– Digamos solamente que The Canny Man va a despertar a una mañana muy oscura.
Margaret rehusó indicar que, bien pasada la medianoche, ya era mañana, pero su conciencia le exigió decir, -Es oscuro por la mañana en este tiempo del año.
– Dejé una o dos en la cocina, -refunfuñó Angus. Y luego, sin una palabra da aviso, comenzó a sacarse la camisa.
Margaret gruñó y corrió hacia el pasillo. Maldito ese hombre, él sabía que se suponía que tenía que esperar hasta que ella estuviera fuera de la habitación antes de quitarse la ropa. Esperó todo un minuto, luego le dió otros treinta segundos por el frío. Los dedos entumecidos no iban bien con los botones.
Tomando un largo aliento, se giró y golpeó la puerta.
– ¿Angus? -Lo llamó. -¿Estás acostado? -Luego, antes de que él pudiese responder, ella estrechó sus ojos y añadió, -¡Con las mantas hasta arriba!
Su respuesta fue apagada, pero definitivamente fue afirmativa, entonces ella giró el pomo y empujó.
La puerta no se movió.
Su estómago comenzó a bailar de pánico. La puerta no podía estar cerrada. Él nunca la hubiese cerrado, y las puertas no se cerraban solas.
Ella golpeó la puerta suavemente con un lado de su puño.
– ¡Angus! ¡Angus! ¡No puedo abrir la puerta!
Se oyeron unos pasos, y cuando ella escuchó su voz, claramente venía del otro lado de la puerta.
– ¿Qué ocurre?
– La puerta no se abre.
– Yo no la cerré.
– Lo sé. Creo que está trabada.
Lo oyó reírse, lo que le produjo un deseo aplastante de estampar su pie… preferentemente en el pie de él.
– Ahora esto, -él dijo, -es interesante.
El impulso de hacerle daño físico se hacía más intenso.
– ¿Margaret? -la llamó. -¿Todavía estás ahí?
Ella cerró sus ojos por un momento y exhaló por sus dientes.
– Tendrás que ayudarme a abrir la puerta.
– Yo estoy, por supuesto, desnudo.
Ella se sonrojó. Estaba oscuro; no era posible que él hubiera visto su reacción, y aún así se sonrojó.
– ¿Margaret?
– La mera vista tuya probablemente me dejará ciega, de todos modos. -dijo bruscamente. -¿Vas a ayudarme, o tendré que echar la puerta abajo yo misma?
– Ciertamente será una visión para contemplar. Pagaría un buen dinero por…
– ¡Angus!
Él se rió entre dientes nuevamente, un cálido, rico sonido que se fundió a través de la puerta y fue derecho a sus huesos.
– Muy bien, -dijo. -A la cuenta de tres, empuja contra la puerta con todo tu peso.
Ella asintió, luego recordó que él no podía verla y dijo, -Lo haré.
– Uno… dos…
Apretó fuertemente los ojos.
– ¡Tres!
Ella apoyó de golpe todo su peso contra la puerta, pero él debe haber dado un tirón justo antes, porque su hombro apenas había encontrado la madera antes de que caer dentro de la habitación y golpear el piso. Con fuerza.
Milagrosamente, se las arregló para mantener los ojos cerrados todo el tiempo.
Escuchó el clic de la puerta al cerrarse, luego lo sintió inclinarse sobre ella mientras preguntaba, -¿Estás bien?
Ella se tapó los ojos con la mano, -¡Métete en la cama!
– No te preocupes. Me he cubierto.
– No te creo.
– Lo juro. Envolví la manta alrededor mío.
Margaret separó sus dedos medio y anular lo justo para dejar entrar la tira más angosta de visión. Bastante segura, parecía haber algo blanco envolviéndolo. Se puso de pie y deliberadamente le dio la espalda.
– Eres una mujer dura, Margaret Pennypacker, -dijo, pero ella escuchaba sus pasos llevándolo a través de la habitación.
– ¿Estás en la cama?
– Sí.
– ¿Tienes las mantas cubriéndote?
– Hasta la barbilla.
Ella escuchó la sonrisa en su voz, y aunque exasperada como estaba con él, todavía era contagioso. Las esquinas de sus labios se movieron, y fue un esfuerzo mantener su voz severa mientras decía, -Me estoy dando la vuelta.
– Por favor, hazlo.
– Nunca te perdonaré si me estuviste mintiendo.
– Jesús, whisky y Robert Bruce, solamente gírate, mujer.
Lo hizo. Él tenía las mantas subidas, no hasta el nivel prometido de su barbilla, pero lo suficientemente arriba.
– ¿Cuento con tu aprobación?
Ella asintió.
– ¿Dónde están tus ropas mojadas?
– Sobre la silla.
Ella siguió su línea de visión a un empapado montón de tela, luego se puso a prender la multitud de velas.
– Este tiene que ser el esfuerzo más ridículo, -murmuró para sí misma. Lo que ella necesitaba era alguna clase de horquilla tostadora enorme sobre el cual lanzar la ropa. Como era, ella probablemente quemaría la camisa, o tal vez sus manos, o…
Una gota de cera caliente en su piel cortó su línea de pensamiento, y ella rápidamente metió el dedo herido en su boca. Usó su otra mano para seguir moviendo la llama de vela en vela, sacudiendo la cabeza como si viese la habitación ponerse más y más brillante.
Él nunca sería capaz de dormir con tantas velas ardiendo. Estaba brillante como si fuera de día.
Se giró, dispuesta a indicar su falta de previsión en sus planes, pero sus palabras nunca salieron de sus labios.
Él estaba dormido.
Margaret lo miró fijamente por un minuto más, absorbiendo el modo que su pelo rebelde caía sobre su frente y sus pestañas descansaban contra su mejilla. La sábana se había deslizado ligeramente, permitiéndole observar como su musculoso pecho se elevaba y caía suavemente con cada aliento.
Ella nunca conoció un hombre como este, nunca vio a un ser humano que fuese tan magnífico en reposo.
Paso un largo, largo tiempo antes de que ella volviera a sus velas.
Por la mañana, Margaret había secado toda la ropa, apagado todas las velas, y se había dormido. Cuando Angus despertó, la encontró enroscada al lado de la cama, su abrigo hecho una almohada bajo su cabeza.
Con manos tiernas, la levantó y la acostó sobre la cama, subiendo las mantas hasta su barbilla, metiéndolas alrededor de sus esbeltos hombros. Luego se instaló en la silla al lado de la cama y vigiló su sueño.
Era, él decidió, la mañana más perfecta que recordase.
Capítulo 6
Margaret se despertó a la mañana siguiente como lo hacía siempre: completamente y en un instante.
Se sentó derecha, parpadeando para quitarse el sueño, y comprendió de tres cosas. Uno, estaba en la cama. Dos, Angus no. Y tres, el ni siquiera estaba en la habitación.
Ella saltó sobre sus pies, haciendo una mueca ante el estado irreparablemente arrugado de su falda, e hizo su camino hacia la pequeña mesa. El cuenco vacío de cranachan todavía estaba allí, así como las sólidas cucharas de estaño, pero también había un pedazo de papel doblado. Estaba arrugado y manchado y parecía que había sido rasgado de una hoja de papel más grande. Margaret imaginó que Angus había tenido que buscar minuciosamente por toda la posada solo para encontrar este pequeño trozo.
Lo abrió suavemente y leyó:
Fui por el desayuno. Vuelvo pronto.
Ni se molestó en firmarla. No es que importara, pensó Margaret mientras buscaba por la habitación algo con lo que pudiera peinarse. Como si la nota pudiese venir de alguien que no fuese Angus.
Sonrió mientras veía la audaz, segura caligrafía. Aún cuando alguien más haya tenido la oportunidad de deslizar la nota dentro de la habitación, ella hubiera sabido que era de él. Su personalidad esta ahí, en las líneas de la nota.
No había nada para usar como cepillo, entonces ella se conformó con sus dedos mientras se movía hacia la ventana. Apartó las cortinas y echó una ojeada hacia fuera. El sol había aparecido, y el pálido cielo estaba punteado de nubes. Un día perfecto.