Rodeada de árboles frondosos y pinazos olorosos, puedo soñar que ya no preciso soñar ni recordar ni esperar.
La espera es ya una «llegada» firme; un tope final en mi vida.
Luego está la inmensa masa de agua tranquila que generalmente no admite grandes oleajes ni suele desbordar sus cauces.
Y mis largos paseos junto al malecón que bordea el Leman escasamente cortado por alguna canoa dispersa. Y mis visitas frecuentes a la iglesia del Sagrado Corazón de Ouchy, donde asisto a misa todos los domingos.
En estos momentos las ruedas del avión rozan ya el aeropuerto Côte d'Azur de Niza.
Fin de mi viaje al pasado. Fin de mis soledades perdidas en la nostalgia. Fin de aquel papel de reina aislada en sus quimeras de penumbras y claridades.
Seguramente, ya nunca volveré a la patria que me abrió a la vida. De momento mi verdadera patria está más allá de todo lo que limita la tierra.
A mi edad ya no caben más proyectos que los que se forjan para el otro mundo. Pero me alegro de haber podido reincorporarme durante cinco días a lo que durante veintitrés años fue mi verdadera cuna.
Nacer donde vimos la luz por primera vez es menos importante que nacer donde la luz viene a ser tan esencial como las sombras que esa luz proporciona.
Vivir es eso: sortear las sombras, soportarlas con donaire y esperar que algún día la luz futura prescinda eternamente de ellas.
La señora Rich, siempre atenta, me pregunta si preciso algo. Seguramente le ha extrañado mi forma de aislarme durante el vuelo.
– Estoy perfectamente, Pepita. Gracias.
Cuando el avión se aproxima al aeropuerto, inmediatamente distingo la esbelta silueta de Grace.
Desde la barrera, espera a que el avión se detenga para acercarse a la escalinata que acaban de instalar.
Me sonríe. Agita el brazo y aguarda a que yo descienda a la pista para abrazarme.
– Bienvenida, Ena.
Alguien nos fotografía juntas. Seguramente saldremos en las próximas revistas de chismes sociales. A veces las frivolidades también pueden ocultar grandes momentos estelares de nuestras vidas.
Ya en el coche me explica que me ha visto por televisión.
– Me ha impresionado la cantidad de personas que acudieron a recibirte.
– Tienes razón; ha sido impresionante -le digo-. Nunca imaginé que España me recordara después de tantos años de ausencia.
– ¿Cómo van a olvidarte, Ena? Las mujeres como tú dejan siempre huellas imborrables.
– Tal vez no se borren, pero se olvidan.
– En tu caso no ha habido olvido.
– Tampoco recuerdos. Más bien nostalgias. La gente se está hartando del General.
– ¿Le has planteado el asunto pendiente de la posible sucesión?
– En cierto modo sí. Pero ya sabes lo que ocurre con los gallegos: cuando están en una escalera, nunca se sabe si están bajando o si están subiendo.
Grace asiente sonriendo. Enseguida pregunta:
– ¿Cómo has visto a España?
– Mejor será que me preguntes cómo España me habrá visto a mí -le respondo riendo-. Salí de allí siendo joven y he vuelto hecha un vejestorio. En cuanto a tu pregunta, te diré que España ha cambiado. Aunque todavía sigue en la cola de Europa, se va adentrando en ciertos progresismos. No obstante, es indudable que también los progresismos ocultan graves retrocesos. Cuántas veces he recordado la famosa frase de Pedro Guartango: «En España el vicio gana, si se disfraza de virtud». Bien, pues el progresismo retrocede si se empeña en absorber progresismos caducos. Y eso es lo que España (aunque de un modo solapado) está comenzando a experimentar: un peligroso retroceso disfrazado de progreso.
Hoy, 14 de abril de 1969, un año y dos meses después de mi viaje a España, echada en mi cama de Lausana y rodeada de toda la familia, se me está olvidando respirar. A veces el Señor gasta bromas un tanto irónicas con sus amigos. ¿Por qué me está llamando precisamente el mismo día que se proclamó la república hace ya treinta y ocho años?
Me estoy aislando de este mundo rodeada de toda mi familia.
Algunos lloran. Otros disertan sobre los probables empeños del General en descartar a mi hijo Juan como el verdadero rey. Discuten. Se acaloran. Exigen. Luis Alba toma las riendas y se empeña en organizar la ceremonia completa de mi entierro y funeral.
Al parecer van a sepultarme en la iglesia del Sagrado Corazón de Ouchy. Y mi hijo Jaime, a instancias de su segunda mujer, se empeña en imponer lo que no merece imponerse. Todo se vuelve barullo y algunos desconciertos.
No comprenden que, más allá de las grandezas terrenas, las exigencias humanas son simples juegos de niños.
Todo, desde donde yo me hallo ahora, se desliza por comprensiones totalmente ajenas a las que rigen entre los que todavía respiran. Lo demás son sombras de algo que cruza una escena teatral inconsistente.
Nada es verdaderamente real en las realidades humanas. Todo tiende a ser ficción. Todo se reviste de una importancia que no tiene y que, en cuanto se descuida, se convierte en aire.
Adiós mundo, adiós tierra, adiós intenciones gratas o ingratas, dolorosas o amables, goodbye, España. Por fin voy a entrar plenamente en ese estado lleno de una luz radiante propia de la Verdad que nunca se acaba ni se transforma en mentira.
Noviembre de 2007
Octubre de 2008
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Actualidad, números 1, 2, 3, 4, 5, 6 y 7
Blanco y Negro
La Ilustración Española y Americana
¡Hola!, años 1968-1969
Los propios recuerdos vividos por la autora de este libro durante la República y la guerra del año 1936.
Mercedes Salisachs