Выбрать главу

Agotada, volví a la sala de reconocimientos para mirar una vez más a Louisa. Su jadeante respiración parecía inalterada. Susurraba en sueños, algo sobre Caroline, no pude entender qué.

Fue entonces cuando empezó el tiroteo. Miré mi reloj: habían pasado treinta y ocho minutos desde mi llamada a Bobby. Tenía que ser la policía. Tenía que ser. Puse en movimiento mis fatigados hombros corriendo la mesa que bloqueaba la puerta hacia atrás. Advirtiendo a mis defendidos que permanecieran donde estaban, apagué las luces de la habitación y me arrastré una vez más hacia la planta. Pasaron otros cinco minutos, y después el lugar se llenó de muchachos de azul. Yo abandoné la protección de un caldero para hablar con ellos.

Pasó algún tiempo antes de que se pudieran aclarar las cosas: quién era yo, por qué estaba el concejal tendido en un charco de sangre junto a Steve Dresberg en el suelo de la fábrica, qué hacían allí Louisa Djiak y los Chigwell. En fin, lo normal.

Cuando Bobby Mallory hizo acto de presencia a las tres empezamos a movernos más deprisa. Bobby escuchó mis preocupaciones sobre Louisa durante unos treinta segundos, después hizo que uno de los hombres llamara a una ambulancia del departamento de bomberos para que la llevara al Socorro del Cristiano. Otra ambulancia había salido ya con Dresberg y Jurshak hacia el Hospital del Condado. Ambos seguían vivos, pero sus perspectivas eran inciertas.

Saqué un minuto entre la confusión para llamar a Lotty, informarle sobre los datos escuetos de lo ocurrido y de que yo estaba indemne. Le dije que no me esperara, pero en el fondo de mi corazón le rogué que lo hiciera.

Cuando llegó la policía estatal asignaron un coche para transportar a los Chigwell a su casa. Quisieron mandar a la Srta. Chigwell al hospital para observación, pero ella insistió inflexiblemente en volver a su propia casa.

Antes de la llegada de Mallory yo había estado diciendo a todo el mundo que Jurshak había atraído a Chigwell a la fábrica con el cuento de haber encontrado un empleado medio muerto en el local. La Srta. Chigwell no había querido dejarle ir solo a hora tan intempestiva y los dos se habían encontrado en mitad de un tiroteo. Bobby me miró fijamente, pero al fin accedió a mi versión cuando quedó claro que no iba a sacar nada más del médico y de su hermana.

Bobby me dejó en cuclillas, apoyada cansadamente contra un pilar de la zona industrial mientras él consultaba al comandante del Quinto Distrito. Los destellos que arrancaba la luz a las chaquetas de los uniformes y la ferretería me estaban mareando; cerré los ojos, pero no pude dejar de oír el estrépito, ni de percibir el turbio olor de la xerxina. ¿Cuál sería mi nivel de creatina después de esta noche? Imaginé mis riñones llenos de lesiones: rojos como la sangre y con agujeros negros rezumando xerxina. Alguien me sacudió bruscamente. Abrí los ojos. El sargento McGonnigal estaba de pie junto a mí, su cara cuadrada exhibía una ansiedad infrecuente.

– Vamos fuera; necesitas aire fresco, Vic.

Le dejé que me ayudara a levantarme y fui dando tumbos detrás de él hacia la plataforma de carga, donde la policía había abierto las puertas enrollables de acero que daban acceso al río. La niebla había levantado; las estrellas despedían diminutos alfileres dorados en los cielos contaminados. El aire seguía cargado con el olor de muchos productos químicos, pero con el frío parecía más puro que el del interior de la fábrica. Miré hacia el agua oscuramente centelleante por la luz de la luna, y tirité.

– Ha sido una noche bastante dura.

La voz de McGonnigal tenía el grado de preocupación exactamente adecuado. Hice lo posible por no imaginármelo aprendiendo a dirigirse de aquel modo a los testigos difíciles en algún seminario de Springfield; procuré creer que realmente le importaban los horrores por los que había pasado.

– Un tanto agotadora -asentí.

– ¿Quieres contármelo, o quieres esperar hasta que llegue el teniente?

De modo que, efectivamente, eran las lecciones aprendidas en el seminario. Los hombros se me cargaron algo más.

– Si te lo digo, ¿tendré que repetírselo a Mallory? No es precisamente una historia que me apetezca contar más de una vez.

– Ya conoces a los polis, Warshawski: nunca nos conformamos con que nos cuenten las cosas una sola vez. Pero si me la resumes esta noche, te puedo garantizar que servirá por el momento; te llevamos a casa mientras quede aún algo de noche para dormir.

Quizá hubiera un poco de preocupación personal mezclada con lo demás. No la suficiente para inducirme a contarle toda la verdad y nada más que la verdad; en fin, no le iba a explicar lo de los archivos médicos del doctor. Y desde luego tampoco las relaciones de Jurshak con Louisa. Pero después que hube llevado una caja de madera junto a la orilla del agua y estuve sentada, le di más detalles de lo que había pensado en un principio.

Empecé con la llamada de Dresberg.

– Dresberg sabía que Louisa me importaba mucho; mi madre la había cuidado cuando estaba embarazada y habían sido muy amigas. Por tanto debieron comprender que ella sería alguien a quien yo vendría sin duda a socorrer hasta aquí.

– ¿Por qué no nos llamaste entonces? -preguntó impaciente McGonnigal.

– No sabía cómo os las arreglaríais en un asalto silencioso. La tenían aquí, en la parte trasera de la fábrica; la habrían asesinado sin más al comprender que los estaban atacando. Quería colarme aquí en persona.

– ¿Y eso cómo lo conseguiste? Tenían un vigía donde gira la carretera hacia aquí y había otro tipo a las puertas. No me digas que fumigaste el aire con un amnésico y te metiste delante de sus narices.

Sacudí la cabeza y señalé hacia la barquita que flotaba abajo a nuestro lado. La iluminación de los focos reveló la expresión de incredulidad de McGonnigal.

– ¿Remaste río arriba con eso? Venga, Warshawski. Habla en serio.

– Es la verdad -dije tozudamente-. Puedes creértelo o no. La Srta. Chigwell vino conmigo; la barca es suya.

– Creí que habías dicho que los Chigwell habían venido juntos.

Asentí.

– Sabía que si te decía la verdad los retendrías a ella y a su hermano aquí toda la noche y son muy viejos para eso. Además, tiene un tiro en el hombro, aunque sólo sea una rozadura. Tendría que haber estado en la cama hace horas.

McGonnigal dio un golpe en la caja con la palma de la mano.

– No tienes la exclusiva de la compasión, Warshawski. Hasta la policía puede mostrar consideración con una pareja tan mayor como los Chigwell. ¿Es que no puedes prescindir de tu mentalidad «anti-cerdos» de los años sesenta durante cinco minutos y dejarnos hacer nuestro trabajo? Podían haberte matado y haber liquidado de paso a la otra mujer Djiak y a tus amigos los viejos.

– Para tu información -le dije con frialdad-, mi padre era policía de patrulla y toda mi vida he llamado cerdos a los policías. Y además, no ha muerto nadie, ni siquiera esos dos mierdas que se lo merecían. ¿Quieres oír el resto de la historia o prefieres subirte al pulpito y seguir predicando?

Se puso muy tieso unos instantes.

– Ya comprendo por qué Bobby se exaspera de ese modo cuando habla contigo. Yo me estaba jactando de que le iba a demostrar al teniente lo que puede hacer un agente joven con una formación sensata con un testigo como tú, y lo he fastidiado en cinco minutos. Termina; no volveré a criticar tus métodos.