interminables charlas sobre asuntos domésticos de la casa del señor Malthius, así como las muchas llamadas que su secretario había hecho a propósito de asuntos financieros.

– Aquí tengo algo, jefe. El secretario ha ordenado que el avión a reacción particular de Malthius estuviera listo para traerle a Madrid el veintiocho de diciembre.

– El Día de los Inocentes -dijo Bernal-. De modo que el viejo nos va a gastar la broma de hacernos una visita especial. Querrá asistir al golpe final. ¿Dónde se alojará?

– El mayordomo llamó a su casa de Madrid, una mansión antigua que tiene la familia en la Castellana, y dio instrucciones a los criados para que se preparasen a recibir al señor Malthius para una estancia indefinida. Les dijo además que vendrá en persona para preparar un banquete que el señor Malthius dará en Nochevieja.

– Sería conveniente instalar micrófonos en la casa, si podemos, Paco.

– Avisaré a Varga, a ver qué puede hacer.

Bernal encendió otro Káiser y se puso a hojear la transcripción de las conversaciones telefónicas del padre Gaspar. Los monjes no eran muy dados a emplear el teléfono y todas las llamadas parecían inofensivas.

Cuando Varga apareció, Bernal le preguntó si se podía instalar micrófonos en la mansión de Malthius.

– Podemos probar a entrar, jefe, aunque no es estrictamente necesario, ya que ahora contamos con uno de esos micrófonos de láser de largo alcance. Mientras no tengan puestas contraventanas metálicas estaremos en situación de dirigir un rayo láser invisible desde la calle y enfocarlo sobre cualquier objeto que haya en la sala en que se celebre el banquete; un espejo o un cuadro bastará para registrar las vibraciones de cualquier sonido que allí se haga y el rayo láser nos las transmitirá. Yo acoplaré un aparato amplificador y podremos oír todo lo que se diga.

– ¡Eso es fabuloso, Varga! ¿Por qué no me hablaste antes de ello?

– Porque es lo último que hemos recibido.

– Pero con un cacharro así, nadie podrá hablar con tranquilidad en ninguna parte.

– Es que las ciencias adelantan que es una barbaridad. Es japonés, como ya habréis adivinado. Y, como digo, unas contraventanas metálicas pueden neutralizarlo.

– Dudo que esas casas decimonónicas tengan contraventanas metálicas -dijo Navarro-. Podríamos hacer una prueba en el lugar mismo. Los criados estarán preparando las habitaciones estos días.

En aquel momento sonó el teléfono rojo de selector y Bernal descolgó.

– Comisario, ¿podría usted encontrarse conmigo dentro de media hora en el palacio de Oriente? -preguntó el secretario del Rey.

– Por supuesto.

– Quisiera revisar con usted los planes previstos para la ceremonia del seis de enero.

Bernal se tomó un café con su guardaespaldas en el pequeño bar de la esquina de Carretas y luego subieron a un taxi para dirigirse a palacio. El taxista les dejó en la Puerta del Príncipe, donde enseñaron la documentación al conserje y al oficial de servicio.

Una vez en Secretaría, vio Bernal que el secretario del Rey había desplegado un plano de palacio sobre la mesa.

– Yo sugiero que limitemos la ceremonia a las habitaciones del primer piso que dan a la plaza de la Armería. El Rey y la Reina comenzarán la jornada asistiendo a una misa privada en la capilla real del extremo norte de palacio, aunque este año no permitiremos que entre nadie más al oratorio. Mientras se oficia la misa, entre nueve y diez de la mañana, la guardia de honor formará en la plaza del lado meridional y los cuatrocientos invitados se irán congregando en el Salón de Alabarderos, adonde llegarán por la escalinata principal. El acto más importante de la Pascua Militar se celebrará en la estancia adjunta, el Salón de Columnas, que es la mayor de palacio. Este año no utilizaremos el Salón de Embajadores. La ceremonia concluirá a eso de la una de la tarde y los invitados se trasladarán por el Tranvía de Carlos III hasta el Comedor de Gala, donde se servirá la comida. Esta sala da al oeste hacia el Campo del Moro.