Выбрать главу

Juan Lista manifestó inmediatamente su deseo, incluso su gran interés por participar en aquella investigación. Su ágil cerebro calculó en seguida las posibles ramificaciones políticas.

– Confiemos en que no se trate de otro estúpido golpe de mano como esos tres o cuatro que según los rumores iban a darse en primavera, jefe.

– ¿Es que hubo tantos, además del «Tejerazo»? -ironizó Bernal.

– Más o menos. Lo que ocurre es que estaban planeados para fechas distintas y ninguno de ellos contaba con apoyo unánime.

– ¿Piensas, Lista, que todos esos salvadores de la patria no pudieron ponerse de acuerdo sobre cuál de ellos iba a acaudillar la cosa?

– Algo por el estilo, si es que no se quedaron con el dedo en el gatillo en espera de que los tiros sonaran por otra parte.

– ¿Te das cuenta de que quiero mantener esta investigación en un marco estrictamente criminal? Por supuesto que la política estará por medio, pero nosotros nos ocuparemos sólo de la legalidad de la actuación de la gente implicada e informaremos en consecuencia. No tenemos que tomar partido.

– Supongo que no, jefe, pero ya sabe usted que en este país no hacer nada es ya una manera de apuntarse a un bando.

Bernal tendió a Lista la autorización real correspondiente y le dijo que hiciera entrar a Miranda.

– Carlos, primero te pondré en antecedentes y luego me dirás si quieres desempeñar algún papel en esta investigación -dijo Bernal, que recordaba que Miranda había sido trasladado a su grupo en 1970 y había demostrado que su verdadera vocación era trabajar en la calle, en particular siguiendo a sospechosos. Su facilidad para pasar inadvertido era sin duda la clave de sus resultados en aquella especialidad, pensaba su jefe-. Por si pensabas que el presente caso puede poner en peligro tu profesión de algún modo, quiero que sepas que no tengo la menor intención de obligarte -añadió, tras explicarle las líneas generales.

– Haré lo que hagan los demás, jefe -replicó Miranda con serenidad-. Siempre hemos fracasado o acertado juntos hasta ahora.

– Entonces, ahí tienes tu autorización especial, firmada por el Rey. Paco te enseñará la escasa documentación de que disponemos sobre el caso. Veo que Elena ha llegado ya y que Ángel aún no lo ha hecho.

– Sería madrugar demasiado para el señorito del grupo -bromeó Miranda-. Tiene que estar todavía en el baño, despegándose los párpados después de alguna juerga de anoche.

Cuando la inspectora Elena Fernández entró en el despacho de Bernal, ataviada con un atractivo traje sastre beige adornado de marta cebellina y emitiendo discretos efluvios de perfume de París, Bernal se preparó para afrontar una negativa, aunque ya tenía una idea de lo útil que podía resultar la muchacha.

– Por favor, Elena, siéntate. Nos ha surgido un caso difícil y, tras oír los puntos principales de lo que se nos pide, puedes optar por no tomar parte en él. Si así lo decides, no quiero que creas que ello va a afectarte para nada profesionalmente. Es casi seguro que pueda hacer que te trasladen temporalmente a otro grupo, incluso a las oficinas locales de la Interpol para que allí adquieras experiencia.

Elena Fernández mantuvo una expresión seria, aunque con excitación contenida, mientras oía en silencio a su superior. Bernal terminó de exponerle la situación y acto seguido aludió directamente a la posibilidad de disentir en punto a lealtad.

– Sé que tus obligaciones para con tu padre y sus concepciones políticas merecen el mayor respeto y lo entenderé si eliges permanecer al margen.

Elena estuvo un rato pensativa mientras Bernal encendía un Káiser con mano nerviosa. Luego, la joven habló con rapidez.

– Soy la primera mujer a quien se ha concedido el honor de un nombramiento de inspectora de la Brigada Criminal y quiero que se me trate como a mis colegas masculinos en todos los sentidos, jefe. Lo que yo quiero es enseñar a nuestros superiores que una mujer puede ser tan buena investigadora como un hombre, quizá mejor, dadas determinadas ventajas naturales -Bernal podía, sin duda, apreciar algunas de aquellas ventajas, que en aquel momento tenía seductoramente ante sí, y, como en otras ocasiones, sentía un poderoso deseo paternal de proteger la vulnerabilidad femenina, como si la joven ocupase el puesto de la hija que nunca había tenido.

– En cuanto a mi padre -prosiguió la muchacha con firmeza-, le quiero y respeto sus ideas, pero es un hombre que pertenece a la España antigua, tradicional y anterior a la guerra civil -«lo mismo que yo», se dijo Bernal, aunque guardó silencio-. Y me exasperan los miembros de la generación más antigua, partidarios de uno u otro extremismo, que se niegan a ver las realidades de la moderna sociedad industrializada. Para ellos, como para los turistas, el lugar de las mujeres españolas es la casa y sus labores. Esperan vernos en las corridas vestidas de mantilla y peineta, tirando claveles al torero, o, por las noches, en algún tablao flamenco, bailando con castañuelas y echándoles miradas ardientes a los guitarristas. Estoy harta de esos estereotipos. ¡Ya va siendo hora de que nos comportemos todos como adultos! -acabó por estallar.

– También yo pertenezco a esa generación a que aludes, Elena, pero supongo que no pensarás…

– No, jefe, claro que no, ni por asomo. Usted tiene una forma particular de ver el mundo, con una especie de escepticismo sereno, como si ya lo hubiera conocido todo antes. Y si la monarquía parlamentaria da al país la mejor oportunidad de estabilizarse y despojarse de todas esas rencillas ridículas, entonces yo soy más monárquica que el Rey.

El último miembro del equipo llegó tarde, y como disculpándose. Moreno, bromista y vivaz, Ángel Gallardo había hecho sin duda durante la noche pasada un recorrido por las boîtes para tomar notas mentales, como siempre argüía, con destino a los ficheros de la Brigada; y Bernal no ignoraba que Gallardo poseía un conocimiento inigualado de la vida nocturna y hamponesca de la ciudad. Sin hacer la menor objeción, aceptó participar en la investigación inspirada por la Corona y se guardó en el acto la autorización especial.

– Lo mejor será -dijo Bernal- que tengamos una rápida conferencia para resolver sobre los primeros pasos que hay que dar.

Al dirigirles la palabra, de manera tan llana y poco ceremoniosa como siempre, el comisario no volvió a aludir a la extraña posición en que todos se encontraban, sino que fue directo al grano.

– Tenemos poco para empezar, pero hay dos líneas de actuación que destacan por sí solas. Hay que investigar a propósito de la compañía eléctrica y tendremos que comprobar el corte de energía que se produjo ayer en el palacio de la Zarzuela. Lista, ¿te importaría encargarte tú de esto? -el alto inspector asintió-. A continuación tenemos los mensajes cifrados que aparecieron en La Corneta. Es posible que aparezcan más y sería útil saber quién los envía y, desde luego, qué significan. No sería muy prudente ir por las buenas a ver al director, habida cuenta de sus conocidas ideas políticas. Tendremos que servirnos de métodos más sutiles. Elena, tú, con tus antecedentes familiares, podrías ver si te dan algún trabajo en la redacción; lo ideal sería un empleo en los archivos. Creo que trabajaste como secretaria antes de ingresar en nuestras filas, ¿no?

– En efecto, pero era un desastre con la taquigrafía. ¿Cómo explicaré el motivo de mi baja en la DSE?

– Si surge el tema, y es casi seguro que surgirá, puedes decir que has dimitido porque te han desalentado todos los cambios producidos. Ya arreglaré yo las cosas con la dirección de personal para que confirmen tu versión en caso de que alguien busque comprobación.

Se volvió entonces a todo el grupo y durante unos instantes su expresión adoptó un talante más severo.

– No olvidéis en ningún momento que estos grupúsculos ansiosos de dar la vuelta a la tortilla suelen contar con excelentes relaciones, a menudo con ganchos que están muy arriba. No inventéis nunca nada que no case con cuanto sea susceptible de una comprobación minuciosa. Si tienes suerte, Elena, nos informarás a Paco o a mí a horas establecidas de antemano y en lugares concretos, ya que sería demasiado peligroso para ti que anduvieses entrando y saliendo de este despacho. Tú, Ángel, ayudarás a Elena cuando sea preciso.