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– Lo hacía, antes de que se escapara.

– Entonces ofrécele amablemente un poco de respeto y confianza. Ella no corre a ciegas. Ella ya se ha puesto en contacto con su tía y tiene un lugar para quedarse y una chaperona que desea su presencia.

– Ella no puede elegir marido, -refunfuñó.

Los ojos de Margaret se estrecharon.

– ¿Y supongo que tu podrías hacer un trabajo mejor?

– Ciertamente que no voy a permitirle casarse sin mi aprobación a su elección.

– Entonces ve con ella, -lo instó Margaret.

Angus dejó escapar un largo suspiro.

– No puedo. Le dije a ella que podríamos ir el año próximo. No puedo estar lejos de Greene House durante las renovaciones, y luego hay nuevo sistema de irrigación para supervisar…

Anne miro a Margaret de manera suplicante.

– No quiero esperar hasta el año que viene.

Margaret miró de un Greene a otro Greene, tratando de idear una solución. Probablemente era bastante curioso que ella estuviera allí, en el medio de una disputa familiar. Después de todo, ella no sabía que existían la mañana anterior.

Pero de alguna manera, todo esto parecía muy natural, de modo que ella giró hacia Angus con una mirada firme y dijo:

– ¿Puedo hacer una sugerencia?

Él todavía miraba airadamente a su hermana mientras decía:

– Por favor, hazla.

Margaret carraspeó, pero él no se giró para mirarla. Decidió seguir adelante y hablar, de todos modos.

– ¿Por qué no las dejas ir a Londres ahora, y tu puedes unirte a ella en uno o dos meses? De ese modo, si ella encontrase al hombre de sus fantasías, puedes conocerlo antes de que las cosas se pongan demasiado serias. Y tú tendrás tiempo para terminar el trabajo en casa.

Angus frunció el ceño.

Margaret perseveró.

– Sé que Anne nunca se casaría sin tu aprobación. -Se giró hacia Anne con ojos apremiantes -¿No es verdad, Anne?

Anne se estaba tomando un poquito de demasiado tiempo en considerar la pregunta, entonces Margaret la codeó en el estómago y dijo:

– ¿Anne? ¿No es correcto?

– Desde luego, -gruñó Anne, frotándose el abdomen.

Margaret sonrío.

– ¿Te das cuenta? Es la solución perfecta. ¿Angus? ¿Anne?

Angus frotó una mano cansada contra su frente, apretando su sien como si la presión pudiese de alguna manera hacer que todo el día desapareciera. Había comenzado como la mañana perfecta, mirando a Margaret mientras dormía. El desayuno aguardándolos, el cielo era azul, y él estaba seguro de que pronto encontraría a su hermana y la llevaría de nuevo a casa donde ella pertenecía.

Y ahora Margaret y Anne se unían contra él, tratando de convencerlo de que ellas, no él, sabían lo que era mejor. Como un frente unido, eran una fuerza poderosa.

Y Angus temía que como objetivo, no era completamente inamovible.

Él sintió su rostro suavizarse, su voluntad debilitarse, y sabía que las mujeres sentían su victoria.

– Si te hace sentir mejor, -dijo Margaret, -Acompañaré a Anne. No puedo ir todo el camino hasta Londres, pero puedo cuidarla al menos hasta Lancanshire.

– ¡NO!

Margaret se sobresaltó ante su enérgica respuesta.

– ¿Disculpa?

Angus apoyó las manos en las caderas y la miró con el ceño fruncido.

– No irás a Lancanshire.

– ¿No iré?

– ¿No irá? -dudó Anne, luego se volvió hacia Margaret y le preguntó, -Si no le molesta, ¿cuál es su nombre?

– Señorita Pennypacker, aunque pienso que podríamos utilizar nuestros nombres de pila, ¿no crees? El mío es Margaret.

Anne asintió.

– Estaría tan agradecida por su compañía en este viaje a…

– Ella no irá. -dijo Angus firmemente.

Dos pares de ojos femeninos voltearon para enfrentarse a él.

Angus se sintió enfermo.

– ¿Y que -dijo Margaret, con poca amabilidad, -se supone que voy a hacer en lugar de eso?

Angus no tenía idea de donde salieron las palabras, ni idea de que ese pensamiento se hubiera formado, pero mientras miraba a Margaret, de repente recordó cada momento en su compañía. Sintió sus besos y escuchó su risa. Vio su sonrisa y tocó su alma. Era demasiado mandona, demasiado obstinada, y demasiado baja para un hombre de sus proporciones, pero de algún modo su corazón saltó sobre todo eso, porque cuando ella lo miró con esos magníficamente inteligentes ojos verdes, todo lo que él pudo hacer fue decir bruscamente:

– Cásate conmigo.

Margaret había pensado que sabía lo que era quedarse sin palabras. No era una condición que experimentase siempre, pero pensó que estaba razonablemente familiarizada con ella.

Estaba equivocada.

Su corazón palpitaba, su cabeza se puso ligera, y comenzó a quedarse sin aire. Su boca se puso seca, sus ojos se humedecieron y sus orejas empezaron a zumbarle. Si hubiera habido una silla en los alrededores, hubiese tratado de sentarse en ella, pero probablemente hubiese fallado completamente.

Anne se inclinó hacia ella.

– ¿Señorita Pennypacker? ¿Margaret? ¿Se siente bien?

Angus no dijo nada.

Anne se giró hacia su hermano.

– Creo que va a desmayarse.

– Ella no va a desmayarse, -dijo él con gravedad. -Ella nunca se desmaya.

Margaret comenzó a darse golpecitos en el pecho con la mano, como si eso pudiese desalojar la bola de conmoción que se había instalado su garganta.

– ¿Hace cuánto la conoces? -Anne preguntó sospechosamente.

Angus se encogió de hombros.

– Desde anoche.

– ¿Entonces cómo es posible que sepas si se desmaya o no?

– Solo lo sé.

La boca de Anne se transformó en una firme línea.

– Entonces como… ¡Espera un minuto! ¡¿Quieres casarte con ella después de un día de conocerse?!

– Es una pregunta dudosa, -murmuró, -ya que no parece que ella vaya a decir sí.

– ¡Sí! -Era todo lo que Margaret podía hacer para no ahogarse con la palabra, pero no soportaba ver lo desilusionado que estaba ni un minuto más.

Los ojos de Angus se llenaron de esperanza y con el más entrañable toque de incredulidad.

– ¿Sí?

Ella asintió furiosamente.

– Si, me casaré contigo. Eres demasiado mandón, demasiado obstinado, y demasiado alto para una mujer de mi estatura, pero me casaré contigo de todos modos.

– Bien, no es romántico, -refunfuñó Anne. -Debería haberlo hecho preguntar de rodillas, por lo menos.

Angus la ignoró, sonriéndole a Margarte mientras ella le tocaba la mejilla con la más suave de las manos.

– ¿Te das cuenta, -murmuró, -que esto es lo más loco e impulsivo que has hecho en toda tu vida?

Margaret asintió.

– Pero también lo más perfecto.

– ¿En su vida? -Anne repitió dudosamente. -¿En su vida? ¿Cómo puedes saber eso? ¡Sólo la conoces de ayer!

– Tú, -dijo Angus, lanzando a su hermana una mirada fija, -sobras.

Anne sonrió.

– ¿De verdad? ¿Eso significa, entonces, de que puedo ir a Londres?

Seis horas después, Anne estaba camino a Londres. Había recibido un severo sermón de parte de Angus, montones de consejos de hermana de Margaret, y una promesa de los dos de que la irían a visitar en un mes.

Ella se había quedado en Gretna Green, por supuesto, para la boda. Margaret y Angus estuvieron casados menos de una hora después de que él hiciera la propuesta. Margaret al principio se había resistido, diciendo que debía casarse en casa, con su familia presente, pero Angus acababa de levantar una de aquellas oscuras cejas y había dicho:

– Jesús, whisky y Robert Bruce, estás en Gretna Green, mujer. Tiene que casarte.

Margaret había estado de acuerdo, pero solo después de que Angus se hubiera inclinado sobre ella y susurrado en su oído:

– Me acostaré contigo esta tarde, tengamos o no la bendición del ministro.