– Creo que también tendríamos que estar presentes el día cinco -dijo-. Esta mañana fui a echar un vistazo a los balcones de la Panadería, en la plaza Mayor, y sí, parece que el secretario del Rey tiene razón al decir que será muy difícil que se produzca un atentado contra la reina y sus hijos; pero yo me sentiría más tranquilo si estuviéramos allí colocados en puntos estratégicos que dominaran la plaza.
– ¿Iremos armados con algo más que la pistola reglamentaria, jefe?
– No creo que sea conveniente llevar fusiles, si es a eso a lo que te refieres. El servicio de seguridad del Rey podría dispararnos si nos confundiera con presuntos asesinos.
Sonó el teléfono. Al otro lado del hilo habló Elena:
– Jefe, he salido a un bar para llamarle. El director de La Corneta acaba de entregar a la sección de anuncios un texto para que se publique en el número de mañana. Dice: «MAGOS Blanco E.l. Oriente.»
– Es el que esperábamos, Elena. La señal de avance definitiva. Estupendo. Ya puedes desaparecer del periódico.
– Jefe, me gustaría hacerme con un juego de pruebas del número especial que se prepara para el seis de enero. El jefe de redacción dijo que será una edición extra que saldrá a mediodía.
– De acuerdo, pero ten cuidado.
Bernal se volvió a sus hombres.
– Ya está. En cuanto aparezca el anuncio, ya no podrán volverse atrás.
– A juzgar por lo que se ha dicho en el banquete de Hermann Malthius -dijo Navarro- no parece que tengan ninguna intención de retroceder. Aunque no dieron detalles.
– Es verdad, pero el teniente general Baltasar dijo claramente que espera ser presidente de un nuevo gobierno a partir del seis de enero -comentó Bernal.
– Jefe, ¿por qué dice este mensaje último «Blanco E.1.»? -preguntó Lista con los ojos puestos en la nota que había escrito Bernal.
– Tendrías que consultar tu misal de cabecera, Juan -dijo Bernal en son de broma-. E significa «Epifanía», es decir, el día de Reyes y primer día de ese tiempo litúrgico en que se utilizan ornamentos blancos en las iglesias.
– ¿Y «Oriente»? -preguntó Miranda-. ¿Alude al palacio en que se llevará a cabo la ceremonia?
– Ése es el aspecto más ingenioso de todo el asunto, Carlos -dijo Bernal-. No me ruboriza decir que les admiro por ello. En el código acrológico, Oriente significa «Operación», esto es, el día de actuar, pero también alude, naturalmente, al principal palacio del Rey, y, por una segunda coincidencia, recuerda a los tres Reyes de Oriente, cuya llegada a Belén se celebra ese día. Astuto, ¿verdad? Aunque no muy cauto, puesto que el código se entiende de manera muy fácil una vez que se ha captado la base litúrgica.
Aquella noche le llamó Consuelo para decirle que había conseguido dos entradas para el teatro.
– Las conseguí en el banco, Luchi, son para Caimán, de Buero Vallejo, que ponen en el Reina Victoria. El precio de la localidad comprende el cotillón de fin de año.
– Pero ¿no es esa obra sobre una niña que se cae por un agujero y a la que nunca más se encuentra? ¿No te parece que el tema es muy tristón, Chelo?
– Es que no había entradas para ninguna otra. Yo creo que será bastante interesante. Además, podremos tomar el champán y las uvas en el teatro, cuando se interrumpa la función a medianoche y los actores bajen del escenario para mezclarse con el público. A lo mejor sirven incluso chocolate con churros al final de la representación.
– Como quieras. ¿Te recojo a las nueve? Podemos cenar en Curro, en la calle Coslada. Es discreto y la comida buena. Procuraré quitarme de encima al guardaespaldas.
En verdad, la obra de Buero les resultó demasiado deprimente para ser una noche festiva, y después de oír por tercera vez la voz fantasmagórica de la niña muerta que obsesionaba a la desdichada madre, Consuelo no pudo aguantar más, máxime encontrándose en estado de buena esperanza.
– Coge las uvas y vámonos a la Puerta del Sol -dijo a Bernal con imperiosidad.
Salieron recatadamente del Reina Victoria, y dándose mucha prisa por la Carrera de San Jerónimo llegaron a Sol a tiempo de oír las campanadas de las doce, entre cuyos ecos engulleron las uvas con semillas y todo y formularon para sí un solo deseo unánime.
– Me pregunto cuántos casos de apendicitis tendrán en La Paz para Año Nuevo, Chelo -dijo Luis, conteniendo un eructo-. Tiene que haber más esta noche que en el resto del año.
Vigilia de la Epifanía del Señor
A las 7.30 de la noche de Reyes, todos los establecimientos estaban llenos de gente que compraba los regalos de última hora y cuyo destino era el cuarto de los niños en el supuesto de que se consiguiera tenerlos dormidos, o el intercambio de otras dádivas con los adultos. Las pastelerías no paraban de vender roscones de Reyes con la consabida sorpresa en el interior, hoy día de bisutería o plástico en lugar de oro o plata.
Bernal y sus hombres salieron de Gobernación, vieron que la Policía Municipal había cerrado ya la plaza al tráfico para la Cabalgata de Reyes, y se dirigieron a la plaza Mayor. Bernal había sabido por el secretario del Rey que no se había detectado ninguna actividad anormal en las carreteras de acceso a Madrid, ni en las estaciones y aeropuertos. Se preguntaba cómo colocarían exactamente los conspiradores MAGOS a su gente para llevar a cabo la operación del día siguiente. Quizá lo intentaran durante la noche, al amparo del movimiento festivo.
Situó Bernal a sus hombres en determinados puntos estratégicos alrededor de la plaza y él, por su parte, eligió el pedestal de la estatua de Felipe III, desde donde veía los balcones de la Panadería y las principales entradas del recinto. El grupo mantenía contacto entre sí mediante transmisores portátiles y, sirviéndose de otra frecuencia de onda, Bernal podía hablar directamente con la Zarzuela.
La Policía Nacional había dejado un gran espacio libre ante la Panadería, en cuyos límites se habían colocado vallas metálicas a fin de que los camiones y carrozas de la procesión tuviesen sitio para entrar en la plaza por el este y salir por el oeste.
La noche era seca, pero muy fría, y Bernal se alegraba de haberse puesto el abrigo de mezclilla y el sombrero. Sabía, porque lo había leído en el programa que publicaba el Ayuntamiento, que la cabalgata saldría del Retiro, aunque muchas carrozas se preparaban en los barrios periféricos y se unirían al grueso del desfile en el cruce de O’Donnell y Alcalá. Estaba previsto que se pondría en marcha a las ocho y que llegaría a Puerta del Sol veinte minutos más tarde.
El asfalto se había cubierto de arena para evitar que los caballos patinasen y el camión de la basura hizo una última inspección entre los gritos y aplausos de la multitud que esperaba y que estaba compuesta en su mayor parte de padres e hijos.
A las 8 en punto entró en la plaza una camioneta, bajaron de ella dos hombres y se pusieron a disparar cohetes, sembrando el cielo nocturno de esferillas luminosas y puntos de luz verdes, rojos y argénteos. Uno de los cohetes, todavía inflamado, aterrizó junto a Bernal, que dio un salto para evitar las chispas.
La cabalgata tardaba en llegar y el gentío comenzó a intranquilizarse. La Reina, el príncipe y las infantas, que habían salido al balcón a ver la exhibición pirotécnica, volvieron al calor y la seguridad de la Casa de la Panadería.
A las 8.30 aparecieron tres heraldos a caballo e hicieron sonar las trompetas. La reina Sofía y sus hijos volvieron a salir para saludarles. Los heraldos, ataviados con vestimentas de gala, desaparecieron y tras ellos llegaron los contingentes montados de la policía, uniformados con trajes históricos del cuerpo. La multitud aclamaba a las filas de jinetes a medida que iban desfilando y los niños no paraban de preguntar: «¿Vienen ya? ¿Cuándo vienen los Reyes?»