Los análisis de sangre indican una perceptible lesión renal ya en 1967 (CR = 1,9; BUN = 28) y una lesión grave hacia 1969 (CR = 2,4 BUN = 30). La paciente empezó a experimentar síntomas difusos típicos -picores, fatiga, dolores de cabeza- hacia 1979, pero creyó que estaba pasando por la «edad crítica» y no consideró necesario consultarlo con un médico.
El informe seguía con un resumen similar sobre Steve Ferraro, que terminaba con su muerte a causa de anemia aplástica en 1983. El resto de aquella precisa relación detallaba las propiedades tóxicas de la xerxina, y demostraba que los cambios producidos en la química sanguínea eran consistentes con haber estado en contacto con la xerxina. Leí el documento detenidamente dos veces antes de dejarlo en la mesa y mirar a Lotty fijamente, aterrada.
– La Dra. Christophersen ha trabajado mucho, con la llamadas a los médicos de Louisa y Steve Ferraro y todas estas comprobaciones -fue el único comentario que pude formular en un principio.
– Estaba horrorizada -totalmente horrorizada- por lo que veía. Le di los nombres de dos pacientes que yo sabía que podían verificarse, y ella ha hecho las indagaciones esta tarde. Por lo menos en los casos de tu amiga y el Sr. Ferraro parece abundantemente claro que no tenían ni idea de lo que les estaba ocurriendo.
Asentí en silencio.
– Todo ello tiene una cierta lógica espantosa. Louisa empieza a experimentar síntomas vagos que ella cree que son de menopausia -¿a los treinta y cuatro años?- pero como jamás tuvo una educación sexual como es debido, quizá no sea tan increíble. En fin, Louisa no iría proclamándolo por la fábrica. Muchos de sus empleados provienen del mismo medio que ella, donde todo lo relacionado con las funciones del cuerpo es vergonzante y no se habla.
– Pero Victoria -estalló Lotty-, ¿qué sentido tiene todo esto? ¿Quién, aparte de Mengele, puede ser tan frío, tan calculador para conservar esta clase de historiales y no decir nada, ni una palabra, a las personas afectadas?
Me froté la cabeza. El punto donde había recibido el golpe estaba prácticamente curado, pero ahora que mi cerebro estaba sometido a tal tensión, el golpe me palpitaba de modo sordo, como un retumbar de tambores en la selva de mi pensamiento.
– No lo sé -el estado enervado de Lotty se me había contagiado-. Comprendo por qué no quieren que salga nada de esto a la luz ahora.
Lotty sacudió la cabeza nerviosamente.
– Pues yo no. Explícamelo, Victoria.
– Daños y perjuicios. Pankowski y Ferraro demandaron por el pago de indemnizaciones a las que creían que tenían derecho; intentaron hacer valer su causa afirmando que sus enfermedades eran consecuencia de haber estado expuestos a la xerxina. Humboldt se defendió con éxito. Según el abogado que llevó el pleito, la compañía tenía dos defensas operativas: la primera, que aquellos dos tipos fumaban y bebían mucho, de modo que era indemostrable que la xerxina les había intoxicado. Y la segunda, que parece haber sido la definitiva, es que su contacto se había producido antes de conocerse la toxicidad de la xerxina. Es decir que…
Mi voz fue apagándose. Comprendí con impresionante claridad por qué era problemático el informe de Jurshak al Descanso del Marino. Estaba ayudando a Humboldt a ocultar las altas tasas de mortalidad y enfermedad de Xerxes para lograr que la entidad aseguradora le aplicara una cuotas favorables. Se me ocurrían un par de formas para realizarlo, pero la más probable parecía ser que estuvieran sacándole al Descanso del Marino mejor cobertura de la que ofrecían a los empleados. A éstos se les comunicaría que ciertas clases de análisis o ciertos períodos de permanencia hospitalaria no estaban cubiertos. Cuando llegaron las facturas correspondientes pasarían por la entidad garante y allí los amañarían antes de mandarlos a la compañía aseguradora. Consideré la cuestión desde diversos ángulos y seguía pareciéndome prometedora. Me levanté y fui hacia la extensión telefónica de la cocina.
– ¿Es decir qué, Victoria? -exclamó Lotty impacientemente a mi espalda-. ¿Qué estás haciendo?
Para empezar apagar el pollo; había olvidado la cena y lo había dejado cocer alegremente en el fuego trasero del fogón. Las aceitunas eran grumitos carbonizados mientras el pollo parecía haberse soldado al fondo del cacharro. Aquella no era definitivamente la receta más conseguida de mi repertorio. Intenté raspar el revoltijo en el cubo de la basura.
– Anda, olvídate de la cena -dijo Lotty en tono irritado-. Déjalo en la pila y cuéntame todo lo que estás pensando. La compañía sostuvo que no podían hacerse responsables de la enfermedad de nadie que trabajara para ellos si había comenzado antes de 1975, cuando Ciba-Geigy estableció la toxicidad de la xerxina. ¿No es eso?
– Sí, sólo que yo no sabía que hubiera sido Ciba-Geigy ni que el año crítico fuera 1975. Y apuesto a que afirmaron haber reducido la proporción por masa de xerxina hasta lo que fuera entonces el nivel permitido, y que eso es lo que demuestran sus informes a Washington. Los que Jurshak envió a Humboldt. Pero los análisis realizados por PRECS en la fábrica muestran niveles mucho más altos. Tengo que llamar a Caroline Djiak y enterarme.
– Pero Vic -dijo Lotty, raspando distraídamente el pollo de la cacerola-, sigues sin explicarme por qué no quisieron decir a sus empleados que sus cuerpos estaban sufriendo lesiones. Si el nivel permitido no se fijó hasta 1975, ¿cómo podía afectarles antes de esa fecha?
– Por el seguro -dije brevemente, buscando el número de Louisa en la guía. No aparecía. Despotricando, volví a la habitación de invitados para sacar mi agenda de la maleta.
Regresé a la cocina y empecé a marcar.
– La única persona que puede decírnoslo con certeza es el Dr. Chigwell, y ahora mismo anda desaparecido. Y no estoy segura de poderle hacer hablar aun si lo encontrara; Humboldt le asusta mucho más que yo.
Caroline se puso al teléfono a la quinta señal.
– Vic. Hola. Estaba acostando a mamá. ¿Puedes esperar? ¿O te vuelvo a llamar?
Le dije que esperaría.
– Pero lo que pasa -añadí dirigiéndome a Lotty-, es que ahora mismo esos cuadernos pueden significar la quiebra. No necesariamente para toda la compañía, pero sí desde luego para la operación Xerxes. Si todo eso cae en manos de un buen abogado, que se pusiera en contacto con los empleados o sus familiares, el asunto está cantado. Tienen todos esos cuadernos Manville para utilizar como precedente.
No era de extrañar que Humboldt estuviera lo bastante desesperado para buscarme personalmente. Su pequeño imperio estaba amenazado por los turcos. Frederick Manheim tenía razón: debía parecerles increíble que una detective empezara a husmear el rastro de Pankowski y Ferraro y que no estuviera buscando evidencia de los análisis de sangre.
¿Por qué había querido suicidarse Chigwell? ¿Abrumado por los remordimientos? ¿O es que alguien le había amenazado con una suerte mucho peor que la muerte si nos contaba algo a Murray o a mí? La gente con la que había largado el viernes podía haberlo matado ya si pensara que iba a desfondárseles.
No creía que fuera a saber nunca lo que había ocurrido exactamente. Ni veía el modo de seguir el hilo de la muerte de Nancy hasta el gran tiburón. La única esperanza sería que los dos matones que tenía Bobby detenidos cantaran e involucraran a Humboldt de algún modo. Pero no ponía en eso muchas esperanzas. Incluso si hablaran, una persona como Humboldt conocía demasiadas formas para inhibirse de las consecuencias inmediatas de sus actos. Igual que Enrique II. Me estremecí.